Mientras el “diablo” azota la binza, la música hace bailar a los hombres pintados de rojo, cubiertos del rostro y con cuernos que van y vienen en el escenario del auditorio Guelaguetza. Originarios de Santa María Zacatepec, los “hombres serpientes” (tacuates) hacen presencia en la edición 86 de la máxima fiesta de los oaxaqueños.
Tras mostrar la costumbre de establecer compromisos matrimoniales desde la infancia, este grupo indígena de la costa de Oaxaca baila y comparte sus productos tradicionales, es la celebración y pareciera que nada más importa.
Las danzas van de la admiración de los danzantes de la pluma que elevan sus pies para representar la conquista de los españoles a los aztecas, que en la edición matutina de la fiesta oaxaqueña corrió a cargo de Teotitlán del Valle, a la nostalgia del jarabe Mixteco, cuya delegación de Huajuapan de León, hace que miles de asistentes levanten el sombrero.
Oaxaca, desde principios de mes se encuentra de fiesta, y da muestra de los motivos por los que es el segundo destino del mundo mejor calificado por parte de los turistas: gastronomía, cultura, folclore, vida en la calle, hospitalidad, todo ello conjugado en este primer lunes del cerro.
En punto de las 10 de la mañana, Francisca Pérez Bautista, originaria de Santa María Zacatepec, quien en este 2018 representa a la deidad del maíz, Centéotl, y quien fue electa para presidir las fiestas, realizó la ofrenda que dio inicio a la celebración.
Los danzantes de la Pluma de Teotitlán del Valle, dieron la bienvenida, y luego dieron paso a San Melchor Betaza, Sierra Norte, con sus sones y jarabes y posteriormente a los oriundos de San Pedro Tapanetepec, región del Istmo de Tehuantepec.
La capital de Oaxaca, recibe a las ocho regiones de la entidad para compartir los productos originarios de cada una de las zonas, así como los bailes, la comida y las tradiciones. Así llegan habitantes de los Valles, Sierra Norte, Sierra Sur, Istmo, Costa, Cañada, Mixteca y Papaloapan.
La rotonda de las Azucenas, donde se llevan a cabo los bailes dejó de ser un entarimado con asistentes locales, para convertirse en un escenario con iluminación y velaría, visitado principalmente por turistas nacionales y extranjeros.
Los espectadores se ponen de pie con Tuxtepec, los teléfonos salen a relucir y los gritos se apoderan del auditorio. Las mujeres bailan esta coreografía creada en 1958, debido a que la región carecía de un baile tradicional, pero es sin duda uno de los más gustados.
Huautla de Jiménez, de donde fue originaria la sacerdotisa María Sabina, también lleva su alegría con sus sones: “La tortolita, Flor de Naranjo, Flor de Liz, Anillo de oro y La paloma”.
El gobernador Alejandro Murat y la secretaria de Cultura federal, María Cristina García Cepeda, presencian la fiesta, reciben obsequios por parte de las delegaciones y ellos los reparten entre el público asistente.
El jarabe Chenteño, en esta ocasión presentado por San Vicente Coatlán, hace blandir los machetes y bailar al palomo y la paloma.
Antes del mediodía, Salina Cruz, cuyas mujeres ataviadas con vestidos de terciopelo y flores multicolores bordadas, hacen presencia y muestran su baile tradicional, al igual que Santa María Zacatepec y sus diablos, San Juan Bautista Tuxtepec y Huajuapan de León.
Los afromexicanos presentes en la costa de Oaxaca, traen a la capital su danza de los diablos, desde Santiago Llano Grande y nuevamente el Istmo engalana la fiesta con la delegación de Santo Domingo Tehuantepec.
San Juan Cacahuatepec, con la alegría de la Costa, eleva los aplausos de los asistentes y finalmente las chinas oaxaqueñas cierran con su jarabe del Valle la fiesta, la primera de las cuatro presentaciones establecidas para este 2018.
La hermandad se hizo presente, atrás quedó la tragedia por los sismos de septiembre de 2017, la violencia en Tuxtepec, la falta de productividad en la Mixteca, la conflictividad social en el estado, los muertos en la Sierra Sur. En julio, Oaxaca está de fiesta.