El ser humano es un pobre animal. No tiene garras, como los leones; ni corre rápido como las chitas. No nada como un delfín, ni vuela como un águila. No salta como un tigre, ni tiene veneno como una cobra. Dejado a su suerte ante la implacable naturaleza… el ser humano es una causa perdida.
¿Cómo, entonces, ha logrado el ser humano convertirse en la especie dominante de un planeta rebosante de especies más fuertes y más feroces?
Historia de dos homínidos.
Hace unos 200 mil años, compartieron la tierra dos especies de homínidos claramente distinguibles. Por una parte, los Neandertales y, por otra, el Homo Sapiens. Habitualmente se hallaban en guerra. Todos sabemos quién, finalmente, gano esa guerra. Los Neandertales se extinguieron, aproximadamente, hace 40 años, mientras que los Homo Sapiens siguen en este lugar, yendo a trabajar de 9 a 5, llevando a sus niños a las escuelas, pagando sus suscripciones de Netflix y, eventualmente, asistiendo a conciertos de Luis Miguel.
El conocimiento común nos dice que el superpoder del ser humano es la razón. Así como los tiburones tienen velocidad y dientes, el hombre tiene inteligencia; con la que crea herramientas, sistemas, leyes y submarinos. Todos estamos de acuerdo con esto ¿O no?
En su libro Humankind, el investigador Rutger Bergman se permite disentir. Presenta, como guía argumentativa, la diferencia entre los Neandertales y los Homo Sapiens. Los Neandertales eran más grandes, fuertes y rápidos; también tenían mayor masa cerebral; y las investigaciones apuntan a que eran capaces de actividad intelectual avanzada; quizás mayor al mismo Homo Sapiens. Éstos eran (¿eramos¿), más pequeños en tamaño y masa muscular; más débiles y lentos. Con masa cerebral menor, no es muy seguro que fueran más inteligentes. Sin embargo, tenían una capacidad especial: la capacidad de crear vínculos humanos y sociales fuertes. Estos vínculos sociales resultaron ser una ventaja evolutiva definitoria: los seres humanos creaban comunidades duraderas que les permitían alimentarse mejor, defenderse mejor y asegurar la supervivencia de su descendencia.
Por eso el autor sueco afirma -no sin base científica- que el superpoder del Homo Sapiens no es (al menos, no de forma exclusiva) la inteligencia, sino un género específico de neuronas hiper especializadas en reconocer patrones y emociones en los otros seres humanos: las neuronas espejo. Nuestro “superpoder” no es la inteligencia, sino la empatía.
Zóon Politikon
Mientras que la prueba de IQ -que mide habilidades cognitivas- sigue siendo un parámetro generalizado en la medición de la inteligencia humana, cada vez existen más promotores de otros exámenes y otros parámetros. En especial Howard Garner, quien en 1994 propuso la teoría de las inteligencias múltiples; y Daniel Goleman, que en 1996 publicó su libro sobre Inteligencia Emocional. Dentro de los tipos de inteligencias propuestas por Garner se encuentran la musical, la kinestésica, la visual, la natural, la lógica, la lingüística; la intrapersonal y la interpersonal.
Es en esta última en donde hallamos, por fin, un faro divulgativo que reconoce la relevancia de nuestra capacidad de empatía y comunicación dentro del desarrollo pleno de nuestras capacidades. No solamente esto, sino que la inteligencia interpersonal; la comunicación humana y la capacidad de crear redes amplias y relaciones fuertes aparecen prominentemente en los hallazgos del estudio longitudinal sobre la felicidad de Harvard -el más grande estudio de su tipo jamás realizado-, cuyo director, Robert J. Waldinger, publicó recientemente un libro –La buena vida-, en donde muestra cómo la ciencia, por fin, ha definido por cierto lo que los sabios y los santos de todas las épocas han sabido siempre: que lo que nos permite sentirnos satisfechos, exitosos y felices no es otra cosa que las relaciones de amistad, cariño y cuidado que construimos a lo largo de nuestra vida.
El círculo, pues, se cierra perfectamente: la ciencia, por fin, alcanza a la filosofía. El resultado es el mismo. Más que animales racionales somos, sobre todo -así lo afirmó Aristóteles hace 2500 años-, animales sociales. Es tan sencillo que lo puedes grabar con letras de oro: personas exitosas (y felices) crean conexiones.