El mundo dio un suspiro de alivio cuando Rusia dejó de tener el mando de la policía internacional. Ahora el nuevo jefe debe detener el abuso de las órdenes internacionales de arresto.
Vladimir Putin desde hace mucho ha usado su influencia sobre instituciones internacionales clave para hacer avanzar la expansión de Rusia.
Están las Naciones Unidas, donde su poder de veto en el Consejo de Seguridad le permitió manipular la guerra en Siria, y la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas, la cual vigila las armas nucleares y en la que retrasó los intentos de hacer responsables a los países que usaron esas armas para ataques con gases.
Pero la organización sobre la cual podría decirse que Putin ejerce más poder es la Interpol, la agencia policial más grande del mundo. Para aplastar el disenso político, Rusia ha emitido una cantidad creciente de las llamadas notificaciones rojas, órdenes internacionales que permiten que los individuos puedan ser arrestados en cualquier Estado miembro de la Interpol. A veces los objetivos eran disidentes políticos o activistas medioambientales. Y a veces fueron tan inocuos como el director de una compañía húngara, quien fue lo bastante desafortunado para ganarle un negocio al gigante energético Gazprom, que favorece al Kremlin.
Por ello, a finales de noviembre, el mundo libre dio un suspiro colectivo de alivio con el nombramiento del surcoreano Kim Jong Yang como nuevo jefe de la Interpol. El favorito era Alexander Prokopchuk, uno de los generales en quienes más confía Putin. Pero la amenaza está lejos de haber terminado: aun cuando perdió en la elección de la dirigencia, Prokopchuk seguirá siendo el principal administrador de la agencia.
La importancia del presidente de la Interpol ha sido subestimada desde hace mucho por las capitales occidentales, pero así como la manipulación que hizo Rusia de Facebook parece haber dañado a la democracia estadounidense, su explotación de la fuerza policial más grande del mundo amenaza a la Unión Europea.
Las notificaciones rojas pueden hacer un daño grave en las manos equivocadas. Cualquiera de los 194 Estados miembro de la Interpol pueden emitir una, pero Rusia es uno de los principales abusadores. No hay supervisión de una tercera parte, ningún sistema de control y ninguna autoridad externa; la Interpol es autónoma.
Solo 3 por ciento de las notificaciones rojas es revisado exhaustivamente antes de llevarse a cabo. Eso está bien, siempre y cuando los Estados acaten las normas. Pero se ha usado a la Interpol como una herramienta política de un tiempo a la fecha. Y a menos de que Kim Jong Yang pueda implementar el tipo de reformas que necesita una organización tan poderosa y opaca, desgraciadamente las cosas seguirán como siempre.
El ejemplo más reciente (y podría decirse que el más importante) es Zsolt Hernádi, un economista húngaro que es director de la compañía energética húngara MOL. Podría ser cómico el hecho de cómo Interpol ha cambiado de postura en este caso, si no ejemplificara la expansión estratégica de Rusia en la Unión Europea.
Se emitió una notificación roja por cargos de corrupción en contra de Hernádi en 2013, después de que MOL le ganara a Gazprom una inversión en INA, la compañía energética más grande de Croacia. El acuerdo frustró la visión de Putin de establecer aún más la poderosa presencia energética de Rusia en un país de la Unión Europea.
En lo que parecía ser una vindicación, Hernádi fue retirado de la lista roja en 2016. Un año después, todas las acusaciones de corrupción en su contra fueron desestimadas después de que una comisión de arbitraje de la ONU evaluó los hechos y rechazó el caso, concluyendo que no había evidencia de corrupción.
Pero Rusia insistió, cabildeando en Croacia para que anulara su acuerdo con MOL, lo cual les daría a las compañías rusas una oportunidad para adquirir la parte húngara de la compañía. Como MOL estaba renuente a venderle su parte de vuelta a Croacia, el Kremlin entonces buscó anular por completo el acuerdo mediante afirmar que fue ganado gracias a sobornos.
Así, a finales de noviembre, Hernádi regresó a la lista roja de la Interpol, exactamente por los mismos cargos que la agencia parecía haber desestimado a su favor en 2016 y de los que fue absuelto por la más alta autoridad en derecho comercial de la ONU.
En un desarrollo intrigante de los eventos, Croacia parece haberse entusiasmado con los avances rusos y declaró que desea reclamar las acciones que le vendió a MOL y está abierta a desarrollar una nueva sociedad estratégica para la compañía energética más grande del país.
Desde que empezó el problema, Alexei Miller, director de Gazprom, visitó Croacia, Putin condecoró personalmente al alcalde de Zagreb, y el embajador del Kremlin ante Croacia presumió orgullosamente que “Rusia puede hacer más por Croacia de lo que Estados Unidos y la Unión Europea en conjunto”.
Mientras tanto, la notificación roja hace que Hernádi corra peligro si sale de Hungría. Esto es un comportamiento mafioso, aprobado y sellado por la Interpol.
El mensaje es claro: los Balcanes —y Europa Oriental en general— son el patio trasero de Rusia. En especial en lo tocante a los energéticos.
Es una cuestión de tiempo para que la persecución de inversionistas, como Hernádi, le haga un daño perdurable al renombre de la Unión Europea. ¿Por qué arriesgarse a invertir, o incluso hacer negocios allí, cuando podría llevar a años de acusaciones absurdas a través del escritorio de Rusia en la Interpol?
Sin importar quién esté ahora en el puesto máximo, si la Interpol continúa haciéndole el trabajo sucio a Putin, las democracias hechas y derechas deberían considerar suspender su membresía en la organización. O tal vez Rusia debería ser presionada para que salga de ella, de forma similar a cuando el G8 se convirtió en el G7.
Esto podrá sonar drástico, pero que Rusia haya usado a un organismo policial internacional para lanzar un golpe de Estado silencioso contra la seguridad energética de la Unión Europea es muchísimo peor.
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Kamran Bokhari es especialista, domiciliado en Washington, en seguridad nacional y política exterior del Instituto de Desarrollo Profesional de la Universidad de Ottawa.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek