Hace diez años, si alguien me hubiera dicho que sería víctima de una estafa, habría reído a carcajadas. Jamás se me ocurría hacer un comentario desagradable, pero si me enterase de que otra persona perdió 100,000 libras esterlinas (110,000 dólares estadounidenses) a causa de un estafador, el incidente me habría parecido de lo más extraño. Solo había leído sobre gente que enviaba dinero a individuos que no conocían en persona. Por mi parte, siempre he tenido muchas reservas para hacer transferencias de efectivo.
En marzo de 2015 entré en contacto con un hombre que se hacía llamar John y quien, como yo, era usuario de una aplicación de citas. Poco antes me había quedado sola, así que decidí conectarme en línea para aliviar el estrés que me abrumaba. Mi padre acababa de fallecer y recién terminaba con una pareja que no me trataba bien. De primera instancia, no buscaba otra relación. Pero una nunca sabe, ¿verdad?
Al cabo de unos cuantos días, John y yo pasábamos horas en línea hablando sobre nuestras vidas y él aseguró que le gustaban las mismas cosas a mí. Por ejemplo, yo era voluntaria en un hospicio de mi localidad y, al parecer, él también. Aquello me dejó con la impresión de que John era un hombre gentil, bondadoso y afectuoso. Mientras, proseguíamos con el contacto y, en un esfuerzo para evitar los típicos silencios incómodos, decidí revelarle detalles de mi vida. Fue así como surgió la sensación de que algo muy profundo comenzaba a formarse entre nosotros. Por supuesto, ese sentimiento no era más que parte del proceso de manipulación.
AMOR EN LÍNEA
Transcurridas algunas semanas de charlas cibernéticas, decidimos conocernos en persona. John lucía tal como en su foto del perfil, y nos entendimos estupendamente. De hecho, en una ocasión me llevó a casa de su madre para conocerla. Sentí que aquel era el inicio de una relación normal; de lo contrario, no habría seguido adelante. Es verdad que había oído muchas cosas sobre el riesgo de las estafas en línea, pero John era una persona real.
Es más, recuerdo haber enviado un mensaje de texto a una amiga: “¡Vaya! Hace poco conocí a un hombre. ¿Es posible enamorarse de alguien así de rápido?”, escribí. Nunca he sentido algo parecido por otra persona. Es evidente que John era un profesional en lo que hacía.
Poco después de conocernos él tuvo que salir del Reino Unido. Me dijo que era un viaje de negocios, cuya naturaleza, insistió, debía mantener en secreto. No niego que, conforme se desarrollaba nuestra relación, algunas cosas debieron resultarme extrañas. Pero, para entonces, estaba perdidamente enamorada. Si John me hubiera dicho que el cielo era morado, yo habría descrito las tonalidades violeta. Los únicos que pueden entender lo que digo son las personas que han pasado por situaciones parecidas.
LA MUERTE DE SU PADRE
Después de siete meses de iniciada la relación, John anunció que su padre había fallecido. Me pidió que lo acompañara a Dubái para ver lo del testamento e incluso ofreció reembolsarme el costo de los pasajes de avión, cosa que hizo poco después. Sin embargo, casi tan pronto como llegamos allá, me pidió que le guardara un papel. Explicó que era un certificado contra el lavado de dinero, documento indispensable para que las autoridades liberaran la herencia que dejó su padre.
Puse el papel en mi pasaporte y dentro de mi bolso de mano. Pero, unos días más tarde, cuando me pidió el certificado, no pude encontrarlo por ninguna parte. Registré todo lo que llevaba conmigo y tuve que decirle que lo había perdido. John insistió en que el documento era de suma importancia y que si no lo presentaba él tendría que pagar una multa de 10,000 libras esterlinas (11,000 dólares estadounidenses). Me sentí muy culpable.
LAS PRIMERAS 10,000 LIBRAS ESTERLINAS
Ofrecí prestarle el dinero y dije que podría reembolsarme en cuanto recibiera su herencia. Si bien John se negó al principio, uno de sus contactos de negocios, quien se hacía llamar Philip, empezó a contactarme para acusarme de haber metido la pata y ocasionar un montón de problemas para John.
Mi situación financiera no era boyante, por lo que pedí un préstamo a una amiga. El esquema de la estafa era tan complejo que el propio Philip habló con ella por teléfono y explicó la situación, a fin de convencerla de darme el dinero sin temor. Más aun, ni siquiera el banco se comunicó conmigo para pedirme que explicara la transacción.
Traté de resolver el asunto en cuanto regresamos al Reino Unido. Pero entonces surgieron nuevos tropiezos que me obligaron a hacer más desembolsos. Por ejemplo, me dijeron que tenía que cambiar los fondos de dólares a libras esterlinas y, además, presentar otro certificado. El problema se complicaba cada vez más. Ya ni siquiera recuerdo muchas de las cosas que me dijeron para estafarme. Lo único que quería era volver a la vida de antes. Transcurridos dos años de estar metida en ese lío, había perdido alrededor de 100,000 libras esterlinas (unos 110,000 dólares estadounidenses), tanto en efectivo como en intereses sobre préstamos.
DOUG ENTRA EN ESCENA
En ese periodo me presentaron con un hombre que decía llamarse Doug. Me habían dicho que Philip era el responsable de los asuntos financieros de John, pero, no sé cuándo, él mismo decidió despedirlo a causa de todas las complicaciones que había ocasionado. Así que, en adelante, tendría que tratar con Doug quien, además, vivía en Londres y podía contactarme con más facilidad. John hizo énfasis en que no me preocupara, asegurando que, aunque estaría en contacto con Doug, su asociado era un caballero.
A partir de entonces, tuve que viajar a Londres una vez por semana para reunirme con Doug. Y fue así como surgió una nueva amistad. Pasado el tiempo, dio en contarme sus problemas hasta que, un día, caí en la manipulación cuando juró que iba a quitarse la vida. Al encontrarme con John, le dije lo que estaba pasando con su asociado. Pero él no mostró el menor interés en los problemas de Doug. A esas alturas de nuestra relación, semejante indiferencia me horrorizó y pensé: “No es el hombre que conocí”. La actitud de John me ahuyentó y decidí cortar por lo sano, aunque mantuve la relación con Doug. Ahora, en retrospectiva, entiendo que todo aquello era parte del complot.
CRECEN LAS SOSPECHAS DE ESTAFA
Desde el principio, mi familia nunca dejó de decirme que algo olía mal. Y así, para junio de 2017, mi hijo se puso en contacto con la policía. Unos agentes fueron a mi casa para informar: “Creemos que es víctima de una estafa”. Sin embargo, aseguré que no se trataba de un fraude, porque conocía, personalmente, a todos los involucrados.
Dio la casualidad de que, al día siguiente, tenía que entregarle a Doug otras 10,000 libras esterlinas (unos 11,000 dólares estadounidenses) para cubrir los cargos ficticios que se habían acumulado. Los agentes aprovecharon la oportunidad y, creyendo que la amenaza de una intervención judicial ahuyentaría a los estafadores y lograría que nunca volvieran a molestarme, propusieron que enviara a Doug un mensaje explicando que la policía temía que se tratara de un fraude.
No obstante, Doug contestó mi mensaje. Aseguró que entendía la situación y señaló que la policía solo estaba haciendo su trabajo. Mostré la respuesta a los oficiales e insistí en que estaban equivocados. Pero, al día siguiente, volví a sentirme inquieta.
Esa mañana, John me llamó desde el Reino Unido tras un supuesto viaje a Israel, y entonces supe que algo andaba mal. Aún no estaba convencida de que fuera una estafa, de modo que decidí mantener la comunicación con él, pero no volví a enviarle dinero.
A partir de ese momento, mi actitud cambió. Comprendí que era víctima de una estafa criminal muy sofisticada. Pese a que mi hijo había sonado la alarma al respecto desde hacía tiempo, fue solo entonces que cuestioné: “¿Cómo fue que no me di cuenta?”. En el fondo, creo que siempre supe lo que sucedía, pero invariablemente encontraba alguna excusa.
COLABORACIÓN CON LA POLICÍA
Decidí acudir a la policía. “Me están estafando”, acusé. Al cabo de más de dos meses de investigación, las autoridades finalmente fijaron la fecha para proceder al arresto de Doug. Llegado el momento, me encontraba furiosa.
Durante casi tres meses, me vi obligada a mantener el contacto con Doug para que la policía tuviera tiempo de reunir pruebas y organizar el arresto. A esas alturas, las cuotas “acumuladas” ascendían a otras 20,000 libras esterlinas (22,086 dólares estadounidenses), y aún tenía que convencer a Doug de reunirnos en Londres. Me puse en contacto con él para decirle que mi madre acababa de fallecer y quería vender su casa, lo antes posible, para emigrar a Grecia. A sabiendas de que el estafador prefería el efectivo porque utilizaba un nombre falso, ofrecí extenderle un cheque, a menos que nos viéramos en Londres en determinada fecha.
Me trasladé a la capital británica el 21 de septiembre de 2017. La policía hizo la reservación en el tren, ya que seis agentes viajarían conmigo, aunque, por mi seguridad, no sabría quiénes eran. Me dieron la indicación de ir a la estación Euston del metro londinense, donde debía entrar en un sanitario, poner el bolso de mano junto a mí y fingir que me cepillaba el pelo. En ese momento apareció una agente encubierta, la cual metió un dispositivo de rastreo en mi bolso, el cual permitiría que la policía me localizara si me perdían el rastro, o bien, si me topaba con Doug antes de llegar al lugar acordado. A continuación, abordé un vagón del metro y continué mi recorrido hasta el hotel donde debía encontrarme con Doug.
LA DETENCIÓN DEL ESTAFADOR
Otros seis agentes me aguardaban allá. Un total de 12 oficiales participaron en el operativo. Me pidieron que telefoneara a Doug y que, cuando este llegara, pusiera el bolso de mano sobre la mesa. Esa sería la señal para que se acercaran a arrestarlo.
Doug llegó unas tres horas más tarde. Eran las 18:13 horas cuando los agentes hicieron el arresto. Me sentí aliviada, pero un poco triste pensando que había sido una tonta. Doug me miró con expresión afligida. Dada la cantidad de gente que había estafado, creo que nunca imaginó que yo le tendería una trampa. Tiempo después, acusado de fraude, recibió una sentencia de tres años y nueve meses en prisión. Que yo sepa, la policía nunca ha dado con John o Philip.
Concluido el juicio, me sentí muy satisfecha de haber participado en la redada. Sin embargo, durante las semanas que duró el proceso recibí numerosas amenazas como: “Sabemos dónde vives” o “Cuida a tus hijos”. La policía insistió en que ignorara las intimidaciones, instaló alarmas de seguridad en mi propiedad, y me entregó un localizador que habría de llevar conmigo a todas partes durante un año, y en el que solo tenía que presionar un botón para recibir ayuda de inmediato.
AHORA RECIBO ODIO Y DESPRECIO
Me alegro de haber tenido la oportunidad de vengarme de aquellos tipos; de lo contario, la situación habría sido mucho más difícil para mí. Desde que compartí mi historia de estafa he sido blanco de ataques de odio y desprecio. Me han llamado explotadora y desesperada, pero no me importa lo que digan los demás. Si puedo salvar a otra persona, habrá valido la pena. Me considero una mujer fuerte y hoy formo parte de grupos de apoyo para este tipo de crímenes, donde he sabido de personas que se han quitado la vida debido a esta forma de estafa. Es una realidad desgarradora.
Esas pandillas son profesionales de la manipulación. Aquel hombre me bombardeó con amor, pues sabía que acababa de terminar una relación dolorosa. Hablamos durante horas y horas; y en apenas una semana, se enteró de todo lo que pasaba en mi vida. En ese lapso me trató con mucho afecto. No sé cómo explicarlo. Jamás había experimentado tanta bondad de otra persona. Me parecía imposible, pero ahora sé que esos pequeños detalles son los que te hacen caer en la estafa.
El público tiene que darse cuenta del efecto que tienen esos criminales; cómo se te meten en la cabeza. Por lo que a mí respecta, fui manipulada y controlada de una manera insólita. Hoy me encuentro libre de su control y estoy aprendiendo a perdonarme. No obstante, necesito que dejen de denigrarme por haber sido una víctima. Estoy segura de que, si yo caí en la estafa, cualquiera puede pasar por lo mismo. N
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Lynn Hawes vive en Essex y figura en la nueva serie documental Love Rats, de Paramount+, desde el 14 de octubre. Publicado en cooperación con Newsweek. Published in cooperation with Newsweek.