Samhita Mukhopadhyay no esperaba que la vergüenza surgiera de una foto. La escritora feminista y exeditora de Teen Vogue acababa de moderar una mesa redonda durante una conferencia de prensa. Iba vestida con una falda y un top estampado con los que se sentía bien, hasta que vio una imagen tomada sin aviso que alguien había publicado en internet. “Fue devastador”, dijo a Newsweek. Mukhopadhyay tomó Mounjaro, un medicamento para el tratamiento de la diabetes que también se utiliza para bajar de peso, y obtuvo resultados impactantes: perdió 15 por ciento de su peso corporal en 18 meses. Se sentía mejor físicamente, dormía más profundamente e incluso se planteó renovar su guardarropa. Pero el costo del medicamento la obligó a dejarlo.
“Sabía que estaba mal”, afirma. “Como escritora feminista y defensora comprometida con el body positive (positividad corporal), había pasado años intentando amar mi cuerpo en cada una de sus tallas. Pero, aun con todo eso, aquí estaba, agonizando por una foto”.
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Según ella, esa contradicción fue lo que más le dolió, no solo a ella, sino también a las mujeres que durante mucho tiempo habían abrazado el mensaje del body positive. “Tomar algo para adelgazar me hizo sentir que estaba siendo vanidosa, que no tenía fuerza de voluntad para perder peso, comer mejor o hacer ejercicio.”, afirma. “Sentí que estaba rompiendo un acuerdo no escrito”.
EL SECRETO A VOCES DE HOLLYWOOD
En los últimos años, Mounjaro y otros medicamentos similares con GLP-1, como Wegovy, Ozempic y Zepbound, han redefinido la forma en la que países como Estados Unidos piensan —y hablan— sobre el peso. Lo que empezó como un tratamiento para la diabetes se ha convertido en una industria multimillonaria impulsada por este uso no aprobado, comentarios discretos de las celebridades y las transformaciones físicas presentes en la alfombra roja.
Con la entrega de los Globos de Oro en enero pasado comenzó la temporada de premios de Hollywood de 2025 y, con ello, otra ronda de bromas, especulaciones y patrocinios que vinculan a la industria con el uso de medicamentos GLP-1 para adelgazar por parte de celebridades más reconocidas. La comediante Nikki Glaser, presentadora de los Globos, entró de lleno en el tema al comienzo de su monólogo de apertura: “Buenas noches y bienvenidos a la 82ª edición de los Globos de Oro, ¡la noche más importante de Ozempic!”.
Esta debe ser la campaña de publicidad farmacéutica más eficaz de la historia y no costó ni un dólar. A partir de mediados de 2022, famosos y personas influyentes empezaron a publicar sus experiencias de pérdida de peso con medicamentos GLP-1, lo que les atrajo millones de visitas en las redes sociales. Como resultado, Novo Nordisk, el gigante farmacéutico danés detrás de Ozempic y Wegovy, obtuvo publicidad gratuita. (Mounjaro y Zepbound son fabricados por Eli Lilly, un competidor estadounidense de Novo).
En septiembre de 2022, Variety informó que algunos famosos compartían sus experiencias a través de chats cifrados en la plataforma Signal. La popularidad del medicamento se convirtió en tal fenómeno que Town & Country lo calificó como el tema del momento en Los Ángeles. Fuera de Hollywood, las clínicas de atención médica virtual y las clínicas boutique aprovecharon la creciente demanda para ofrecer recetas a quienes no padecían diabetes ni obesidad clínica, siempre y cuando pudieran permitírselo.

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Para el momento en el que la temporada de premios 2025 llegó, la conexión de Hollywood con los GLP-1 era demasiado sonora como para ignorarla. La cobertura de los premios SAG la etiquetó como “la alfombra Ozempic”, con titulares que se maravillaban de las drásticas reducciones de peso que tuvieron algunas estrellas. Nadie estaba a salvo de los señalamientos. Se especuló que Ariana Grande había recurrido a los GLP-1 a pesar de verse obligada a defender su peso semanas antes, mientras que Demi Moore, a quien también se le relacionó con ellos, recientemente declaró a la revista People que su figura es el resultado de escuchar a su cuerpo y evitar la carne y los huevos. “Creo que una gran parte del bienestar realmente está en el interior”, añadió.
Kelly Clarkson, por su parte, admitió que toma medicamentos para perder peso, pero dijo: “Todo el mundo piensa que es Ozempic. Y no lo es. Es otra cosa. Pero es algo que ayuda a descomponer el azúcar. Obviamente, mi cuerpo no lo hace bien”.
Otras estrellas, como Kathy Bates, se sumaron con orgullo a “la tendencia”, uniéndose así a una creciente lista de celebridades —entre las que se encuentran Whoopi Goldberg, Oprah Winfrey, Amy Schumer, Meghan Trainor y Kandi Burruss— que han hablado abiertamente de recurrir a los medicamentos GLP-1 en sus procesos de pérdida de peso tras años de escrutinio público.
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La comediante Schumer dijo que le “encanta andar en Mounjaro”, mientras que la cantante Trainor atribuyó su transformación tras su segundo embarazo a “enormes cambios en su estilo de vida” y un “aplauso para Mounjaro”. El músico Burruss, conocido como Kandi, admitió: “Vi a tantas personas que lo probaban y perdían peso, que pensé: bien, voy a probarlo”.
Este auge mediático se ha traducido instantáneamente en ventas. En 2021, Ozempic ni siquiera entraba en la clasificación 20 de los medicamentos más vendidos en todo el mundo. En 2024 llegó al segundo lugar y Novo Nordisk registró un aumento de 25 por ciento en sus ingresos anuales al alcanzar 40,600 millones de dólares. La empresa también anunció que estaba ampliando la capacidad de fabricación para satisfacer la creciente demanda, incluida una inversión de 4,100 millones de dólares en una nueva planta en Estados Unidos, y la adquisición por 11,000 millones de dólares de tres plantas de Catalent, en Nueva Jersey.

LA DELGADEZ, UN LUJO QUE NO TODOS PUEDEN PAGAR
El auge de Ozempic, Mounjaro y Wegovy ha replanteado la pérdida de peso como una intervención clínica, pero reservada en gran medida para los bolsillos más holgados, especialmente desde que los usuarios afirman que el peso suele volver en cuanto dejan de tomar los medicamentos. Los precios suelen oscilar entre los 1,000 y 1,400 dólares al mes, es decir, estos medicamentos distan mucho de ser accesibles para todos.
“Las preocupaciones éticas en torno a los medicamentos GLP-1 suelen centrarse en el acceso y la asequibilidad”, afirmó el Dr. Robert Klitzman, profesor de psiquiatría y bioética de la Universidad de Columbia. “Los medicamentos son caros y la cobertura de los seguros varía mucho. Por consecuencia, a menudo solo son accesibles para las personas con ingresos más altos o con un seguro médico sólido”.
Los programas estatales de Medicaid resintieron la presión. El gasto en medicamentos GLP-1 saltó de 577.3 millones de dólares en 2019 a 3,900 millones en 2023, y las proyecciones indican que seguirá en aumento. Algunos estados han comenzado a considerar si restringir el acceso, basados en el incremento de los costos.
Sin embargo, en un país donde 42 por ciento de los adultos padecen obesidad, una tasa que casi se ha duplicado desde la década de 1980, la llegada de un medicamento que realmente funciona era difícil de ignorar. En 2013, la Asociación Médica Estadounidense clasificó oficialmente la obesidad como enfermedad, por lo que reconoció su complejidad y su contribución a otras enfermedades crónicas.
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Los medicamentos con GLP-1 parecían ofrecer exactamente lo que hizo falta durante décadas: un tratamiento que no solo ayude a los pacientes a perder peso, sino que también mejore otros factores clave para la salud. Los ensayos clínicos demuestran que los usuarios pueden perder entre 15 y 25 por ciento de su peso corporal, además de ver mejorados sus niveles de azúcar en sangre, su presión arterial y su salud cardiovascular.
La promesa de los GLP-1 ha atraído incluso la atención política de alto nivel. Elon Musk, el hombre más rico del mundo y una presencia constante en la Casa Blanca del presidente Donald Trump, ha pedido públicamente que se amplíe el acceso por motivos de salud pública. “Nada contribuiría más a mejorar la salud, la esperanza y la calidad de vida de los estadounidenses que hacer que los inhibidores de GLP sean de muy bajo coste para el público”, escribió en X. Musk también ha reconocido que él mismo utiliza Wegovy.

¿BAJAR DE PESO TIENE UN COSTO?
Klitzman, bioeticista de Columbia, advirtió que, aunque los medicamentos son prometedores, su adopción generalizada podría desestabilizar financieramente los sistemas sanitarios.
“Estos medicamentos ayudan a más de 50 por ciento de las personas a perder hasta 25 por ciento de su peso corporal”, explica. “Pero cuestan unos 12,000 dólares al año. Si dos tercios de los estadounidenses los necesitaran, quebraría el sistema sanitario”.
Robert F. Kennedy Jr., secretario del Departamento de Salud y Servicios Humanos de Estados Unidos, rechazó de manera definitiva estos medicamentos. “Cuentan con vendérselos a los estadounidenses porque somos muy estúpidos y adictos a las drogas”, declaró a Fox News en octubre, antes de que la administración entrante archivara un plan de 35,000 millones de dólares de la administración Biden para ampliar la cobertura de Medicare y Medicaid a los medicamentos GLP-1 para la pérdida de peso.
Los economistas de la salud también han expresado su preocupación por la asequibilidad a largo plazo, incluso si estos medicamentos previenen la diabetes o las cardiopatías. “El coste a corto plazo sigue siendo enorme”, declaró a Newsweek la Dra. Cynthia Cox, vicepresidenta de la KFF (antigua Kaiser Family Foundation). “Mil dólares al mes por persona es un desembolso enorme”.
VERGÜENZA, ACCESO Y LA NUEVA DESIGUALDAD
Según un análisis del KFF, el precio de catálogo de Ozempic en Estados Unidos es de 936 dólares al mes, más de cinco veces el coste en Japón, donde se vende por 169 dólares, el segundo precio más alto entre los países estudiados. Wegovy, que comparte el mismo principio activo que Ozempic, es aproximadamente cuatro veces más caro en Estados Unidos (1,349 dólares) que en Alemania (328 dólares).
Pero incluso entre los que pueden permitirse los medicamentos GLP-1, pocos escapan al doble obstáculo que ahora define la pérdida de peso: la presión para cambiar y el escrutinio que sigue cuando lo hacen.
Muchas figuras públicas que han luchado contra el peso y la identidad sienten ahora la presión de ambos lados. Las personas influyentes que en su día defendieron la “aceptación de la gordura” son ahora objeto de reacciones negativas por parte de las mismas comunidades que ayudaron a construir. La modelo de tallas grandes Ella Halikas, que tomó Ozempic para tratar el síndrome de ovario poliquístico (SOP), admitió: “Me preocupaba decepcionar a mis seguidores”.

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Rosey Blair, otra creadora de contenidos de tallas grandes, escribió que fue acusada de “capazista y gordofóbica” por celebrar públicamente la movilidad que ganó al tomar Mounjaro.
La Dra. Chika Anekwe, especialista en medicina de la obesidad del Hospital General de Massachusetts, explicó a Newsweek que el estigma suele tener su origen en ideas culturales sobre la fuerza de voluntad. “Pero los medicamentos para adelgazar siguen siendo objeto de escrutinio porque la obesidad no se acepta como una afección médica legítima. Eso tiene que cambiar”.
Klitzman afirma que el problema no se limita al coste o a las elecciones personales. “También se debe al escaso acceso a alimentos sanos, la falta de ejercicio, la desigualdad de ingresos y la mercadotecnia incesante de comida basura”, afirmó. Añadió que, aunque los medicamentos GLP-1 actúan reduciendo el apetito, no abordan problemas más profundos. “No se puede resolver la obesidad solo con recetas”, dijo. “Si los responsables políticos empiezan a ver estos medicamentos como una bala de plata, existe un peligro real de que retiren fondos para la prevención, como programas de nutrición, acceso a alimentos saludables o educación en torno a la actividad física”.
NO ES SOLO ESTÉTICA
Aun así, la conversación cultural sigue orbitando en torno a la estética. “Estas drogas no existen en la neutralidad”, afirma la periodista Virginia Sole-Smith en el pódcast Burnt Toast, centrado en la cultura de las dietas. “Existen en una cultura en la que la delgadez sigue siendo igual a bondad”.
Para las personas que antes se refugiaban en el mensaje de autoaceptación de la positividad corporal, el resurgimiento de un único ideal resulta regresivo.
El movimiento por la positividad corporal tuvo su propio y extraño recorrido, desde un tema marginal hasta la aceptación generalizada y el eslogan corporativizado. Arraigado en el activismo de los gordos de la década de 1960, comenzó como una reivindicación de dignidad y cambio sistémico: acceso a la atención médica, protección frente a la discriminación, representación en los medios de comunicación. Con el tiempo, impulsado por campañas publicitarias como “Belleza real” de Dove, anuncios sin Photoshop y modelos con estrías, su mensaje se suavizó hasta convertirse en eslóganes apetecibles que fomentaban el amor propio ignorando a menudo desigualdades más profundas.

“Este rebranding de la política corporal permitió a las corporaciones posicionarse como campeonas de la inclusión sin hacer cambios significativos”, argumentó la escritora Amanda Mull en su ensayo de Vox de 2018 “La positividad corporal es una estafa”.
Este tipo de desafío subraya una mayor tensión. A medida que los medicamentos GLP-1 se hacen más visibles —y se asocian cada vez más a famosos delgados y adinerados—, muchas personas que no pertenecen a ese círculo privilegiado se enfrentan a una pregunta difícil: no solo debo tomarlo, sino que ¿puedo tomarlo sin sentirme juzgado?
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La editora Mukhopadhyay ocupa una posición privilegiada en el debate, como periodista y como usuaria de la droga. “Me daba mucha ansiedad hablar de ello y decirle a la gente que lo tomaba”, explica. “Me juzgaban los partidarios de la positividad corporal y los que siguen pensando que tomar medicamentos para adelgazar es vanidoso”.
Sin embargo, los influencers no son personas: son figuras públicas con marcas, patrocinadores y expectativas de audiencia. “Existe la idea de que no se puede ser ni demasiado delgado ni demasiado gordo”, dice. “¿Dónde se encuentra el equilibrio?”.

Klitzman subrayó que las decisiones individuales y los llamados medicamentos milagrosos no resolverán por sí solos la epidemia de obesidad. “Necesitamos un enfoque integral y sistémico”, afirmó. “Eso significa que todo el mundo —médicos, pacientes, responsables políticos, aseguradoras, empresas alimentarias…— debe cambiar el entorno que fomenta la obesidad. De lo contrario, solo estamos tratando los síntomas”.
Y quizá, como dijo Mukhopadhyay, internet no sea el lugar adecuado para resolverlo. “Las redes sociales pueden resultar detonantes —menciona— y no ser el mejor lugar para buscar validación sobre cómo te sientes con tu cuerpo”.
Cree que la pregunta qué deberían hacerse los seguidores es: “Si la decisión de alguien de cambiar te provoca… pregúntate por qué. Los influencers no son responsables de tu bienestar emocional”. N
(Publicado en cooperación con Newsweek. Published in cooperation with Newsweek)