Mañana 24 de febrero se celebra, una vez más, “El día de la Bandera”, con certeza se repetirán discursos y los que no nacen de los afectos patrios. Hemos llegado a un momento de preocupación por los impulsos que nos unen e identifican. Los colores de nuestra Bandera son esencia cromática, encarnan las tres garantías del Plan de Iguala. Interpretación no limitativa, ya que cada persona puede hacer su propia exégesis teniendo como valor y virtud el amor por México. La unidad es la convocatoria clave sintetizada en nuestra Bandera Nacional, ¡escuchémosla!
El Águila es espíritu que nos anima a construir la Patria con la magistratura de atender los conflictos, diálogo es su comunicación, verdad es su discurso, exigencia es su carácter. Anunció el corazón de la Nación desde las alturas con sus amplios círculos, no es un animal cualquiera ni aparece arbitrariamente, se posa en el nopal, es símbolo de dignidad ciudadana. Lleva la serpiente aprehendida, la serpiente es un animal perspicaz, se sabe de la mano de una orgullosa águila reforzando el simbolismo del anillo “del eterno retorno”. El orgullo poco tiene que ver con impertinencia o petulancia. El orgullo es el milagro de la dignidad, siempre en lo alto. La Patria está arriba, abajo los pueblos que construyen la vida compartida y son presas de ideologías, simulaciones, manipulaciones, satrapías… Nuestra Dama de Seda nos muestra el territorio y limites entre lo inferior y lo superior, lo superior son las mexicanas y los mexicanos, afecto que hoy nos reclama la dignidad de la libertad, la prudencia de a autonomía. Los valores y virtudes son codependientes de las discusiones y acuerdos cotidianos. Existe un peligro latente si nos separamos de nuestro símbolo de identidad y sus contenidos culturales y filosóficos, no puede haber debates sin voces que sostengan la verdad, no se pude tener exigencia sin respeto al Otro. La convivencia es atmósfera de la política, es construcción “del mundo de la vida”.
Éste es el punto de fuga de la fundación de Tenochtitlán, espacio señalado por el águila posada sobre un nopal con una serpiente. Cada parte de la Bandera es el archivo de una historia, una narrativa que fortalece simbólicamente nuestros movimientos de Independencia, de reforma, de revolución. El blanco contiene la religión, el verde la libertad, rojo la unión. Fue hasta el siglo XX cuando hubo una reglamentación de los símbolos patrios. Antes tenía pequeñas diferencias: ha variado el tamaño, los motivos religiosos de las viejas banderas insurgentes, así como el orden y diseño de los colores; antes las franjas eran diagonales y no verticales… Son signos de la mexicanidad.
En 1968 el presidente de la República ordenó no hacer más modificaciones a la bandera. La primera ley sobre las características y uso de los símbolos patrios fue publicada en el Diario Oficial de la Federación el 17 de agosto de ese año, tuvo vigencia hasta 1984, cuando entró en vigor la Ley sobre el Escudo, la Bandera y el Himno Nacionales. Época de la sociedad industrial que es detonante de riegos en todos sentidos, colectivos y personales, que se alejan cada día más de las instituciones de control y protección de la sociedad política. “La sociedad del progreso”, engendra riesgos que no pisan la escena del debate político, pues se derivan a los temas posmodernos que abrazan a discusiones intrascendentes, efímeros, del espectáculo, de la violencia…, para abordar los temas más sentidos, los políticos se acogen a la posverdad, en un lenguaje comunicativo de oferta, el pueblo no piensa solo recibe lo que ellos le dictan porque “es neta”, no hay más verdad. Una prueba irrefutable es el ambiente electoral del Estado de Guerrero, entre una candidatura a gobernador y un movimiento de mujeres indignadas por el abismo ente el decir y el hacer, “la teoría y praxis” ha sido deshonrada por una izquierda desteñida. Es decir, no hay un diálogo de demanda en la que todas y todos puedan participar en la construcción de la Nación con los valores a la altura del águila, con la inteligencia y astucia de la serpiente. ¡Cuidado!, perdemos el símbolo, el signo no mostrará más una naturaleza no presente.
La razón, la sociedad de ideologías, del rencor, del monologo-debate, piensa a la antigua, nos quiere a todas y todos normales, como el rebaño, “dixit” Nietzsche, odia lo excepcional de las personas, con ello produce, legaliza y legitima amenazas cotidianas, odios, binarismo a ultranza: ¡buenos y malos! “Las mañanitas de” Tenochtitlán “…tienen ese, qué se yo, ¿viste?”. Se pone en auge la sociedad de riesgo; las grandes discusiones sobre la desigualdad NO son superadas por las políticas públicas sobre la justa distribución de la riqueza, cultura, renta, trabajo, seguridad social…, conflicto permanente de sociedades democráticas que no se resuelve con políticas de bienestar.