Escépticos de las noticias sobre Siria, pequeños grupos de occidentales se dirigen a la capital del país para verlo por sí mismos. ¿Buscan la verdad o son peones del régimen?
Suena casi como el comienzo de un chiste.
Un sacerdote británico, un estudiante estadounidense y una baronesa escocesa, entre otros, estaban atorados en un paso fronterizo. Pero la frontera en cuestión no es motivo de risa; es la que divide Líbano de Siria. Escépticos de lo que habían visto y oído en los medios de comunicación occidentales, estos hombres y mujeres llegaron allí para conocer la “verdad” sobre la Guerra Civil Siria, entonces en su sexto año.
Esto fue el año pasado, y el grupo era uno entre cientos de delegaciones de turistas que han tratado de venir a Siria, muchas con permiso del régimen. ¿Su organizador? Andrew Ashdown, un vicario anglicano de Wínchester, una pequeña ciudad del sur de Inglaterra. Desde 2014, ha visitado Siria por lo menos nueve veces en excursiones similares. Su momento personal más memorable se dio hace dos años, cuando inesperadamente conoció al presidente Bashar al Assad. Muchos en Occidente consideran a Assad un monstruo, pero Ashdown piensa diferente. Atorado en el paso fronterizo, les contaba entusiasmado a sus acompañantes sobre este encuentro. “Él estaba allí de pie, rodeado por toda esta majestuosidad, pero completamente solo”, dijo Ashdown. “Me sentí muy privilegiado. Es terrible cómo los medios de comunicación tergiversan las cosas”.
Desde que la Guerra Civil Siria empezó, en 2011, ha pasado de ser una revuelta pacífica contra el gobierno a ser una lucha devastadora en la que tanto el régimen como sus enemigos han autorizado violaciones y torturas, según Naciones Unidas. La carnicería ha provocado que la mitad de los ciudadanos del país huyera, y hoy más de 5 millones de refugiados viven fuera de Siria.
Grupos de derechos humanos dicen que Assad y sus aliados rusos han matado la mayor cantidad de civiles, dejado caer bombas de barril indiscriminadamente contra hospitales y centros médicos, usado armas químicas y llevado a cabo una serie de sitios para someter a la oposición mediante el hambre. Su ofensiva más reciente, en Guta Oriental, cerca de Damasco, ha matado a más de 1,100 civiles desde mediados de febrero, conforme el presidente sirio continúa recuperando el control de su maltrecho país.
Para la prensa nunca ha sido fácil cubrir el conflicto, pero con el tiempo se ha vuelto aún más difícil. Siria fue considerado el cuarto país más represor del mundo de los medios de comunicación el año pasado, según Reporteros Sin Fronteras, lo cual lo ubicaba solo delante de Turkmenistán, Eritrea y Corea del Norte.
Para los periodistas occidentales es difícil siquiera entrar. Ciertos canales —incluidos Al Jazeera y el National Geographic Channel— parecen estar totalmente prohibidos. Los reporteros que sí consiguen una visa son cuidadores asignados del gobierno, y operan bajo el entendimiento de que no se les permitirá regresar si escriben algo negativo.
La falta de reporteros en el terreno ha llevado a una guerra propagandística aún más apasionada —en ruso, iraní y otros canales de prensa y en medios sociales— en el que expertos a favor del régimen llaman “terroristas” a grupos humanitarios como los Cascos Blancos, y desestiman a los niños muertos en los ataques químicos como “actores”.
Los grupos de turistas occidentales tienen un papel cada vez más grande en esta batalla por la información. En su mayoría, parecen creer que a Assad se le debería permitir lidiar con la oposición como le parezca conveniente. Ellos pagan su viaje, pero miembros del gobierno sirio a menudo organizan visas, coordinan programas y están disponibles para reuniones.
El fenómeno de los occidentales que viajan para apoyar regímenes represores no es nuevo. Alberto Fernandez, un exdiplomático estadounidense emplazado en Siria en 1990, dice que se remonta a la década de 1930, cuando occidentales viajaron a la Unión Soviética por razones similares. “Personas que obtienen información de regímenes o van a viajes y permiten que los tiranos los usen, eso ha pasado con todo movimiento”, dice. “Esto es cierto en Siria”.
Aun cuando estas excursiones juntan una colección dispar de personas con diferentes motivos y grados de conocimiento de la región, todos aquellos entrevistados por Newsweek expresaron una gran desconfianza en los medios de comunicación occidentales. Y su acceso los ha hecho cada vez más influyentes en línea.
Mire a Miguel Valenzuela, un estadounidense musculoso de 29 años que vive en Australia. Decidió venir a Siria a principios de 2017 porque sentía que solo estaba conociendo una cara de la historia. Dos años antes visitó Irán, y dice que el viaje lo obligó a cuestionarse muchas de sus ideas preconcebidas del país, desde cuán hospitalarios son los civiles hasta cómo se sentían con sus líderes. Conforme Valenzuela empezó a conocer más de Siria —tanto la guerra como la historia de la nación—, se preguntó si Assad era simplemente malentendido.
“Empecé tratando de hallar medios de comunicación alternativos, lo cual es muy difícil”, comenta. “Pienso que comencé primero por revisar TripAdvisor”. En el sitio de viajes vio publicaciones que decían “cuán hermoso era el país y cuán libre era la gente… lo que contradecía la idea de un dictador brutal”.
Luego buscó en Twitter y Facebook personas que habían visitado el país. Se topó con supuestos activistas y periodistas ciudadanos que publicaban con frecuencia y hacían entrevistas en sitios alternativos o controlados por el Estado ruso. Valenzuela los halló convincentes, pero aun así quería verlo por sí mismo.
Trató de obtener una visa en el consulado sirio en Sídney, pero este seguía cancelando sus citas. Por lo que buscó otra manera. Después de buscar en Google “tours en Siria”, Valenzuela se topó con Jamal Daoud, un activista palestino-australiano que viajó al país en fecha tan temprana como 2013 con un grupo del efímero Partido WikiLeaks de Australia, que incluía a John Shipton, el padre de Julian Assange. Tres años después, Daoud empezó a organizar viajes a Siria con un grupo llamado Red Australiana de Justicia Social. Los precios iban desde 850 dólares por una habitación sencilla, descubrió Valenzuela, sin incluir vuelos. Pero halló reconfortante que no le cobrarían dinero hasta que Siria aprobara la visa.
El siguiente viaje fue promocionado como “celebrando la Pascua, celebrando el Día de la Independencia de Siria y celebrando la victoria de Alepo”, una victoria del régimen sirio que puso fin a un sitio brutal con una evacuación forzada que Naciones Unidas considera un crimen de guerra. Valenzuela se inscribió.
Su visita fue extraña, dice. Los organizadores del viaje le dieron una tarjeta de prensa emitida por el gobierno, la cual decía que trabajaba para la compañía mediática de Daoud, aun cuando era periodista (administra una compañía de suplementos). Al grupo a menudo se le unía SANA, el medio estatal sirio, que los filmó visitando Alepo y Damasco, y con regularidad motivaba a los asistentes a dar entrevistas sobre lo que habían oído y presenciado, incluidas las preocupaciones de los civiles por el aumento en los precios de los alimentos que eran propiciados por las sanciones de Estados Unidos. “Me deslumbró la fuerza del pueblo sirio”, menciona Valenzuela. “Y también cuán real era la guerra”.
Entre los grupos de viajes que han podido entrar a Siria, algunos muestran un deseo fuerte de ayudar a los lugareños. Donan dinero a causas de beneficencia en el país, y un entusiasta de las criptodivisas incluso sugirió usar bitcoins para sortear las sanciones de Estados Unidos. En octubre, un visitante irlandés pagó la operación de corazón de una jovencita, mientras que algunos han hablado de regresar a Siria para ser maestros voluntarios de inglés, aunque el que puedan obtener visas de mayor plazo es otra cuestión.
Sin embargo, la mayoría de los refugiados sirios con quienes habló Newsweek ya han sido obligados a huir de su país natal, y reaccionaron con confusión y resignación al enterarse de estos viajes. “Pienso que no lo saben, pero es propaganda”, dijo un sirio que huyó de Damasco con toda su familia y pidió conservar su anonimato porque aún le preocupan las represalias. “Estas personas que van allí, pienso que les gustaría ayudar, apoyar a la gente, y quieren ver a Siria… [pero] el régimen mató a medio millón de sirios y 80 por ciento de Siria está destruido”.
Jalal Mando, un joven actor de Homs que fue encarcelado dos años por filmar protestas, dijo que el régimen sirio siempre ha sido bueno en mentirle a la gente. “Cuando estuve en prisión, muchos prisioneros querían una reconciliación con el régimen. Vi a muchos de ellos, y fueron asesinados mediante tortura”, comenta. “Bashar al Assad quiere engañar a la gente mediante crearles una ilusión”.
Empleados del gobierno sirio aceptan que hay una guerra propagandística en marcha, y trabajan duro para ayudar a ganar a su bando. El Ministerio de Información del gobierno es un actor crucial en esta batalla. Ghassan Chahine, un damasceno con 40 años de experiencia en el negocio sirio de viajes guiados, elogió al ministerio por hacer más fácil su labor. Sentado en un patio de un hotel boutique en Bab Touma, el distrito de fiestas de Damasco, en octubre, rodeado por huéspedes que eran parte de otra delegación occidental, Chahine dijo que era afortunado de tener acceso a una “voz oficial” para su país. Y especuló que los viajes guiados en otras partes deben batallar sin esa directriz.
Antes de la guerra, 12 por ciento del producto interno bruto de Siria provenía del turismo. Damasco es una de las ciudades más antiguas de la Tierra y cuenta con una de las mezquitas más grandes del mundo. La capital también alberga un grupo de exguías de turistas que batallan, como todos los demás, para entender lo que ha sucedido con su país. Por ello, Chahine está complacido con que su negocio esté empezando de nuevo; de hecho, dice, una nueva delegación llega todos los días. “Quieren ver lo que sucedió”, explica el guía, y añade que ello le da al gobierno y sus partidarios en Siria “una manera de hacer salir la información”.
Los medios sociales son un canal importante para la propaganda a favor de Siria, y muchos occidentales que acuden a estos viajes guiados publican fotos y comentarios sobre su excursión en Facebook, Twitter e Instagram. Varios visitantes constantes se han hecho con muchos seguidores: Ashdown tiene más de 2,500 seguidores en Facebook. Vanessa Beeley, de origen británico y autoproclamada “periodista independiente”, tiene 25,000 seguidores en Twitter. La canadiense Eva Bartlett, quien bloguea para Russia Today, un portavoz del Kremlin, tiene más de 75,000 seguidores en conjunto en ambas plataformas. Los tres se enfocan en tópicos similares, incluido el desacreditar a los Cascos Blancos. En ocasiones dan conferencias en el Reino Unido y Estados Unidos, y han dicho en repetidas ocasiones que su acceso al interior de Siria les da más credibilidad que a los reporteros de grupos más tradicionales, como The Guardian o la BBC.
La mayoría de los reporteros no estará de acuerdo, y los analistas dicen que estos recuentos de visitantes occidentales son amplificados por bots y algunos grupos cristianos, los cuales creen el discurso de que Assad apoya las minorías religiosas. “El espacio se ha vuelto fascinante y a menudo frustrante, donde se ve a todos estos actores —buenos e indiferentes— tratando de usar estos medios para moldear la realidad o tergiversar la realidad”, comenta Fernandez, el exdiplomático estadounidense.
De vuelta en la frontera siria, los miembros del contingente de Ashdown empezaban a conocerse mutuamente. La mayoría de los asistentes eran cristianos. Algunos nunca habían estado en Oriente Medio; otros no tenían experiencia en una zona de guerra. Una mujer, una madre divorciada que se enteró del viaje a través de la página en Facebook de Ashdown, usó el dinero de un préstamo estudiantil para cubrir los 1,900 dólares del costo esperado del viaje (vuelos no incluidos). Por lo menos dos les escribieron cartas a sus familias para que las abrieran en caso de morir durante su estadía.
Pero parecía que el contacto de Ashdown —un funcionario de alto rango en el gobierno sirio— había desaparecido misteriosamente, junto con las visas ya emitidas para el grupo. “¿Es una metida de pata o una conspiración?”, bromeó John Howard, un presbítero metodista domiciliado en la Franja Occidental, mientras se paseaba por las ruinas de los templos romanos en Baalbek, controlado por Hezbolá, en el valle de la Beqaa al este de Líbano. “Esa es la cuestión, ¿o no?”.
Al mediodía del cuarto día de espera, Ashdown compartía whisky mientras hacía planes para regresar al oeste a Beirut. Unas cuantas personas empezaron a expresar dudas discretas: ¿tal vez los reportes de los medios tradicionales eran correctos? Tal vez Assad ejercía un control extremo de la información mientras brutalizaba a su pueblo.
Pasó una semana, pero el alto funcionario sirio nunca reapareció para distribuir los permisos finales, y los asistentes —que habían volado desde tan lejos como Sudamérica— quedaron decepcionados. Al final, una fila de voceros, todos partidarios del gobierno, viajaron a Líbano para reunirse con ellos.
Entre ellos estaba la madre Agnes Mariam de la Croix. Monja libanesa domiciliada en Siria, es mejor conocida por llevar a cabo su propio reporteo del ataque químico en Guta Oriental en 2013 y afirmar que el metraje de este fue fabricado y los niños fueron anestesiados para crearlo (De la Croix no tenía experiencia previa en investigación).
Ella también habló de cómo la oposición siempre había sido “terrorista”, de la naturaleza “similar a la mafia” de los medios de comunicación y de su propia teoría de que Arabia Saudita —en vez de Assad— estaba detrás de la salida de los refugiados sirios hacia Europa porque ansía la islamización de Occidente. Luego atacó a la BBC, de la que dijo que mentía sobre las condiciones en el interior del país.
La mayoría de quienes la escuchaban asentían solidariamente, prometiendo difundir su mensaje cuando regresaran a casa.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek