Después de un tsunami, la gente de Miyagi reconstruye y se reconstruye de mejor manera.
EL PISO comienza a sacudirse. Las ventanas tiemblan. Tu ritmo cardiaco aumenta. Todas estas son señales claras de un terremoto, y aquí, en el noreste de Japón, las percibimos apenas en febrero pasado, cuando un sismo de 7.3 grados de magnitud sacudió la costa del Pacífico y lesionó a más de cien personas. Los sismólogos afirman que fue una réplica del enorme terremoto que sacudió la región una década antes, cuando el tsunami resultante dejó 15,899 personas muertas y 2,527 desaparecidas.
Venturosamente, esta vez no hubo personas fallecidas ni ninguna precipitación de agua marina. Pero fue un recordatorio de que los sucesos ocurridos hace diez años aún están con nosotros.
Los desastres, y el trabajo de reconstrucción que les sigue, han estado en la mente de las personas en fechas recientes, con el aniversario del tsunami del 11 de marzo de 2011, y con el mundo todavía atrapado por la pandemia del coronavirus. Desde luego, los sismos y las enfermedades provocan crisis distintas, pero tienen en común que pueden enseñarnos lecciones sobre la pérdida, la resiliencia y sobre lo que se requiere para volver a unir comunidades destrozadas.
Yo aún estoy procesando las lecciones, bien entrada mi segunda década como gobernador de la Prefectura de Miyagi, una de las partes más dañadas en la zona del tsunami de 2011. Es con humildad y con un sentido de gratitud a las personas de todo el mundo que nos ayudaron a pasar por este difícil momento que quisiera compartir algunas de las reflexiones que he realizado acerca de la recuperación de los desastres. Digamos que es la versión de
Miyagi de lo que el presidente estadounidense Joe Biden ha definido, en el contexto del covid-19, como “reconstruir mejor”.
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Hace diez años, las posibilidades de reconstruir la zona noreste de Japón no parecían muy halagüeñas. Nunca olvidaré lo impotente que me sentí mientras veía las enormes olas que barrían la costa en las imágenes trasmitidas en vivo por la televisión. Tan solo en Miyagi más de 10,000 personas perdieron la vida; gran parte de nuestra infraestructura, que es la columna vertebral de nuestra economía y de nuestra sociedad, quedó en ruinas.
Sin embargo, diez años después Miyagi ha resurgido. Antes de que la pandemia provocara problemas en el comercio de todo el mundo el año pasado, nuestra economía era más de 20 por ciento más grande de lo que había sido en 2010, antes del tsunami, una tasa de crecimiento del doble del promedio nacional de Japón. Nada puede compensar la pérdida de tantas vidas, pero en muchas áreas (en la industria, el ambiente, la atención a la salud e incluso el turismo), Miyagi está ahora en mejor forma que como se encontraba antes.
En mi opinión, existen tres formas de pensar que son indispensables para reconstruir mejor a partir de los desastres.
Primero: pensar a largo plazo. Decir que una crisis es una oportunidad es un cliché, e incluso puede resultar cruel para las personas que sufren. Pero es verdad. Los desastres pueden revelar problemas en nuestras economías y sociedades a los que no se ha puesto atención desde hace mucho tiempo, y pueden reunir a las personas en la búsqueda de soluciones, darles a los políticos la oportunidad de resolver esos problemas e invertir en el futuro en formas que, de otra manera, podrían no haber sido posibles.
FORTALECERSE PARA LAS FUTURAS GENERACIONES
En los oscuros días que siguieron al tsunami, me di cuenta de algo: no bastaría con restaurar a Miyagi al estado que tenía antes del desastre; debía ser fortalecido y mejorado para las futuras generaciones. Para proteger la vida de nuestros hijos y nietos, construimos malecones extraaltos en toda la costa, los cuales no se utilizarían para detener el más reciente tsunami, sino para el próximo y el que se produzca después de este.
Que algo sea a largo plazo significa que debe ser sostenible, y después del tsunami resultó evidente que algunas cosas relacionadas con Miyagi no lo eran. En un país cuyo motor comercial es la fabricación, nuestra economía dependía demasiado de los servicios cuyas cadenas y subsidiarias se encontraban en otras partes. Por ello, nos pusimos en contacto con las empresas y las convencimos de construir o ampliar fábricas en el área, lo que dio como resultado que, actualmente, la fabricación constituye 17 por ciento del producto económico de Miyagi; por encima del 12 por ciento alcanzado en 2008.
Aplicamos el mismo pensamiento estructuralmente transformador a las áreas de atención a la salud y de energía, inaugurando la primera facultad de medicina en Japón en 37 años para hacer frente a una escasez crónica de médicos, y convirtiendo alrededor de 400 instalaciones públicas en centros para la distribución de energía solar limpia. Nada de esto habría sido posible si nos hubiéramos centrado únicamente en restaurar el statu quo.
La segunda mentalidad clave para una recuperación efectiva del desastre es, para mí, “pensar creativamente”, es decir, “pensar fuera de la caja”. Entre las oportunidades que proporciona una crisis está la oportunidad de romper con las formas anticuadas de hacer las cosas.
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En Miyagi, esto se ha manifestado en una cooperación sin precedentes entre los sectores público y privado. Las sociedades público-privadas y otras iniciativas para aportar capital y experiencia corporativa en sectores tradicionalmente externos han ayudado a revivir muchos sectores, desde la industria pesquera de Miyagi, que es la segunda más grande de Japón y que se encuentra actualmente en el nivel que tenía antes del tsunami, hasta el turismo. El Aeropuerto Internacional de Sendai, privatizado en 2016, tenía el doble de actividad antes de que la pandemia afectara al sector del transporte aéreo de la que tenía antes del tsunami y recibía tres veces más vuelos provenientes del extranjero.
Mi último consejo: pensar cooperativamente. Nadie se puede recuperar de un desastre por sí solo; las personas, las comunidades y los países necesitan amigos. Para nosotros, esos amigos fueron personas de todo Japón y de todo el mundo, entre ellas, de Estados Unidos, que desde hace mucho tiempo ha sido un aliado de Japón. Estaré siempre agradecido con los miles de efectivos militares que retiraron los escombros y restauraron el devastado Aeropuerto de Sendai, lo que permitió la llegada de los suministros de ayuda que tanto se necesitaban. La visita del entonces vicepresidente Biden a la región en 2011 sirvió como un recordatorio adicional del compromiso de Estados Unidos de apoyar a quienes lo necesitan.
La Operación Tomodachi, como se conoció a ese esfuerzo, fue bautizada así por la palabra japonesa que significa “amigo”. Desde el tsunami, ha evolucionado hasta convertirse en la Iniciativa Tomodachi, un programa que invierte en la próxima generación de líderes japoneses y estadounidenses mediante intercambios educativos y culturales: un ejemplo de pensamiento a largo plazo y de cooperación.
Como nos lo recordó el terremoto de febrero pasado, la amenaza de los desastres naturales siempre está ahí. La prueba es cómo nos preparamos y reaccionamos. Cuando un desastre nos afecta, lo mejor que podemos hacer por nosotros mismos, por nuestros hijos y por quienes nos han ayudado a superarlo es regresar siendo más fuertes que nunca. Es una elección que también se aplica al mundo posterior a la pandemia: solo con convicción y cooperación entre amigos y aliados podemos iniciar un nuevo y mejor capítulo en la historia que compartimos como humanidad.
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Yoshihiro Murai es gobernador de la Prefectura de Miyagi. Las opiniones expresadas en este artículo son responsabilidad del autor. Publicado en cooperación con Newsweek. Published in cooperation with Newsweek.