“¡Quihúbole, Cochiloco!”, “¿Cómo estás, Cochiloco?”… Estas y otras similares son expresiones que el actor Joaquín Cosío Osuna enfrenta constantemente en los espacios públicos.
Al personaje lo conocen en todas partes. Incluso, es posible que la gente no recuerde con precisión su nombre, pero sí el sobrenombre del emblemático personaje que se quedó en la memoria del colectivo desde aquel 2010 cuando se estrenó la película mexicana El infierno.
El Cochiloco, personaje al que Joaquín Cosío dio vida, se llama Juan Manuel Salcido Auzeta, de acuerdo con su biografía ficticia. Nacido en San Ignacio, Sinaloa, y asesinado en Zapopan, Jalisco, es un capo de una organización criminal dedicada al tráfico de drogas en México.
El que lo identifiquen con ese personaje es un gesto que Joaquín agradece mucho. El aprecio de la gente es entrañable, asegura.
Tras su participación en Matando cabos, donde interpretó al Mascarita, un papel obtenido en un casting, hubo varios personajes que Joaquín Cosío califica como “memorables”. Pero ninguno tan famoso como el Cochiloco. A partir de este, fue reconocido por el público y abrió su camino a otros papeles cinematográficos nacionales e internacionales.
Oriundo de Tepic, Nayarit, Joaquín Cosío nació el 4 de octubre de 1962. Tras la muerte de su madre, cuando él tenía un año de edad, así como la migración de su padre a Estados Unidos, lo llevaron a vivir con su abuela.
Con 11 años cumplidos decidió reunirse con sus siete hermanos que vivían en Mexicali, Baja California. Un par de años después cambió de residencia a Ciudad Juárez, Chihuahua.
PRIMEROS ACERCAMIENTOS CON LA ACTUACIÓN
En esa ciudad descubrió su pasión por el teatro y tuvo sus primeros acercamientos con la actuación. Y ahí mismo vivió una encrucijada: decidirse entre una vida resuelta a través de la docencia o una incierta en busca de su gran sueño: actuar.
Antes de ello, cuando tenía entre 18 y 20 años, asistió a un taller literario. La inquietud de escribir desde joven lo llevaba a desarrollar diversos textos. En aquel tiempo un amigo lo invitó a un taller literario. Ahí conoció al escritor potosino David Ojeda, quien fungió como su maestro y amigo.
“En aquel taller los integrantes hablábamos de lo que escribíamos y se cuestionaban los escritos sin ningún tipo de condescendencia”, comenta Cosío en entrevista con Newsweek en Español. “Ahí descubrí un mundo totalmente distinto porque también hablábamos de temas como la pintura y el arte. El mundo se abrió para mí, un joven provinciano. Desde entonces la experiencia literaria forma parte importante de mi vida”.
Producto de aquella experiencia literaria, publicó una obra teatral y dos libros de poesía. “Lo mejor que me podía pasar en ese taller era leer porque, si lees, de alguna manera aprendes a escribir. Es un binomio que se forma y sigo disfrutando la experiencia de la lectura de una manera única”, añade.
Con emoción, comparte que le gusta leer poesía y que los poetas latinoamericanos son sus predilectos, aunque también disfruta a los estadounidenses y franceses.
JOAQUÍN COSÍO SE PERFILABA PARA SER PERIODISTA
Cosío se perfilaba para ser periodista. Estudió ciencias de la comunicación en la Universidad Autónoma de Chihuahua. Incluso formó parte del equipo de reporteros de El Diario de Juárez y el periódico Norte. Sus conocimientos y capacidad para impartir clases lo convirtieron en docente en la Universidad Autónoma de Chihuahua y en la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez.
Aun con su desarrollo profesional a cuestas, años atrás ya se había convertido en actor, “sin darme cuenta”.
“Soy un actor que no tiene escuela. Comencé en la preparatoria cuando un joven de rizos llegó al salón a invitarnos a un taller de teatro. Yo atendí su invitación y, a raíz de ello, nos invitó a otro taller teatral.
“No tuve ninguna anagnórisis, ninguna revelación, simplemente viví algo que me impactó y que me divirtió. Ahí es donde decidí que quería continuar con ello. Yo era bastante tímido y esa experiencia me permitió dar salida a muchas cosas internas. Así obtuve la entrada a un grupo teatral del cual formé parte durante bastantes años”, narra.
Joaquín atravesaba los 30 años cuando el director teatral Luis de Tavira llegó a Ciudad Juárez en busca de actores para su obra sobre el juicio de Felipe Ángeles. Cosío Osuna fue uno de los elegidos, y tras su participación viajó con todo el elenco a presentar la puesta en escena en la Ciudad de México.
A esa oportunidad le apostó todo. Su objetivo era quedarse en la capital del país haciendo teatro. “¿Estás loco!”, le cuestionaba constantemente su padre. Pero nada lo hizo cambiar de opinión. Ni siquiera la oportunidad de una vida estable.
ERA CATEDRÁTICO UNIVERSITARIO
Cosío tenía la vida resuelta en Ciudad Juárez. “Yo era catedrático universitario, ya tenía una plaza y tenía novia. A todo eso le dije adiós. Siempre recuerdo a mi padre diciéndome: ‘¿Estás loco!’ ‘¿Qué te pasa, a dónde vas!’.
“También me advirtieron que ya estaba grande. Me preguntaban si quería salir en las telenovelas. Yo no quería eso, yo iba al teatro. Vine a la ciudad y tuve suerte, bastante fortuna, y de pronto estaba haciendo una obra con Ofelia Medina. Así comenzó a cambiar radicalmente mi vida”, cuenta el Joaquín Cosío.
Para él, hablar de teatro es una experiencia que sobrepasa los sentidos. Con profunda emoción que se refleja en su voz y sonrisa, asegura que la diferencia sustancial entre el teatro y el cine o la televisión es que en estos últimos se tiene la oportunidad del “corte” si el actor se equivoca y se vuelve a empezar.
En el teatro, comenta, ocurra lo que ocurra, se tiene que seguir adelante y de la mejor manera. Sobreponerse a los yerros y las fallas. “El teatro sigue siendo una experiencia totalmente orgánica. Hablo del teatro que se hace sin apuntador, sin micrófono; el actor, como tal, enfrentado al escenario y al público con sus recursos: la voz, la proyección emocional, su capacidad fonética y expresiva. Esa es una experiencia literalmente orgánica, sensible y sanguínea”.
LA FAMA ES EFÍMERA Y TRANSITORIA
En la actualidad a Joaquín se le identifica mayormente por sus actuaciones en el cine. La grandeza que le ha aportado a sus papeles lo ha llevado a actuar en cintas estadounidenses como: 007: Quantum of Solace, The Suicide Squad, Spider-Man: un nuevo universo, El Llanero Solitario, Savages. Todos estos papeles obtenidos mediante casting.
No obstante, antes del estadounidense, el cine mexicano es una pieza importante en la carrera de Cosío, quien toma como ejemplo las proyecciones del director Luis Estrada: “Él tiene un antecedente importante en relación con la manera como el cine es recibido por el público y las instituciones”.
Explica: “En algún momento se intentó que La ley de Herodes fuera prohibida por el Instituto Mexicano de Cinematografía, una institución que tenía que proteger al cine. Se permitió su proyección tras la reacción de Luis Estrada, Damián Alcázar y el público. La defensa de la gente y de los actores fue un parteaguas contra la censura. No se trata de política, hay buen cine antes que otra cosa. Luis Estrada, antes que el discurso político, hizo una muy buena película”.
Sobre la mudanza de las películas de la pantalla grande a las plataformas digitales, asevera que estas no superan la experiencia del cine. Para él, la experiencia de llegar a una sala donde se proyecta un filme en tamaño grande sigue siendo insustituible. Por eso prefiere un lugar donde hay personas a su alrededor y de pronto todos comparten el sobresalto, la risa y las emociones.
UN ACTOR SIEMPRE AMABLE
El ganador de un Ariel por mejor coactuación masculina en El infierno ha dado vida a generales, agentes, narcotraficantes, luchadores. Y esta diversidad de personajes, muchos recordados incansablemente por el público, hacen reflexionar al Joaquín Cosío sobre la fama: “Tengo la premisa de ser siempre amable con la gente porque es la gente la que te da cierto lugar. Siempre hay que agradecer que la gente esté ahí.
“En tanto, considero que la fama en la televisión con los jóvenes es masiva, pero también es efímera y transitoria. Se termina la telenovela y ya desaparece”.
Sin embargo, explica, el actor teatral es un actor sólido. El prestigio de un actor escénico es para siempre. En ese sentido, la fama tal vez es una especie de espejo al que no hay que voltear demasiado. “Se debe hacer siempre lo que sabemos hacer de la misma manera que la primera vez, respetar a la gente y agradecerle”, concluye. N