El flujo de hombres extenuados es interminable. Llegan a Gaza en pequeños grupos, demacrados, enviados por Israel. Algunos caen de rodillas exhaustos y todos quieren mostrar sus muñecas torturadas y el número que llevan atado al tobillo, estigmas de su detención.
Este viernes 3 de noviembre, mientras continuaba con su campaña de bombardeos, Israel empezó a enviar de regreso a Gaza a miles de palestinos, que habían ido a trabajar a territorio israelí antes del 7 de octubre. Algunos dicen que no saben si todavía tienen una familia o un hogar.
“Hace 25 días que estamos en prisión y hoy nos trajeron aquí, no sabemos nada de lo que está pasando en Gaza, no tenemos ni idea de la situación”, explica Nidal Abed, vestido con una camiseta negra.
La situación que menciona y que comenzó hace casi un mes, es la guerra, desencadenada el 7 de octubre por un sangriento ataque de Hamás, en el poder en Gaza, que dejó más de 1,400 muertos en Israel según las autoridades.
Desde entonces, Israel ha bombardeado sin descanso la Franja de Gaza, donde unos 2.4 millones de palestinos están hacinados y privados de agua potable, electricidad y, cada vez más, de alimentos. Según el Ministerio de Salud de Hamás, los bombardeos han matado ya a más de 9,200 personas, civiles en su mayoría.
“NOS DABAN LA COMIDA Y BEBIDA JUSTA PARA SOBREVIVIR”, ASEGURA UN PALESTINO SOBRE UNA PRISIÓN ISRAELÍ
Por el paso fronterizo de Karem Abou Salem (llamado Kerem Shalom en el lado israelí), van pasando estos hombres, que casi parecen haber resucitado. Ninguno lleva sus pertenencias consigo, algunos apenas pudieron ponerse un abrigo.
Yasser Mostafa alcanzó a ponerse un chaleco sobre su suéter cuando fue embarcado, en los primeros días de la guerra, cuando se encontraba en Israel.
“La policía entró en nuestras casas y nos llevó. Nos metieron en un campamento que no era decente ni para los animales. Nos torturaron con electricidad, nos lanzaron perros”, agrega.
Un poco más lejos, varios hombres muestran sus manos con heridas aún abiertas y sus tobillos ceñidos con pulseras de plástico azul; “061962”, reza una de ellas, “062030” tiene inscrito otra.
Un hombre muestra sus muñecas, que todavía tienen marcas de cortes, huellas de golpes y de sujeción, dice. Ramadan al-Issaoui afirma que estuvo “23 días en Ofer”, una prisión israelí en Cisjordania, territorio palestino ocupado por Israel desde hace más de 50 años.
“Estaba en un centro de detención con cientos de detenidos. Nos decíamos que podíamos morir en cualquier momento. Nos daban la comida y bebida justa para sobrevivir, no sabíamos nada del mundo exterior “, cuenta con voz temblorosa.
UNA GAZA CADA VEZ MÁS DEVASTADA POR ISRAEL
“Psicológicamente, estamos destruidos: no sabemos si nuestras familias están vivas o muertas y si al menos hubiéramos estado aquí en la guerra, podríamos haber muerto junto a nuestros hijos”, dice, con la voz entrecortada y la frente empapada en sudor.
Mientras se adentra en la devastada Franja de Gaza para reunirse con su familia, a la que no ve desde hacía semanas, Sabri Fayez asegura que acaba de salir de una “película de terror”.
“Era una película de terror interminable que se repetía constantemente: inteligencia, interrogatorios, perros sueltos sobre nosotros, ametralladoras, a pesar de que sólo somos trabajadores, nos ocupamos únicamente de ganarnos la vida”, dice, gesticulando con las manos.
“Cada minuto rezábamos para morir y que esto terminara”, afirma el hombre, visiblemente agotado. Tras él llegan más hombres, en las mismas condiciones. Y delante, algunos van encaramados a un carro tirado por un caballo, que se adentra poco a poco en la Franja de Gaza, donde el sonido de las explosiones es incesante. N