En la costa del Océano Índico se encuentra Kenia, en África. Es un majestuoso país donde conviven numerosas culturas y lenguas, y donde el curioso puede cruzar glaciares, grandes lagos y una sábana que alberga a los cinco grandes del continente africano: leones, leopardos, elefantes, búfalos cafres y rinocerontes.
Al atravesar el vasto territorio keniano, el tiempo parece más efímero y cuesta elegir qué kilómetros no visitar. Ahí todos los caminos cuentan historias de lucha, vida, muerte, colonización desarrollo, fragilidad, futuro y lluvia.
Esta es la historia de 3,000 kilómetros por los caminos de Kenia, a bordo de un Toyota Land Cruiser 79, de intenso color verde y con más años de recorrido por África de los que se pueden estimar.
CONTRASTES EN KENIA, EL PARAÍSO DE ÁFRICA
Kenia es una de las mayores economías de África, caracterizada por una población educada, un sector privado dinámico y una importante industria agrícola. También es una tierra de contrastes, permeada por pobreza, exclusión femenina, desigualdad, corrupción y violencia.
Los primeros kilómetros de esta memoria se recorrieron en la capital, Nairobi. La gran urbe se yergue entre modernos edificios de las grandes empresas financieras globales y destartalados matatus (camiones), o furgonetas que hacen de transporte público colándose por calles y aceras sin control.
A mi llegada cruzaban tiempos electorales y los kenianos llevaban ya cuatro días esperando los resultados de las elecciones generales. Las calles murmuraban tensión, se temía que la incertidumbre desencadenara la violencia electoral vista en años pasados.
CONEXIÓN HUMANA
Buscando entender el sentimiento electoral visité Kibera, un asentamiento informal de Kenia que suelen llamar el mayor suburbio urbano de África. En las elecciones de 2007, en esta zona habían estallado violentos enfrentamientos entre protestantes y la fuerza pública.
A cinco días de las elecciones, en Kibera reinaba la paz y la familia que me abrió sus puertas no tenía demasiado interés en discutir las elecciones. Al descubrir que jamás había probado ugali, una preparación con harina de maíz blanco, se apresuraron a prender el carbón para prepararlo juntos.
Mientras discutíamos el emprendimiento de venta de huevos de la madre y los sueños de la pequeña que era educada por la fundación local, que facilitó el encuentro, la política y los riesgos se diluyeron.
Las risas de humanos de diferentes geografías inundaron la casa. Aquel diminuto espacio, que rentan a dudosos dueños, estaba construido sobre un suelo casi flotante sumergido en pilas de basura, sin servicios básicos o inodoro, pero lleno de las esperanzas puesta en la pequeña estudiante que deberá cambiar la realidad de todos, de muchos.
VIDA, MUERTE Y LLUVIA
Al cruzar el kilómetro 1500 de esta ruta, aún no se declaraba un ganador de las elecciones. En la radio de mi Toyota Land Cruiser 79, un periodista preguntaba a su audiencia si la situación los estaba afectado emocionalmente. Una mujer llamaba y gritaba que, si su candidato perdía las elecciones, su corazón sufriría un infarto y se despedía con un “thank you love”.
La cotidianidad en la sabana también causa infartos, especialmente en el Masái Mara, aquella reserva natural que se extiende por 1,510 kilómetros cuadrados al sudoeste de Kenia. Ahí me encontré atestiguando uno de los espectáculos más impresionantes de nuestro planeta: la gran migración.
La llegada de la estación seca en el Serengueti, en Tanzania, marca el inicio de un largo viaje donde millones de herbívoros siguen la lluvia. El punto cúspide de esta larga migración es el cruce del río Mara, donde ñus, cebras y gacelas saltan al agua con la esperanza de tocar la otra orilla y disfrutar de los pastos frescos del Masái Mara.
El cruce es una danza de vida y muerte donde muchos mueren ahogados, pateados por una multitud desesperada por cruzar o caen junto a sus esperanzas en las fauces de los cocodrilos que pacientemente esperan su llegada, bajo la atenta mirada de grandes hipopótamos.
Esta danza no termina al tocar la otra orilla, cientos de buitre dorsiblanco africanos buscan a las bestias heridas y se pelean sus restos de vida. Escondidos en los altos pastos que ha nutrido la lluvia cada vez más escasa, esperan leonas que buscan alimentar a sus hambrientos leoncillos.
Atestiguando la gran migración en el Masái Mara, el viento suspiraba en mi oído las atemporales palabras del jefe Seattle: “¿Qué sería del hombre sin los animales? Si todos fueran exterminados, el hombre también moriría de una gran soledad espiritual; porque lo que les suceda a los animales también le sucederá al hombre. Todo va enlazado”.
KENIA: ALGO ANDA MAL EN EL EDÉN DE ÁFRICA
En la actualidad parece difícil encontrar un lugar donde nosotros, los turistas, no resultemos molestos. En medio del Masái Mara, maravillada por la visión diaria de los increíbles animales que siempre soñé ver libres y no transformados en carteras, encadenados en anticuados zoológicos y circos, o montados (abusados) por perezosos instagrammers, también llegué a sentir asco de nuestras ansias de extrema proximidad y de documentarlo todo.
Me crucé con jirafas, rinocerontes, hipopótamos, elefantes, guepardos y leones, pero sobre todo vi animales hartos de la persecución de decenas de Toyota Land Cruiser 79 que obviaban la regla de no salirse de los caminos.
Simplemente éramos demasiados y un leopardo cansado de tratar de escapar de nuestras miradas terminó exhausto escondiendo su cara en las ramas de un arbusto. ¡Logramos la foto!
Me despedí de Kenia con lágrimas en el rostro, y prometí regresar a esa región de África. En mis memorias guardo la frágil vida en la sabana, me conmuevo con la danza de vida y muerte en el río y me estreso por las extensas sequias que hemos causado al sobrepasar los límites planetarios.
También ruego que los herbívoros crucen el río, que la pequeña estudiante logre sus sueños y que la electora no haya sufrido un paro cardiaco. Pero, sobre todo, pienso en la esperanza inquebrantable en el futuro, siempre persiguiendo la lluvia.
Hasta mis siguientes 3000 kilómetros atravesando Kenia, cantando Jambo Bwana, a bordo de aquel Toyota Land Cruiser 79. El mismo que en estos momentos sigue cruzando la sabana en busca de leones y leopardos para maravillar a la cámara de otros curiosos. N