VILLAGRÁN, GTO. La pequeña comunidad de Santa Rosa de Lima es más que territorio de autos quemados, fincas con albercas y tomas clandestinas; es su gente, su devoción a la Virgen de Guadalupe y a San Judas Tadeo y la lealtad entre los pobladores a un líder criminal que nadie conoce, pero del que todos hablan.
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En medio de la tierra de las calles sin pavimentar, entre los encapuchados de la Marina y el ruido del helicóptero, las señoras salen a comprar las cosas para la comida, los niños aprovechan la suspensión de clases y con amabilidad saludan a los extraños que durante toda la semana han acudido a visitar la zona.
Antes de la madrugada del 4 de marzo, fecha en que intervino la Marina en el pueblo, era raro ver a gente ajena a la comunidad; hoy es común ver a los reporteros que con sus cámaras esperan captar el momento en que haya una nueva movilización.
«El pueblo está de moda», dice un hombre sentado en la esquina junto con otro que está sobre su bicicleta, al referirse a los múltiples visitantes de la última semana.
Ellos afirman que una de las casas con alberca encontrada a unos metros de la iglesia es de un empresario de Celaya y que no es de Antonio Yépez, El Marro, quien es señalado por dirigir el cártel del “huachicol” que lleva el nombre de la comunidad.
Santa Rosa, que se encuentra a 34 minutos de la cabecera municipal, tiene poco más de 2 mil habitantes, y en sus bardas y postes se observa solo propaganda política del Partido Nueva Alianza (PANAL) y del hoy alcalde, Juan Lara Mendoza, quien es originario de este lugar.
Las niñas juegan en el kiosco, justo al lado de la carpa del campamento de las Fuerzas de Seguridad Pública del Estado (FSPE); las señoras pasan en su bicicleta junto a la unidad de la Marina estacionada en la calle Hidalgo 56, justo en una de las dos fincas lujosas que están resguardadas.
Esta vez los pobladores ya no gritan, ya no se manifiestan ni se oponen a la presencia de los uniformados, a diferencia de los dos primeros días, cuando las mujeres con rebozo y los hombres con sudaderas se tapaban la cara y la cabeza para reclamar los supuestos abusos y saqueos. La gente ya se adaptó a la vigilancia permanente.
Con ojos grandes y con una forzada indiferencia, las mujeres en la tienda dicen desconocer al líder del grupo que ha enfrentado al Cártel de Jalisco.
«Yo nunca lo he visto», dice una, levantando los hombros. Otra afirma que ni sabían de las casas y los explosivos encontrados, aunque reconocen que la foto del “Marro” que «sacan en la tele» es de hace muchos años.
Los habitantes de Santa Rosa de Lima platican y comentan sobre el operativo pero aseguran que «no todos» los que viven ahí son gente del crimen. Algunos hombres y jóvenes van a Celaya o a algún municipio cercano a trabajar o a la escuela; las amas de casa ni siquiera salen del lugar, ya que ahí tienen lo necesario para hacer de comer y llevar a los niños al kínder o a la primaria.
Entre la calma natural del poblado, se aprecian seis camionetas de la SEMAR que patrullan las estrechas calles con tierra. Solo la calle principal Leandro Valle tiene pavimento, en el que aún se observan los vidrios rotos y los residuos de la incursión de la ley en la madrugada del lunes 4 de marzo.
A una semana de haber iniciado el operativo, apenas retiraron los cascarones de los autos calcinados, pero los marinos y las Fuerzas de Seguridad Pública del Estado se mantienen resguardando la zona y a la expectativa de una nueva instrucción.