Hace algunos días, durante una visita al área de los Hamptoms, en el extremo oriental de Long Island, en Nueva York, tuve acceso a la publicidad local que las personas más ricas del estado, y quizá de Estados Unidos, reciben a diario.
La curiosidad me llevó a abrir una revista de lujo en una página cualquiera, y los servicios que allí se ofrecían me sorprendieron. El anunciante invitaba a sus clientes a incluir una sesión de IV (servicios intravenosos) entre las cosas que debían ofrecer a sus invitados a sus fiestas de matrimonio. La empresa ofrece sueros y soluciones que curan la llamada resaca, cruda, ratón o guayabo producto del consumo de alcohol en exceso.
El servicio que se ofrece a domicilio y para un número grande de personas es un reflejo de la lógica capitalista que busca oportunidades de lucro incluso en los excesos. Acelerar la recuperación de la intoxicación para permitirle a los clientes seguir consumiendo o volver al ciclo productivo sin permitirle al cuerpo el reposo que reclama.
El menú incluye además soluciones para los virus estomacales, la influenza, mejorar la concentración, aumentar la energía física, mejorar el sistema inmune y tratamientos de vitaminas —y antioxidantes— que “desintoxican” el cuerpo y fortalecen el cabello, las uñas y embellecen la piel.
Había incluso uno que ofrecía todos beneficios combinados, es decir, la solución para todo, la fuente de la eterna juventud. Imaginé un autobús lleno de catéteres con un pequeño ejército de enfermeros llegando a una mansión para atender a todos los invitados a una boda.
ENTRE BODAS Y SERIES
Allí estarían los novios recibiendo fluidos con sus trajes de ocasión, los suegros obsesionados con la juventud y los invitados disfrutando este servicio de “lujo”. Los precios oscilan entre 250 y 1,000 dólares por servicio. El precio de “curarle” la resaca a sus invitados es de 300 dólares por persona. El presupuesto de una fiesta de bodas con cien invitados tendría que incluir hasta 30,000 dólares para ofrecer este servicio.
En mi camino de regreso pensé en la serie Upload, que se transmite en Amazon Prime y dramatiza un servicio de vida eterna en formato digital. La premisa de la serie consiste en que pronto se desarrollarán sistemas que permitan hacer una copia digital total de nuestra mente y que de esa forma los seres humanos podrían seguir existiendo en un “cielo” o un “infierno” digital.
La realidad virtual sería un espacio ocupado por los muertos cuyo capital fuera suficiente para costear servicios de mantenimiento en parte a cargo de un proletariado digital y en parte realizado por seres de carne y hueso.
La vida eterna podría llegar a ser una realidad para aquellas personas que puedan pagarla. El más allá digital de los más ricos sería una extensión de su riqueza material en medio de la economía de mercado.
En ese más allá, la publicidad invadiría hasta los sueños y la palabra “consumo” sería sinónimo de la palabra existencia. La vida se transformaría en un videojuego de niveles interminables.
Una persona podría convertirse en su propio gemelo digital, en su propio padre virtual, y los vivos de carne y hueso podrían interactuar con programas calcados de lo humano que —conformados por bytes— constituirían una nueva forma de ser, actuar y pensar.
DE LA VIDA HUMANA A LA DIGITAL
Vivimos una era de transición irrefrenable, determinada por una lógica de consumo inclinada a favor de élites obsesionadas con la juventud y la vida eterna garantizadas por el capitalismo. Mientras que en el siglo XV los monarcas compraban bulas para “garantizar” un espacio en el “cielo” cristiano, en nuestra época se piensa en retrasar el envejecimiento con la esperanza de llegar a disfrutar de la tecnología que ofrecería una nueva clase de vida eterna.
En medio de estas circunstancias subyace una contradicción residual propia de los sistemas feudales, el derecho a heredar. Heredar significa, en términos del capitalismo moderno, recibir dinero o propiedades por las que uno no trabajó, pero que le corresponden por tener una relación genética o legal con alguien que fallece.
¿Si todos los ricos llegaran a ser inmortales qué sucedería con su deseo de reproducirse, de tener familia e hijos? ¿Para qué se reproducirían si en el más allá digital los esperaría una juventud eterna cuya única limitación sería el capital que tuvieran para pagar o mantener el servicio?
En la época en la que el mérito y el esfuerzo personal deberían determinar nuestro lugar en la sociedad, el sistema comienza a dar un giro tan fantástico como aterrador; tan sofisticado como irónico; tan poshumano como injusto. N
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Carlos Aguasaco es escritor, académico y profesor en The City College of New York. Los puntos de vista expresados en este artículo son responsabilidad del autor.