

La Presidente Claudia Sheinbaum finalmente se reunió con Donald Trump en Washington. Y hay que decirlo con claridad: le fue bien. Sorprendentemente bien. La mandataria mexicana mostró una sobriedad y un rostro afable que, en honor a la verdad, pocas veces se le ve en su trato cotidiano dentro del país. Sus colaboradores y gobernadores seguramente se preguntarán dónde estaba escondida esa sonrisa.
En esta ocasión, la Presidente se condujo con temple y sensatez. Mantuvo un diálogo de altura alrededor del Mundial 2026 (y, más importante aún, sentó precedentes para despresurizar las tensiones económico-comerciales que habían escalado con rapidez en los últimos meses). No hubo estridencia, ni respuestas impulsivas, ni discursos de barricada. Hubo, en cambio, diplomacia. Y eso es digno de reconocimiento.
Incluso Trump (a quien la delicadeza pocas veces acompaña) optó por un tono cortés con México. Cuando ambos dejan el teatro de la confrontación, se abre una ventana de oportunidad: la certidumbre jurídica, la inversión y los empleos agradecen esas treguas.
Pero el aplauso termina aquí. Porque el éxito diplomático es apenas un gesto si, de este lado de la frontera, seguimos viviendo entre la violencia, la impunidad y la resignación. La verdadera presión no viene de Washington: viene de los mexicanos.
Además, estamos a las puertas de una coyuntura decisiva: la revisión del T-MEC, programada para el 1 de julio de 2026. Ese proceso no será solo técnico ni comercial: implicará una discusión geopolítica sobre el futuro de Norteamérica. Y si queremos asegurar inversiones, confianza y empleos, la seguridad pública deberá estar en el centro de la agenda: Porque la seguridad no es un tema policial, sino el cimiento de la estabilidad económica.
Sin seguridad no hay cadenas de suministro confiables; sin Estado de Derecho no hay productividad ni empleos formales; sin paz social, no hay crecimiento posible. Las empresas no invierten donde los cárteles dictan las reglas del juego.
De ahí que resulte urgente transitar hacia un acuerdo trilateral en materia de seguridad, que acompañe al T-MEC y lo modernice. Si compartimos la producción y el comercio, también debemos compartir la responsabilidad por la paz y la legalidad. No se trata de ceder soberanía, sino de reforzarla.
A veces da la impresión de que el gobierno es farol de la calle y oscuridad de su casa: mucha luz afuera, pocas soluciones dentro.
La deuda interna es enorme: seguridad, primero. Pero también educación, salud, infraestructura, desarrollo económico real y participación ciudadana en una democracia que se fortalezca, no que se simule. Si la Presidente puede mostrarse estadista afuera, deberá demostrarlo adentro. Porque el reconocimiento internacional sirve de poco si el país continúa exhibiendo grietas que ya resultan inocultables.
Aun así, queda un mensaje alentador: México sí puede conducirse con inteligencia y dignidad en la escena internacional. Cuando se deja a un lado la ideología y se abraza el pragmatismo, las cosas funcionan. Por eso (con toda justicia) hay que decirlo: bien por la Presidente, bien por Trump. Que esta haya sido la primera vez de muchas… y que las sonrisas en Washington se conviertan pronto en resultados en México.
Que, cuando llegue la revisión del T-MEC, México se presente no como un problema que administrar, sino como un socio confiable que garantiza paz, inversiones y futuro. Entonces sí, celebraremos no solo la forma, sino el fondo.
Fernando Schütte Elguero
@Fschutte
Consultor y analista