EL 25 DE ENERO de 2011 murió María del Carmen Jáuregui. O no murió. La mataron. O no la mataron. La mató el hijo.
La autopsia dejó en claro que María del Carmen falleció como consecuencia de asfixia por ahorcamiento y, como si esto no bastara, había recibido una puñalada en el abdomen antes de que le prendieran fuego.
Es riesgoso acorralar a los drogadictos —a cualquier adicto, pero mucho más a los drogadictos—. Jaime Herrera Jáuregui, de 21 años de edad, le metía a las drogas desde niño —según la Unicef uno es niño hasta los 18 años—. Su madre lo regañaba constantemente. Constantemente.
Debemos suponer que para un drogadicto recibir regaños desde niño, constantemente, hace que a los 21 años se sienta como un viejo drogadicto arrinconado. Un viejo drogadicto de 21 años, pobre, sin plata por tanto para intentar, si lo quisiera, acudir a uno de esos sitios donde, con plata, se puede recibir alguna balada terapéutica a ver si las drogas se alejan (porque en verdad no es uno quien se acerca a las drogas, sino lo contrario).
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Si Jaime hubiese tenido dinero, quizá de ninguna forma hubiera acudido al sitio oportuno: la vergüenza de ser un drogadicto confeso se lo habría impedido. Quién sabe si hay que tener más voluntad para declararse, públicamente, drogadicto, que para dejar de serlo.
Pero cambiemos el punto de vista para María del Carmen Jáuregui, la Madre. ¿Qué puede hace una mujer de 38 años —sola, abandonada por el marido—, que no ha cursado más allá de la primaria, al ver que su hijo único, a los 21 años de edad, solo se ha dedicado a vender todo lo que ha podido —aun trozos de fierro robados a las bancas de los parques— para comprar drogas? Una mujer que debe pagar la renta. Que tenía como ingresos únicos la reventa de dulces, pastillas de chocolate, encendedores, en una tablita clandestina que situaba en la acera de la esquina de su casa.
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Ya sé lo que están pensando ciertos lectores: a María del Carmen sí le quedaba una opción: emputecerse. Pero no había esta opción: vivía en un barrio donde miríadas de putas, y “buenas”, se pelean a los clientes. Y agréguese que María del Carmen Jáuregui era lo más lejano que puede haber de una mujer atractiva. Porque así es: en no pocas ocasiones la Naturaleza y el Mal Social se mancuernan para dejar al humano sin salida.
Jaime Herrera Jáuregui declararía que, en la mañana del 25 de enero de 2011, había quedado pensativo, sentado en el petate donde dormía. Cuando María del Carmen Jáuregui entró en la habitación, notó que un rayo de sol penetraba por una de las paredes de lámina y pegaba en el rostro Jaime. ¿No le molestaba el sol en la cara?, le preguntó la Madre. El Hijo no respondió, quedó mirándola. Él en ese momento no estaba tronado por las drogas. Solo dijo: “Vas a ver lo que me molesta”. Tomó a la Madre por el cuello. La acostó sobre el petate. Le puso sus rodillas sobre el pecho. Presionó con todas sus fuerzas. La Madre dejó de respirar. Él fue a la cocina. Agarró un cuchillo y se lo clavó a la Madre en el vientre. La cubrió con su cobija —la cobija de él— y le prendió fuego.
¿Sería esta la única solución posible? N
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Ciudad de México, febrero de 2011.
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Félix Luis Viera (Cuba, 1945), poeta, cuentista y novelista, ciudadano mexicano por naturalización, reside en Miami. Sus obras más recientes son Irene y Teresa y La sangre del tequila. Los puntos de vista expresados en este artículo son responsabilidad del autor.