A pesar de la guerra comercial y de la rivalidad militar, la “amistad” entre los presidentes estadounidense y chino parecía resistir e impedir una ruptura entre Washington y Pekín. Pero todo indica que la luna de miel toca ahora a su fin entre Donald Trump y Xi Jinping.
Tras una semana de sanciones comerciales y militares, de reuniones anuladas y de acusaciones de injerencia electoral, el presidente norteamericano admitió el miércoles que el líder chino “quizá ya no es” su amigo.
“Si Trump piensa que ya no es el amigo de Xi Jinping, podríamos asistir a un nuevo deterioro de la relación sino-estadounidense, más allá de la querella comercial”, observa el sinólogo Bill Bishop, editor del boletín de informaciones Sinocism.
Trump había proclamado a los cuatro vientos su “amistad” con el presidente chino tras su primera reunión bilateral en su lujosa residencia de Florida, en abril de 2017.
Luego, Xi había recibido al presidente norteamericano con todos los honores, en noviembre. Sin embargo, el líder chino jamás fue muy expresivo en sus afectos ante su homólogo de Estados Unidos.
– “Nunca amigos” –
“Trump y Xi nunca han sido amigos” sentencia la sinóloga Bonnie Glaser, del Centro de estudios estratégicos e internacionales de Washington.
“Trump separó deliberadamente su relación con Xi de las fricciones entre los dos países, con la esperanza de beneficiarse de un acuerdo si se presentaba la ocasión”, al amparo de esa “amistad”, explica.
Esta relación presidencial parece haber funcionado en un caso preciso: el del grupo chino de telecomunicaciones ZTE, amenazado de quiebra la primavera boreal pasada a causa de sanciones estadounidenses.
Según el politólogo chino, Chen Daoyin, la decisión de Donald Trump de renunciar a las sanciones contra ZTE “puede ser considerada como el fruto de la amistad personal” entre ambos jefes de Estado.
Pero esta relación es “puramente superficial” entre los dos hombres, que tienen “valores diferentes”. De un lado, el ‘aparatchik’ comunista está decidido a reforzar su régimen para evitarle el destino de la ex-URSS, y, por el otro, el millonario populista está obsesionado con el déficit comercial de Estados Unidos ante China.
De momento, los dos presidente “tratan de evitarse” afirma Chen, quien destaca que Xi Jinping no acudió a la Asamblea general de la ONU y que Trump no asistirá a la cumbre Asia-Pacífico de noviembre.
– El comercio como arma –
El inquilino de la Casa Blanca aprovechó su discurso ante Naciones Unidas para acusar a China de injerencia en las legislativas de Estados Unidos de noviembre, y alegó que las sanciones comerciales de Pekín tienen como objetivo afectar a votantes de los Estados más republicanos.
China –igual que la Unión Europea– no esconde sus intenciones de influenciar, a través de sus aranceles, a los electores estadounidenses. Pero se trata de “intentos transparentes, no de injerencias ocultas”, destaca Bonnie Glaser.
A su vez, los derechos de aduana punitivos impuestos por la administración Trump a los productos chinos impulsan a Pekin a reducir su dependencia de ciertas exportaciones estadounidenses, destaca Bill Bishop.
Xi Jinping ha hecho de ello un argumento político. En visita esta semana al noreste del país, el presidente chino reactivó una vieja noción maoísta que consiste en “contar con sus propias fuerzas” para hacer frente al proteccionismo.
Pero la guerra comercial es sólo uno de los aspectos de una rivalidad estratégica entre las dos potencias, exacerbada por querellas sobre Corea del Norte, Taiwán y el mar de China.
“Los chinos preferirían llegar a un compromiso (en el tema comercial), para ganar tiempo y atenuar un poco las tensiones”, opina Bishop.
Pero aún si se logra un compromiso, “ello no será más que una venda puesta sobre un conflicto que empeorará con el tiempo”, agrega.