Reconocer a este venezolano universal a cien años de su nacimiento, es hoy tarea que obliga a los mexicanos a rendirle tributo como uno de los grandes artistas latinoamericanos, que acuñó múltiples fuentes de inspiración, dando nacimiento a formas innovadoras en su mitología creativa, lo que fue materializando durante décadas haciendo de su incursión al gran precursor del modernismo en Venezuela.
De este hecho indudable, da cuenta la variedad y amplitud de registros alcanzados en las 100 piezas elegidas para la muestra “Mirar hacia adentro” que actualmente se presenta en el Museo de Arte Moderno en la CDMX.
Intuimos la presencia del arte mesoamericano, el popular, el africano, todos conviviendo sin ninguna contradicción, por ejemplo, con el arte oriental del Japón.
Vigas abrevó con extrema curiosidad en cada una de estas manifestaciones artísticas, las supo conjugar y con una suerte de malabarismo genial las unió para crear algo con voz propia, un lenguaje que no es estereotipado sino síntesis del todo.
Según él mismo decía: “Cada gesto pictórico es una repetición de un gesto arcaico, y eso es anterior al lenguaje hablado. La mano sabe más que la razón”. Para el pintor la búsqueda de lo ancestral es un eterno presente, fuente fundamental que nutre su obra.
Un rasgo de los artistas residentes en países de América Latina, ya desde finales del siglo XIX, era la necesidad de emprender un viaje a Europa, y sobre todo a París, ciudad que hasta finales de la Segunda Guerra Mundial, era sin duda, el centro artístico de Occidente. Vigas no fue la excepción y en 1952 se mudó a la ciudad luz, donde se sumergió en la estimulante escena artística de la posguerra. En aquella capital residió 12 años, larga estadía que le permitió convivir e interactuar con colegas de la talla de Fernand Leger, Jean Arp, Víctor Vasarely y Alexander Calder.
Conoció a Picasso y Wifredo Lam, de quienes tuvo una temprana influencia de ambos genios creadores. Posteriormente su poderío se fue acomodando hasta crear un estilo característico que le dio un lugar en el mundo.
Polifacético, Vigas abordó con pasión la pintura y de igual manera se expresó en la escultura, la cerámica, el tapiz y el grabado. Cuando en 1952 ganó el Premio Nacional de Artes Plásticas, con la obra “La gran bruja”, cimbró las estructuras de Venezuela, su país, y ejerció un impacto intelectual y artístico, lo que provocó que le otorgaran un lugar central en la plástica nacional. Los diseños faciales y textiles de la cultura wayuu de su natal Venezuela, caracterizados por sutiles estructuras geométricas, impactan su obra.
Este interés fue propio de una generación y de un continente que estaba al encuentro de su esencia cultural y espiritual. México en ese momento vivía el esplendor de las obras del Dr. Atl, Diego Rivera, María Izquierdo, Fermín Revueltas, José Clemente Orozco, David Alfaro Siqueiros y más tarde Runo Tamayo. En Ecuador se imponía Oswaldo Guayasamín; en Colombia Alejandro Obregón y Enrique Grau; en Perú Fernando de Szyszlo y en Brasil el deslumbrante muralismo de Cándido Portinari.
Se podría decir mucho más, pero dejemos que esta muestra se imponga en el gusto de los mexicanos, que cada visitante descubra la hegemonía de sus esculturas, la diversidad de registros geométricos de sus pinturas, los eternos planteamientos de formas y colores. La suma del trabajo titánico de este artista moderno, a quien hoy podríamos nombrar creador contemporáneo, derrama genialidad y talento.
El esfuerzo que el MAM ha realizado para reunir las piezas en la exposición, da cuenta de un trabajo de 50 años de creación ininterrumpida. Los registros corren de los años 1950 al 2009.
La construcción estética del maestro Vigas seguramente conseguirá deslumbrar por la contundente honestidad que refleja cada de las pinturas, grabados y esculturas, que por primera vez podemos apreciar en México. Con esta muestra ganamos todos: se descubre a un gran creador venezolano un pintor y escultor excepcional. Si usted visita la CDMX esta muestra es visita obligada. N