Este abril se cumplen cuatro años de la explosión de la plataforma Abkatún-Alfa, la más costosa en la historia de Petróleos Mexicanos (Pemex). Las familias de los trabajadores que desaparecieron o se vieron afectados en el siniestro continúan en la indefinición jurídica.
EL ESTADO CIVIL de Yeni y Carmela es incierto desde hace cuatro años. En términos prácticos, son viudas; pero en los hechos no lo son, pues no han recibido las actas de defunción de sus maridos.
El 1 de abril de 2015, Isaac Correa González y Julio César Rodríguez Rojas fueron declarados “desaparecidos” tras la megaexplosión de la plataforma permanente Abkatún-Alfa, una instalación estratégica para Petróleos Mexicanos (Pemex) ubicada en la Sonda de Campeche.
Ese abril, cada una desde sus hogares —Yeni Beatriz Jiménez Córdova, en Huimanguillo, Tabasco, y Carmela Edison Irraestro, en Tampico, Tamaulipas— se enteraron por los noticiarios de que la plataforma donde sus esposos trabajaban se había incendiado.
Los videos sobre ese tramo del Golfo de México ardiendo en llamas fue captado por algunos celulares desde barcos aledaños y comenzaron a difundirse por las redes sociales.
Aunque oficialmente se dijo que todos los trabajadores habían sido evacuados, ellas intuyeron que algo no andaba bien cuando por teléfono se les indicó que debían trasladarse a Ciudad del Carmen, el punto más cercano en tierra a la Sonda. Allí se enteraron de que ni Isaac ni Julio César aparecían.
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INFIERNO EN CIERNES
Las horas transcurren de manera indistinta en las plataformas petroleras. Se labora las 24 horas del día. Quienes hacían el turno nocturno del 31 de marzo al 1 de abril de 2015 escuchaban el violento sonido de las aguas chocando contra las patas de las plataformas, típico de días de surada.
Mar adentro, a 79 kilómetros de la costa y en un tirante de 38 metros estaba Abkatún-Alfa: una de las siete plataformas que —junto con otras de perforación, enlace, temporal, tetrápodo, compresión y habitacional, unidas entre sí mediante puentes— conforma el centro productor Abkatún, donde se extrae y procesa petróleo crudo.
Ahí trabajan empleados de Pemex y de sus contratistas que se distinguen por el color de sus uniformes.
Esa madrugada, en el tercer nivel, 26 empleados de Cotemar y uno de Kidde se encontraban viendo los últimos detalles que formaban parte de un contrato que Pemex les había asignado: habían rehabilitado el sistema de presurización y sustituido el de seguridad en el cuarto de control de praxis. Se encontraban rotulando y haciendo el traspaleo de materiales cuando, a las 3:40 horas, quienes estaban en el cuarto de control escucharon un estruendo. Pensaron que afuera una grúa que estaba haciendo maniobras había dejado caer algo pesado. No oyeron las alarmas, pero casi de inmediato un segundo estruendo les hizo notar que algo marchaba mal.
El ingeniero Octavio Chiñas, encargado de seguridad de Cotemar, salió para ver qué ocurría. Se encontró con un operador de Pemex que con la mirada le indicó que volteara hacia el wiski (el costado oeste): dos niveles abajo salía fuego y la humareda iba subiendo.
“Vamos a poner una manguera contra incendio”, le dijo al ingeniero.
Chiñas recordó que al otro costado había un gabinete con mangueras y quiso ir por ellas, pero la radiación ya era intensa. Al observar que el humo avanzaba hacia el lugar urgió a su grupo a que evacuaran. Intentaron salir por la ruta este, o lado España, pero, apenas avanzaron, notaron que en esa área también había fuego, así que se regresaron.
—¡Vamos al lado norte! —ordenó.
La humareda se tornaba más espesa y se expandía por la plataforma. Octavio resolvió buscar los equipos de respiración del lado oeste y sus compañeros lo siguieron, pero la intensa radiación les impidió avanzar. Material incandescente comenzaba a surcar los aires.
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Regresaron de nuevo para resguardarse en el cobertizo del área de compresores. Pronto aquello ya era una lluvia de fragmentos ardientes.
—¡Tenemos que movernos! —les gritó. Y comenzaron a caminar hacia el noreste.
De pronto quedaron a oscuras, la energía eléctrica se había interrumpido. Aterrados, se percataron de que el humo los había alcanzado.
Sin visibilidad, algunos se movieron tomados por los hombros para seguir avanzando en busca de una salida. Otros más se dispersaron. Los que iban juntos llegaron a un costado del almacén donde confiaban esquivar la lluvia de fuego. Todo fue inútil. Unos ya tenían quemaduras.
—¡Esto ya es el infierno! —gritaban algunos, angustiados.
—¡Aquí nos vamos a morir quemados! —se oían otros gritos desesperados.
El radio de Octavio Chiñas comenzó a sonar. Era personal del barco Hércules, donde ellos pernoctaban.
—¿Qué está pasando en la plataforma? —escuchó del otro lado.
—¡Explotó! ¡Plataforma permanente explotó, estamos atrapados en el tercer nivel! ¡Manden ayuda para el rescate, vengan a auxiliarnos! —les contestó.
Las posibilidades del rescate eran remotas. El Hércules estaba a una hora de distancia en lancha.
El ingeniero Chiñas siguió describiendo el tamaño del siniestro.
—¡Esto está fuera de control! ¡Vengan, manden ayuda!… Quedamos atrapados, ya no podemos bajar, las rutas están inhabilitadas.
—¡Manden ayuda! —se escuchaban más gritos de los que ya respiraban monóxido de carbono y estaban a punto de desvanecerse.
La radiación crecía. Sentían que sus overoles se les iban pegando. Fue entonces que la dirección del viento cambió a su favor. En la zona donde se encontraban, el humo parecía irse dispersando. Era momento de arriesgarse a bajar antes de que el fuego los atrapara.
—¡Hay que tirarnos! —propusieron algunos.
—¡Desde acá nos aventamos! —dijo alguien.
Chiñas pudo visualizar el camino y les indicó que lo siguieran. Saltaron a un acceso bajo el tercer nivel por un costado de la plataforma, con el riesgo de caer al mar. No tenían otra alternativa. Las explosiones se escuchaban ya muy cerca. El puente había colapsado.
A cuatro años del terrible siniestro, los trabajadores dicen, durante las entrevistas con Newsweek México, que solo recuerdan que “de manera milagrosa” lograron llegar al primer nivel y ponerse a resguardo. Alcanzaron la zona de mareas. Había fuerte marejada, pero no había operadores de grúa que pudieran rescatarlos vía pasarela o con la viuda (torre para transporte de personal).
Chiñas contactó por radio a los de la plataforma Abkatún Delta para que informaran a las embarcaciones y fueran por ellos.
Él junto con el ingeniero Omar de la O comenzaron a coordinar la evacuación de sus compañeros, que saltando de zona de mareas y entre los oleajes pudieron subir uno por uno a la cubierta del barco Cosmos 2.
Algunos tenían fuertes quemaduras, así que los llevaron hasta el barco Gigante Azul para que recibieran atención médica. Al resto lo trasladaron a la Abkatún-Delta, la plataforma habitacional.
Posteriormente, Chiñas y De la O desembarcaron para recuperar cuatro cuerpos que otra embarcación había recogido: se trataba del ingeniero Gerson Romay Flores, Ricardo Peralta Sánchez, el tercero no pudieron identificarlo porque tenía todo el rostro quemado (luego se sabría que era José Edenir Luis Feria), y el cuarto era un trabajador de Pemex.
Ahí hicieron un conteo y se percataron de que faltaban dos trabajadores: Isaac, de 33 años, y Julio César, de 44. Entre las profundas aguas de la cuenca oceánica se perdió su rastro.
El reporte de Pemex dice que 301 trabajadores fueron evacuados y que 45 requirieron atención médica. Que hubo cuatro muertos y tres desaparecidos.
A las 5:30 se finalizó el proceso de evacuación de la plataforma. Para las 19:30 horas se decretó la extinción del fuego.
Este siniestro resultó para Pemex el más costoso de su historia debido a que la producción de esta plataforma se paralizó: cada día dejaron de producirse 220,000 barriles de petróleo, equivalente a 10 millones de dólares diarios.
De hecho, el reporte Marsh lo catalogó como el tercer accidente más grave en el mundo petrolero en las últimas cuatro décadas, cuantificándolo en 1,000 millones de dólares. Los peritajes luego determinaron que la explosión la provocó una tubería corroída.
DAÑOS COLATERALES
En los meses posteriores, empleados de Cotemar presentaron demandas de carácter penal y laboral. Ahí especificaron que 13 sufrieron lesiones durante el siniestro y que nueve más presentaron secuelas posteriormente. Sus demandas laborales aún siguen en curso.
El pasado 8 de noviembre, 12 de ellos presentaron una queja ante la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) en la que refieren un trato “sesgado, doloso y manipulado”, en el proceso de atención al accidente.
Señalan que la compañía contratista de Pemex interpuso una denuncia ante la PGR (A.P/PGR/CAMP/PCARM-II/034/2015) como “uso para su propio beneficio, dejándonos en estado de indefensión y violando nuestros derechos, debido a que únicamente nos tomó en cuenta para realizar las declaraciones correspondientes, para ser sus testigos como obra de la presente causa y no considerarnos directamente como afectados”.
También, que hay dilación en sus procesos laborales debido a que “por diferentes factores las primeras audiencias no fueron celebradas en los tiempos estipulados y nos han generado hasta el día de hoy un desgaste psicológico, económico y físico por el proceso que han llevado en dictaminar la resolución correspondiente”.
Hablan de secuelas que continúan padeciendo. Destacan la situación de las esposas de sus compañeros desaparecidos, quienes aún no tienen su pensión porque se les ha negado el acta de defunción.
La peor parte en esta historia la llevan Yeni Beatriz Jiménez Córdova y Carmela Edison Irraestro, a quienes el siniestro las dejó solas con sus hijos.
Yeni tiene una hija y Carmela, tres hijos, a quienes ha tratado de sostener como puede vendiendo chiles rellenos que oferta por las calles de Tampico.
Desde 2015 han vivido semanas, meses y años inmersas en un laberinto burocrático que las ha obligado a trasladarse con frecuencia a Ciudad del Carmen.
Enfrascadas entre el papeleo y la dilación, estas mujeres ni siquiera han podido asimilar su luto.
Yeni dice que la PGR no les ha dado acceso a la indagatoria del caso. Carmela explica que hace solo unos días fue de nuevo a los tribunales para preguntar si ya le entregarían los documentos, “pero me dijeron que como era carnaval todo estaba atrasado”.
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En las entrevistas que Newsweek México hizo a cada una por separado, coincidieron en que la compañía les prometió agilizar los trámites para que obtuvieran los documentos de defunción, pero esto no ha ocurrido.
También dicen que les ofrecieron becas para sus hijos, pero jamás se las entregaron. Ni tampoco lo de cubrirles el sueldo de sus esposos hasta que pudieran cobrar la pensión, esto solo ocurrió durante los primeros seis meses.
En una carta entregada por escrito a esta publicación, la representación legal de Cotemar refiere que a “todos los trabajadores afectados (fallecidos y no localizados) se realizaron pagos de salarios durante nueve meses posteriores al incidente, independientemente de si prestaban o no labores, lo que excede cualesquiera que fueran las obligaciones legales de Cotemar y sus empresas filiales”.
Con relación a la situación de las esposas de los trabajadores Isaac Correa González y Julio César Rodríguez Rojas que no han sido localizados tras la explosión de 2015, puntualiza que “la Ley en el estado de Campeche (en donde Cotemar opera) requiere que exista una declaratoria de presunción de muerte a través de un procedimiento judicial para que las beneficiarias inicien el trámite para la obtención de la pensión por viudez ante el IMSS, declaratoria que no ha sido otorgada aún por el juzgado correspondiente. Sin embargo, Cotemar les ha brindado soporte legal para la obtención de dicha declaratoria, procedimientos que se siguen actualmente en el Juzgado Primero de lo Familiar, en Ciudad del Carmen, Campeche”.
Con respecto a las quejas presentadas por otros trabajadores ante la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH), precisa: “La empresa no ha sido notificada por parte de este organismo, por lo cual nos reservamos el derecho de emitir algún pronunciamiento al respecto”.
Aquí puedes leer el posicionamiento completo de Cotemar que arribó al cierre de esta edición:
Posicionamiento completo Co… by on Scribd
EN EL OLVIDO
Cuando Carmela recuerda la última vez que escuchó la voz de Julio César rompe en llanto. “Es como si todo esto hubiera sido ayer”, dice con la voz entrecortada.
La víspera del siniestro él le llamó para comentarle que no podría llegar el día acordado para las vacaciones que tenían planeadas. Originalmente su turno acababa el 27 de marzo, pero su salida se retrasó. “No pude bajar, pero prepara la maleta porque llego el 5 de abril”, le prometió. No lo volvió a ver.
Los empleadores de los esposos de Yeni y Carmela “nos ofrecieron que mientras no nos dieran la pensión iban a estar pendiente de nuestros hijos, y no nos iban a quitar el sueldo de ellos hasta que arreglaran la pensión, hasta que tuviéramos el acta de defunción, pero eso no pasó. La beca jamás llegó”, cuenta Carmela, quien padece diabetes.
La situación de Yeni es similar. Ahora está sola con Marleny, la niña que tenía tres años de edad cuando vio a su papá despedirse para ir al que sería su último embarque como maniobrista.
“Esa noche se comunicó un licenciado conmigo, dijo que había habido un accidente en la plataforma y que a él no lo encontraban, que necesitaban que yo fuera a Ciudad del Carmen. Me fui. Conforme pasaban los días me iban diciendo que no lo encontraban, que no lo encontraban y que no lo encontraban, hasta el día de hoy. La empresa nos prometió muchas cosas, pero nos dejó de apoyar”.
Yeni explica que para tener acceso a cualquier trámite relacionado con Isaac le requieren el acta que certifique que él murió. De allí su queja también ante la CNDH.
“Ya son cuatro años del accidente y a nosotros se nos dejó en el olvido”, reclama.
Cabizbaja, observa con nostalgia las fotos de su Isaac sonriente en un overol color naranja con el logo de Cotemar, la compañía para la que trabajaba.