No es solo la masa la que está alimentando el ascenso de la moneda electrónica. Ahora los financieros tradicionales han añadido un combustible considerable al cohete del bitcoin.
POCO ANTES de que estallara la última burbuja del bitcoin, más o menos por la fecha en que Paris Hilton, la celebridad de la alta sociedad, emitió su propia “ficha digital” y los idealistas y novatos de todo el planeta todavía estaban mareados con la idea de eludir a Wall Street, los bancos centrales y los multimillonarios usuales con nuevas monedas digitales, Mike Novogratz terminaba una charla en una conferencia sobre criptomonedas en la Ciudad de Nueva York.
Novogratz, exejecutivo de Goldman Sachs convertido en defensor del bitcoin, había dado muchos discursos antes, por lo general a un público de personas financieras formales. Sin embargo, esta vez bajó del escenario para recibir el mismo trato que una estrella de rock de parte de una multitud de millennials. “Literalmente, fotos, fotos, fotos”, dice. “Todos querían tomarse una selfie. Una muchacha se acercó y empezó a temblar: ‘¿Podrías firmar esto?’ Fue en verdad extraño”.
“Así que empecé a vender”.
Fue una acción inteligente. Para 2019, el bitcoin, una moneda digital conocida por su volatilidad, había caído a menos de 4,000 dólares. Sin embargo, en meses recientes de nuevo ha comenzado una marcada trayectoria hacia arriba. Aumentó de 11,000 dólares en septiembre a 24,000 dólares en diciembre, pasó los 40,000 dólares en enero y alcanzó los 61,000 dólares en marzo —más de tres veces su máximo de 2017 y 19 veces más que su mínimo más reciente en 2019— y propició miedos de que haya otra burbuja.
Pero esta vez las cosas son diferentes en por lo menos un aspecto: no es solo la masa la que está alimentando el ascenso de la criptomoneda. Los financieros tradicionales también han añadido un combustible considerable al cohete del bitcoin.
Con las tasas de interés flotando alrededor de cero, los gobiernos adquiriendo deudas por billones en estímulos por el covid-19, y las valoraciones de los títulos llegando a niveles que algunos inversionistas consideran absurdos, los líderes corporativos e inversionistas institucionales se han desesperado cada vez más por hallar dónde apilar su dinero. En febrero, grandes inversionistas —incluido Elon Musk, el jefe de Tesla; Blackrock, la gestora de inversiones más grande del mundo, y las potencias bancarias Goldman Sachs y Morgan Stanley— revelaron sus planes de comerciar con bitcoins e invertir en estos en nombre de algunos clientes. Tanto Visa como Mastercard dijeron que planean añadir las criptomonedas a sus redes de pagos después del anuncio en diciembre de Dan Schulman, director ejecutivo de PayPal, de permitirles a los usuarios estadounidenses el comprar, vender y conservar criptomonedas. El multimillonario Mark Cuban también ha dado su respaldo al bitcoin.
Qué significa la llegada del dinero inteligente para la viabilidad a largo plazo del bitcoin y otras criptomonedas —y para el futuro del oro y las formas tradicionales de papel moneda emitido por los gobiernos— sigue siendo un asunto de intensa especulación y debate. Quienes deciden las políticas y los economistas como Charlie Munger, de Berkshire Hathaway, y Janet Yellen, la nueva secretaria del Tesoro de Estados Unidos, han advertido sobre los efectos desestabilizadores de una segunda implosión del bitcoin, lo cual podría terminar vaporizando la riqueza de los inversionistas regulares atrapados en el frenesí: el mercado de la moneda electrónica está valuado en 1.78 billones de dólares.
Los mandarines de la política han revivido la discusión de burbujas especulativas previas, como la manía del siglo XVII por los tulipanes neerlandeses, el pasado vergonzoso de las criptomonedas como un vehículo para el submundo criminal y el consumo de energía que se necesita para la actualización continua y distribución global de la red de computadoras con 10,000 nodos que se usa para escarbar el bitcoin y rastrear la propiedad de aproximadamente 18.7 millones de monedas electrónicas actualmente en circulación.
Incluso si estos miedos no se materializan, el lado positivo tampoco es exactamente cómodo. Si el bitcoin continúa su ascenso como moneda independiente, regulada con laxitud y más allá del alcance de las autoridades locales y los bancos centrales, podría perturbar el orden financiero del mundo y dificultar mucho más que los gobiernos animen sus economías mediante alterar las existencias de la moneda local.
El respaldo de los grandes bancos e inversionistas podría tener consecuencias potencialmente profundas, para bien o para mal, para el futuro del dinero y la banca. Razón por la cual los reguladores estadounidenses propusieron recientemente una serie de requisitos estrictos de revelación de las entidades que venden criptomonedas, el gobierno chino empezó a poner a prueba su forma propia de moneda digital y, en marzo, legisladores indios propusieron exigirles a los inversionistas que liquiden sus reservas de criptomonedas como bitcoin en un plazo de seis meses y, después, penalizar la posesión.
No obstante, los porristas de las criptomonedas, como Novogratz, dicen que los aguafiestas llegaron demasiado tarde: la suerte está echada, el bitcoin llegó para quedarse. “El 75 por ciento de la riqueza mundial lo poseen personas de 50 a 85 años, quienes compran los productos de inversión de los actores tradicionales”, comenta. “La mayoría del crecimiento de las criptomonedas hasta ahora ha provenido de los jóvenes. Pero estamos a punto de conectar esta tubería gigantesca a la riqueza del mundo”.
No todos están tan seguros. Un informe reciente de Citigroup sugiere que el mundo financiero ahora se encuentra entre dos futuros posibles. El bitcoin “se balancea en el punto de inflexión entre la aceptación generalizada o una implosión especulativa”, dicen los analistas de Citigroup. “Los acontecimientos al corto plazo posiblemente resulten ser decisivos”.
En otras palabras, 2021 está apuntando para ser el año más relevante en los coloridos 13 años de historia de esta criptomoneda.
“El cambio en la psicología no sucedió de la noche a la mañana”, expresa Novogratz. “Pero el dique finalmente se rompió, y el dique se rompió en los últimos tres meses, y se siente maravilloso que el dique se haya roto”.
LA LEGITIMACIÓN DE LAS CRIPTOMONEDAS
No es una exageración sugerir que el bitcoin se inventó en anticipación a precisamente el escenario económico actual.
Cuando el misterioso ingeniero informático Satoshi Nakamoto lanzó formalmente la red bitcoin, el 9 de enero de 2009, incrustó un mensaje entre las 31,000 líneas de código informático que era imposible no ver: “Ministro de hacienda a punto de un segundo rescate para los bancos”, decía este, refiriéndose a un artículo en primera plana en el London Times publicado la semana anterior.
El encabezado enfatizaba la justificación más obvia para la adopción de la criptomoneda. Como resultado de la crisis financiera de 2008, los banqueros centrales de todo el mundo inundaban los mercados con moneda nueva, apisonaban las tasas de interés y gastaban miles de millones para estabilizar la economía en un intento de prevenir una depresión mundial, como lo han hecho durante la pandemia. El nuevo dinero digital de Nakamoto fue diseñado como una manera de que los individuos se protegieran a sí mismos de las presiones inflacionarias que muchos creían que sucederían inevitablemente: un refugio inmune a las maquinaciones y caprichos de cualquier gobierno, economía o moneda.
Para proteger sus fichas digitales de la influencia externa y asegurar su adopción mundial, Nakamoto creó una estructura de incentivos destinada a hacer que los usuarios de computadoras de todo el mundo instalaran su software y se unieran a una red de computadoras con actualización continua y distribución mundial que existiera más allá de la jurisdicción reguladora de cualquier gobierno. Cada “nodo” informático almacenaría su propia copia de un libro de contabilidad que rastreaba la ubicación y transferencia de toda unidad de su moneda digital y que se actualizaría con “bloques” de transacciones nuevas escritas y añadida, a intervalos regulares, a la “cadena de bloques”.
A cambio de su participación en la creación y mantenimiento de este “libro de contabilidad distribuida” que no se puede hackear, los dueños de cada nodo de la cadena de bloques entrarían en una lotería virtual, elegibles para ganar una porción del próximo lote de “bitcoins” generados por computadora; en esencia, una parte del código codificado. Los bitcoins se producirían y lanzarían al mundo con una cronología fija hasta que la provisión total alcanzara los 21 millones, y en este momento quienes trabajaban para mantener la cadena de bloques serían compensados con pequeñas tarifas por transacciones.
En 2010, después de unos meses de colaborar virtualmente con otros desarrolladores en línea para afinar el código fuente, Nakamoto anunció que haría “otras cosas”. Luego desapareció.
La creación que dejó tras de sí ha ganado popularidad desde entonces. Al principio fue aceptada por una coalición variopinta de criptoanarquistas, libertarios e ingenieros idealistas de Silicon Valley. También atrapó la imaginación de una amplia gama de individuos de mala reputación, atraídos por el anonimato y la facilidad con que se puede transferir el bitcoin en línea, quienes buscaban llevar a cabo actividades ilícitas fuera de los canales financieros tradicionales. De hecho, muchos estadounidenses oyeron por primera vez sobre esta moneda electrónica cuando el FBI desmanteló un enorme bazar en línea de mercado negro y drogas, conocido como Silk Road en 2013, donde el bitcoin era la moneda elegida.
Pocas semanas después de la redada contra Silk Road, Novogratz se convirtió, por accidente, en la figura de Wall Street más conocida en sugerir que estas oscuras fichas digitales en realidad podían tener algo de valor.
En palabras de Novogratz, durante un panel de discusión alguien le pidió su opinión sobre invertir en las divisas de naciones pequeñas y oscuras. Por entonces, Novogratz, un hombre delgado de cincuenta y tantos años, exluchador de Princeton de mentón cuadrado, cabeza rapada, ojos azules penetrantes y el pavoneo contenido de un verdadero Bobby Axelrod, el protagonista de fondos de cobertura de Billions, la exitosa serie de HBO, era un miembro del comité de asesoría en inversiones en mercados financieros de la Reserva Federal de Nueva York, así como codirector de inversiones de fondos macro para el Grupo Fortress de Inversión, con valor de 55,000 millones de dólares.
Resultó que él recientemente había metido 3 millones de dólares de su propio dinero en la nueva divisa exótica, que por entonces se comerciaba por debajo de 100 dólares la moneda. Era una inversión totalmente especulativa, tan especulativa que él y un colega en el fondo concluyeron que su consciencia no les permitiría arriesgar el dinero de la compañía en ella.
Novogratz luego argumentó por qué el bitcoin pasaría de 100 a 1,000 dólares. Entre sus argumentos: a los chinos parecía gustarles, y había muchos de ellos; la moneda había atrapado la imaginación de un grupo pequeño de criptoanarquistas que estaban en modo de compra, y la gente estaba cada vez más enojada con las políticas del Banco de la Reserva Federal de Estados Unidos y le preocupaba la hiperinflación.
Novogratz se despertó para encontrarse en la portada del Financial Times bajo el encabezado: “Bitcoin respaldada por alto gerente de fondos de cobertura”. Fue acosado con solicitudes de reporteros para que apareciera en televisión y diera discursos, un testimonio de cuán inusual eran sus opiniones por entonces. De inmediato, fue parte de un grupo pequeño de expertos en la industria incipiente. Cuando el bitcoin llegó a los 1,000 dólares, convirtiendo su participación de 3 millones en 30 millones de dólares, Novogratz consideró venderla para comprarse un jet. Un colega en Fortress le aconsejó acertadamente que no lo hiciera.
En 2015, cuando su fondo de cobertura estuvo a la baja después de una serie de malas apuestas en divisas, Novogratz dejó Fortress y vendió sus acciones de la compañía. Lleno de efectivo, marginado de las finanzas tradicionales y súbitamente a la deriva, contactó a un viejo amigo de Princeton, Joe Lubin, quien recientemente había fundado una compañía, ConsenSys, para diseñar aplicaciones de cadenas de bloques. Cuando el recién empleado Novogratz pasó a visitar a Lubin en la oficina de ConsenSys en Brooklyn poco después de que la abrió, “ese fue mi momento de descubrimiento”, dice. “Pensé: con mil demonios, esto no es solo un comercio. Esto es una revolución”.
Por supuesto, las revoluciones a menudo son precedidas por burbujas. Razón por la cual, poco después de que lo rodeó a multitud en aquella conferencia de 2017, Novogratz dice que empezó a liquidar su participación en el bitcoin. En enero de 2018 lanzó Galaxy Digital y puso la mira en obtener la aceptación de los tradicionalistas para las criptomonedas, de las cuales él había llegado a creer que se convertirían en una clase permanente de activo. Esperaba hacer de su compañía la “Goldman Sachs del mundo de las criptomonedas” que ofrecería comercio, servicios de consultoría y banca de inversión de “los chicos más listos en la sala”.
(Revelación completa: la última vez que escribí sobre el bitcoin para Newsweek, a principios de 2019, el argumento de Novogratz me pareció tan convincente que me vi arrastrado por el frenesí. Después de que se publicó mi artículo hice una inversión de ficha en su compañía con mi plan 401(k), así como una porción de un bitcoin. Rápidamente vi desplomarse su valor).
Novogratz sabía que el obstáculo más grande para la adopción institucional era el pasado turbio y vergonzoso del bitcoin. Así que, desde el principio, buscó darle legitimidad a la criptomoneda. Él y su equipo persuadieron a Mike Bloomberg, exalcalde de la Ciudad de Nueva York, cuya compañía mediática tenía 300,000 suscriptores en su terminal comercial emblemática, para que lanzara el Índice Bloomberg Galaxy de Criptomonedas, el cual da un rastreo en tiempo real del precio de nueve criptomonedas, incluidas bitcoin, ethereum y XRP, entre otras. El índice también le da una poca de credibilidad a las monedas.
“La gente piensa: ‘A ver, esto es algo real si está en una copia de Bloomberg’”, dice Novogratz. “Eso suena pequeño. No es pequeño. Así es como haces que algo salido de los márgenes entre en el mercado tradicional”.
Después de que Bloomberg lanzó el índice en mayo de 2018, Novogratz se presentó a reuniones con ejecutivos de Wall Street para explicarles cómo funciona el bitcoin, por qué deberían invertir en él y por qué es más que una simple herramienta para quienes lavan dinero.
Los actores tradicionales empezaron a entrar en la criptomoneda poco después de la implosión de la primera burbuja. Surgieron nuevas compañías, destinadas a construir la infraestructura que sería necesaria para que las instituciones invirtieran en el bitcoin. Una de las más eminentes fue una bolsa de valores revelada en agosto de 2018 por Jeffrey Sprecher, presidente de Intercontinental Exchange, la cual poseía y operaba la Bolsa de Valores de Nueva York y otras 25. Sprecher formó una compañía, Bakkt, junto con su esposa y futura senadora federal, Kelly Loeffler, quien fungiría como su directora ejecutiva, y buscó la aprobación reguladora para contratos futuros de comercio basados en la criptomoneda. El apoyo de la compañía de Sprecher fue una victoria para los defensores de las monedas electrónicas. La bolsa de valores empezó a comerciar futuros en septiembre de 2019, y para el siguiente septiembre comerciaba hasta 15,955 bitcoins por día, valuadas en 200 millones de dólares al momento del anuncio.
Otros inversionistas también se unieron. Tyler y Cameron Winklevoss, famosos a causa de Facebook, iniciaron la Gemini Trust Company, la cual convertirían en una importante bolsa de valores de criptomonedas, en 2015. La compañía trabajó con el estado de Nueva York para obtener el sello de aprobación regulatoria, un dejo del “rigor de las finanzas tradicionales” que ayudó a que las criptomonedas se libraran de la imagen de forajidas, dice Noah Perlman, director de operaciones de Gemini. En 2016, Gemini se convirtió en la primera bolsa de valores oficialmente licenciada en Estados Unidos para ethereum, otra criptomoneda, después de que el gobernador Andrew Cuomo anunció su aprobación.
Cuando Gemini reclutó a Perlman, quien se unió a la compañía en octubre de 2019, al principio como jefe de cumplimiento, fue otro empuje para los defensores de las criptomonedas. Como exabogado de la Administración de Control de Drogas, fiscal federal adjunto y director administrativo de Morgan Stanley, Perlman no desconocía el ángulo legal: sabía cómo los narcotraficantes y quienes lavaban dinero usaban la criptomoneda para evadir a las autoridades.
Perlman fue uno de muchos ejemplos de cómo las compañías de criptomonedas han contratado a talentos de primera con historiales reguladores para ayudarles con la legitimidad. En 2018, Coinbase, una bolsa de valores digital de criptomonedas, con valor de 8 millones de dólares y oficinas en Silicon Valley, la cual solicitó una oferta pública hace unas semanas, contrató a Brian Brooks para que fungiera como su director de cumplimiento. Brooks, exsocio administrativo de la oficina en Washington, D. C., de la poderosa central legal O’Melveny & Myers, tenía conexiones cercanas con la industria bancaria y había fungido por cuatro años como vicepresidente ejecutivo, consejero general y secretario corporativo de Fannie Mae.
En 2020, después de dos años en Coinbase, Brooks se unió a la Oficina del Auditor de la Moneda (OCC) de Estados Unidos, como alto auditor adjunto y director de operaciones, una poderosa y elevada posición gubernamental desde la cual promover los intereses de la industria. A cargo de asegurar la integridad del sistema bancario estadounidense, la OCC es la única institución estadounidense con la autoridad de conceder un privilegio de banco nacional y determinar qué constituye un banco. Ellos también se lo pueden quitar a las instituciones que no sigan las normas. Alrededor del 70 por ciento de los bancos estadounidenses son regulados por la OCC.
Con Brooks, la Oficina del Auditor de la Moneda emitió una serie de “cartas interpretativas” que hicieron muchísimo para tranquilizar a los bancos preocupados por la legalidad y el riesgo asociado con la criptomoneda, comenta Kristin Smith, directora ejecutiva de la Asociación Blockchain, un grupo de defensoría con oficinas en Washington, D. C. Las cartas aclararon que los bancos pueden almacenar legalmente los bitcoins contenidos en “carteras digitales” para sus clientes, conectar computadoras al libro digital de contabilidad de la criptomoneda y establecer su propio “nodo” individual en la cadena de bloques.
En enero, la OCC por primera vez le dio el privilegio de banco nacional a una compañía, Anchorage, lo cual significa que puede actuar como depositario de criptomonedas, almacenándolas en nombre de sus clientes. Poco después, la OCC emitió un privilegio similar a Protego. Estas acciones notificaron que las instituciones de criptomonedas ahora operarían dentro del sistema regulatorio del gobierno como entidades legítimas sujetas a las protecciones al cliente y las supervisiones vistas en las finanzas tradicionales.
“Que estos tipos de acciones provengan de la OCC dio una señal en verdad positiva de que las criptomonedas llegaron para quedarse”, opina Smith. “Fueron en verdad importantes”.
Estas acciones ayudan mucho a explicar por qué las actitudes hacia las criptomonedas en Wall Street y el resto del sistema financiero establecido han cambiado considerablemente en meses recientes. Además, a finales del año pasado líderes de opinión en Wall Street, como Paul Tudor y Stanley Druckenmiller, revelaron que poseen bitcoins, con lo que hicieron ver que la moneda electrónica ya no es algo de lo cual avergonzarse.
Ello montó el escenario para febrero, cuando las criptomonedas dieron un gran salto dentro de las finanzas tradicionales. Rick Rieder, director de inversiones de Blackrock, reconoció por primera vez que su compañía, la gestora de activos más grande del mundo, había empezado a “incursionar en el bitcoin”. Morgan Stanley empezó a comprar la moneda electrónica para algunos clientes y reveló que había tomado una participación del 10 por ciento en MicroStrategy, una compañía de software que se comercia en el NASDAQ y que almacena miles de millones de bitcoins en su hoja de balance. Goldman Sachs revivió su moribunda mesa de operaciones con criptomonedas, y BNY Mellon, el banco más antiguo de la nación, comentó que planea abrir una unidad de activos digitales más tarde este año.
Elon Musk, el voluble director de Tesla, ha hecho equipo con Jack Dorsey, director de la compañía de pagos Square, y con MassMutual Insurance, entre otras, para convertir en criptomonedas parte del efectivo corporativo de su compañía de autos eléctricos. Adquirió una suma modesta de 1,500 millones de dólares en bitcoins y anunció que aceptaría la moneda como pago por sus autos. Virgin Galactic ahora acepta la moneda digital para viajes espaciales.
La inversión de Musk es exigua en comparación con la de MicroStrategy, una compañía de software comercial inteligente que durante el último año ha acumulado una participación de 4,500 millones de dólares. Su director ejecutivo, Michael Saylor, dice que empezó a comprar a principios del año pasado porque sus inversionistas esperaban de él que diera un rédito que por lo menos le siguiera el paso con el ascenso en el S&P 500. Expresa que conservar en efectivo los fondos de reserva de su compañía, cuando la Reserva Federal inundó el mercado con dólares nuevos, ya no parecía una opción.
“Nadie puede mantenerse a flote si almacena 1,000 millones de dólares en efectivo en una cuenta bancaria que da 15 puntos base cuando el costo de todo lo que quieres comprar subirá 25 por ciento en un año”, dijo Saylor a Newsweek. “Esa es una idea espantosa”.
ORO DIGITAL
Todavía queda por ver si las actitudes cambiantes son suficientes para asegurar que el bitcoin y otras criptomonedas llegaron para quedarse. No todos están convencidos. Kenneth Rogoff, economista de Harvard, execonomista en jefe del Fondo Monetario Internacional y experto en crisis financieras e independencia de bancos centrales, dice que la actual y extraordinaria situación económica, creada por la desaceleración de la pandemia, dificulta el extrapolar para el futuro.
“Es algo difícil el saber qué significa todo esto, cuando las tasas de interés están tan bajas”, comenta Rogoff. “Lo sabremos mejor cuando las tasas de interés finalmente empiecen a subir. A fin de cuentas, para que el bitcoin tenga un valor a largo plazo —y enfatizo a largo plazo—, necesita haber un uso que no sea solo comerciar una criptomoneda por otra, como intercambiar historietas o tarjetas coleccionables”.
El economista es escéptico de que exista tal justificación en las circunstancias normales, por lo menos una lo bastante fuerte para compensar los aspectos negativos. Señala que el bitcoin es “efectivo con esteroides” —más fácil de mover que el efectivo e igual de no rastreable—, razón por la cual Hezbolá y otras organizaciones turbias lo usan. Rogoff espera que continúe el debate sobre cuánto regular el bitcoin y otras criptomonedas. Para el consumidor normal, esta moneda electrónica sí conlleva altos costos por transacción y es medioambientalmente ineficiente. “Si el bitcoin alguna vez empezara a usarse para transacciones más rutinarias —dice— va a ser regulada más fuertemente. Todo banco central espera esto”.
Rogoff reconoce que cuanta más gente poderosa e influyente compre la criptomoneda como reserva de valor —una especie de “oro digital”—, se hace cada vez más difícil que los reguladores occidentales la aniquilen de plano.
“Esta es gente muy poderosa e influyente, pero, a fin de cuentas, no es del interés público hacer transacciones de una manera que no se pueda rastrear fácilmente”, dice Rogoff. “Sus partidarios tal vez sean capaces de comprar a algunos políticos a corto plazo, pero todos están viendo esto, todas las tesorerías. Algunos reguladores me han dicho: ‘Mira, por el momento hay innovación que proviene de este espacio; si empezamos siquiera a ver muchas transacciones en nuestro país, le vamos a ajustar las riendas, pero por el momento, procedemos con cautela”.
Según considera, al final los gobiernos de todo el mundo posiblemente les prohíban a los establecimientos minoristas el usar el bitcoin y les prohíban a los establecimientos financieros aceptarlo por ley. “Al momento los gobiernos no han intervenido ni hecho algo al respecto”, comenta. “Pero lo harán”. (Como si los hubiera convocado, pocos días después de que entrevisté a Rogoff, Reuters citó a un alto funcionario del gobierno indio diciendo que la democracia más grande del mundo posiblemente se convertiría en la primera economía importante en hacer ilegal la criptomoneda).
El argumento de Rogoff se ha usado para justificar los nuevos requisitos de reportes para las criptomonedas propuestos en los últimos días de la administración de Trump, los cuales exigirían que los cambios de estas rastreen lo que sus clientes hacen con ellas y dónde terminan. En un intento obvio de evitar una reacción negativa, Steven Mnuchin, secretario del Tesoro, reveló la propuesta inicial poco antes de Navidad, con un periodo truncado de comentarios de 15 días. Los cabilderos de la industria trabajaron durante las vacaciones, reunieron más de 7,000 comentarios oponiéndose a las reglas, y contrataron a Paul Clement, exfiscal general y un peso pesado en Washington, D. C., para que los representara.
Al final, el Tesoro aceptó ampliar el periodo de comentarios, permitiendo que se pasara a la administración de Biden. Smith, de la Asociación Blockchain, cree que los funcionarios actuales del Tesoro están adoptando un enfoque “mucho más razonable” para hallarle una solución al problema del lavado de dinero.
Smith argumenta que, como a los bancos no se les exige que rastreen cómo sus clientes gastan su efectivo después de retirarlo, no es justo exigir que los cambios de criptomonedas rastreen las transacciones. Queda por ver si al final ganarán la discusión.
Otros exreguladores y expertos están menos seguros que Rogoff con respecto a que una regulación estricta es inevitable. Aun así, advierten que las valoraciones actuales del bitcoin podrían ser insostenibles. Uno de estos escépticos es Raghuram Rajan, profesor de finanzas en la Escuela Booth de Comercio de la Universidad de Chicago, cuyo largo currículo incluye períodos como economista del FMI y gobernador del Banco de la Reserva de India; en 2005 estuvo entre los primeros en advertir sobre los riesgos crecientes para el sistema financiero estadounidense, lo cual pareció profético cuando estalló la burbuja de los préstamos de alto riesgo un par de años después.
Rajan ahora dice que el bitcoin y otras criptomonedas “son vistas cada vez más como una clase de activo que está valuadas simplemente porque otros las valúan. En ese sentido, tiene algunas características de lo que los economistas llaman una burbuja: algo que es valioso solo porque todos los demás piensan que es valioso. Lo cual significa que tiene un potencial de volatilidad. Conforme la gente se vuelva menos entusiasta al respecto, su valor podría caer considerablemente”. La volatilidad del bitcoin es legendaria. Por ejemplo, aun cuando la tendencia general desde su mínimo en 2019 ha sido la de subir, su valor entre entonces y el aumento actual del otoño pasado ha fluctuado. Nadie es responsable de mantener su valor, como un banco central lo haría con una moneda tradicional. Rajan comenta que el bitcoin no tiene un “valor fundamental intrínseco como podrías tenerlo en, digamos, el oro”.
EL BAILE ALEGRE
Novogratz, siempre un vendedor, insiste en que no hay vuelta atrás.
El bitcoin no es tanto una moneda, sino un movimiento social, dice, que ya ha reunido una masa crítica de adeptos. Cuando le pido que profundice, me refiere un video, “Cómo empezar un movimiento”, del empresario Derek Sivers. Un hombre sin camisa y en pantalones cortos baila alegremente, solo, en una ladera yerbosa, rodeado por personas almorzando sentadas sobre mantas. Él se ve ridículo. Pero pronto llega un segundo bailarín y se le une torpemente, seguido por otros tres, y luego otros tres. Al final, casi todos están bailando, y entonces ¿quiénes se ven ridículos? Los pocos que se mantienen al margen.
Los grandes actores en el Estados Unidos corporativo y en Wall Street odian ser los primeros en la pista de baile, pero “ahora todos se unen al movimiento”, dice Novogratz, lo cual explica la “curva acelerada de adopción” del bitcoin. Su compañía, Galaxy, se ha beneficiado enormemente: con 1,200 millones de dólares en activos bajo su administración, sus ingresos en el cuarto trimestre de 2020 aumentaron 650 por ciento. Mientras tanto, el precio de sus acciones ha aumentado de un mínimo de 52 centavos a más de 15 dólares cuando, hace unas semanas, Morgan Stanley, que administra más de 4 billones de dólares, anunció sus planes de permitir que sus asesores financieros compren bitcoins en nombre de sus clientes a través de los fondos de inversión de Galaxy. Ese anuncio hizo que las acciones de Galaxy se dispararan por arriba de 20 dólares por título, un aumento superior al 30 por ciento en dos días.
“Lo más importante que ha sucedido en todo el ecosistema del bitcoin sucedió en los últimos dos meses”, comenta. “Porque en los últimos dos meses todos en el mundo de la tecnología y en el mundo de las finanzas han dicho: ‘Esto llegó para quedarse’. Ya no es un debate. Se acabó. El debate terminó. Las criptomonedas ahora son una clase de activo. La masa crítica ha llegado. Ya subimos la cuesta, y rodamos rápidamente cuesta abajo”.
Sin embargo, cuando lo presiono, Novogratz acepta que no hay manera de saber si el “constructo social” que apuntala al bitcoin se colapsará o no.
“No sabemos eso”, responde.
Tampoco ve señales de que eso pase pronto. Pero ¿qué pasa si las cosas cambian? ¿Qué pasa si el dinero inteligente empieza a correr hacia la salida y Novogratz se encuentra de nuevo entre una multitud de fans de Paris Hilton? Siempre puede hacer lo que hizo la última vez: vender con una ganancia cuantiosa. N
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek