Hemos crecido con la idea de que la leche es imprescindible para nuestra salud, que sin su aporte de calcio no podríamos alcanzar nuestra estatura máxima ni desarrollo óseo correcto.
Lo que sabemos hoy es que la leche materna es la única que necesitamos durante nuestros primeros años de vida para poder desarrollar nuestra flora intestinal de la manera correcta y así evitar alergias, intolerancias y enfermedades a largo plazo.
Nuestro cuerpo es tan sabio que después de los dos años de edad empieza a dejar de producir la enzima que ayuda a degradar la lactosa.
La mayoría de las personas tienen alguna reacción hacia los lácteos sin saberlo. Y presentan síntomas como insomnio, indigestión, acné, malestar estomacal, desarrollo de alergias, gastritis o reflujo, todo provocado por el consumo de lácteos.
Durante años hemos sufrido cambios drásticos en la producción de alimentos. Los animales que comemos pasaron de tener una dieta basada en plantas a una con alto consumo de trigo genéticamente modificado. También su forma de vida ha cambiado: antes estaban libres y tenían espacio para poder caminar, y ahora no pueden salir de su corral, por lo que el animal se estresa. El estrés hace que el animal libere hormonas que al final nosotros vamos a ingerir.
Todos estos cambios nos llevan a entender que la leche y productos derivados del animal han bajado de calidad. Por lo que consumimos antibióticos, hormonas y grasa no saludable.
La nutrición no es una receta general y cada persona es diferente, por lo que dejar los lácteos es una decisión de personal. Escucha a tu cuerpo.