Algunos lanzan trozos de madera en llamas, otros intentan cortar las alambradas. Miles de migrantes se hacinaban el sábado en el puesto fronterizo de Kastanies, donde unos 500 soldados y policías griegos tiraban esporádicamente gas lacrimógeno para impedir que pasen de Turquía a Grecia.
A varios kilómetros de ahí, cientos de refugiados consiguieron entrar por grupos en el norte de Grecia, cruzando de madrugada el río Evros, que bordea la frontera por unos 200 km, constataron periodistas de la AFP.
“¿Estamos en Grecia?”, pregunta un joven que cruzó la frontera en medio del lodo con un grupo de 20 personas. “¿Dónde se puede encontrar un taxi o un tren para ir a Atenas?”, dice este refugiado afgano, en una carretera cerca de la ciudad de Orestiada.
Turquía anunció el viernes que dejaría abiertas sus fronteras con la Unión Europea (UE) a los migrantes. Desde entonces, militares y policías griegos reforzaron sus patrullas en el río Evros, advirtiendo por los altavoces la prohibición de entrar en Grecia.
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Zona difícil de vigilar
Pero la zona es muy grande y difícil de vigilar. Las autoridades griegas utilizan drones para intentar localizar a grupos de migrantes que circulen cerca de la línea fronteriza invisible.
“El río Evros es realmente muy largo y hay pasajes fáciles”, explicó Christos Metios, gobernador de Macedonia del Este y de Tracia. “Las fuerzas de seguridad griegas multiplican los esfuerzos, pero algunos migrantes consiguen pasar”, dijo en Skai TV.
“Desde temprano en la mañana, estamos efectuando arrestos sin parar. Lo que me sorprende es que la mayoría son jóvenes procedentes de Afganistán, sin equipaje”, cuenta un policía a la AFP. Con otros agentes, acaba de detener a diez migrantes y los lleva en dos furgonetas blancas al puesto de policía más cercano.
En el puesto fronterizo de Kastanies (Pazarkule, en la zona turca), unos 4,000 migrantes y refugiados se hacinan detrás de las vallas, según una fuente policial griega. La víspera se habló de unos 1,200.
Algunos de ellos han subido a los árboles, otros arrojan trozos de hormigón hacia la zona griega. Otros incluso lanzan granadas lacrimógenas por encima de la alambrada.
Panagiotis Harelas, presidente de los guardias fronterizos griegos, muestra uno de estos artefactos de fabricación turca: “Estamos frente a propaganda turca y a granadas lacrimógenas turcas”, dice.
Empapados y agotados
En las carreteras secundarias cercanas a la frontera, grupos de refugiados caminan sin parar. Algunos han perdido su calzado en el río, están empapados y cubiertos de fango, totalmente agotados tras horas de marcha en el frío y la lluvia.
Buscan una forma de llegar a Tesalónica, la segunda ciudad del país, a tres horas en coche de la frontera, o a Atenas, donde podrían ponerse en contacto con representantes de Naciones Unidas.
“Estamos andando desde hace cuatro días. Cruzamos el río porque no llevaba mucha agua”, explica a la AFP un iraní de 36 años.
“Quiero llegar a Albania y de ahí, entrar a Europa”, asegura este refugiado, cerca del pueblo de Neo Cheimonio. Cruzó la frontera con un grupo de afganos y africanos, sin equipaje. Su ropa está empapada tras la lluvia de la noche.
En el pueblo de Marassia, a dos pasos del río, Popi Katrivezi, el dueño del café, está “acostumbrado” a ver pasar refugiados “desde hace años”. “Pero lo que pasa desde el viernes, no lo había visto nunca. Parece que llegan a miles desde Turquía”, dice a la AFP.
Muy cerca de allí, familias afganas encontraron refugio en una capilla, entre ellos hay cinco niños. Llegaron hace apenas unas 10 horas, tienen hambre y su ropa está toda mojada. Piden agua y comida. “Ayúdennos”, suplican.