Cuando los talibanes tomaron Kabul, a mediados de agosto, y llegaron al poder de Afganistán por segunda vez, el misterio sobre el paradero de su líder supremo, Hibatullah Akhundzada, se hizo todavía más profundo.
Muchos afganos dudan de si el anciano clérigo está vivo o muerto. Incluso los más dedicados analistas del país se preguntan quién está realmente liderando el movimiento islamista radical. AFP siguió el rastro del elusivo líder y los hallazgos no ofrecen respuestas concluyentes.
El 30 de octubre, dos meses después de que un portavoz talibán asegurara que Akhundzada estaba en buen estado en Kandahar, aparecieron rumores de que el “emir” había pronunciado un discurso en una madrasa de esta ciudad del sur.
Los dirigentes talibanes quisieron demostrar la autenticidad de su aparición con la divulgación de una grabación de sonido de más de diez minutos que recogía su discurso. “Que Dios recompense a la gente oprimida de Afganistán que luchó contra los infieles y los opresores durante 20 años”, afirma una voz anciana y resonante, supuestamente de Akhundzada.
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Su perfil público previamente se había limitado a la difusión de mensajes escritos anualmente durante las festividades islámicas. En uno de los distritos más pobres de Kandahar, entre un arroyo repleto de basura y un camino polvoriento, dos combatientes talibanes montan guardia frente a la puerta azul y blanca de la madrasa Hakimia.
La ubicación atrae desde el 30 de octubre multitudes de curiosos y seguidores talibanes. Cuando nos visitó el líder supremo, iba “armado” y acompañado por “tres guardias de seguridad”, dijo a AFP el jefe de seguridad de la madrasa, Massum Shakrullah. “Ni siquiera teléfonos o grabadoras” fueron aceptadas dentro del recinto, añadió.
“Todos lo mirábamos y estábamos simplemente llorando”, recordaba Mohammed, uno de los estudiantes de 19 años. Al preguntar si podía confirmar que era Akhundzada, Mohammed señaló que él y sus compañeros estaban tan abrumados que “olvidaron mirar (…) su cara”.
La necesidad de los líderes talibanes de mantener perfiles discretos se ha agudizado durante la última década de guerra, con la multiplicación de los mortíferos ataques de dron de Estados Unidos.
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Akhundzada tomó las riendas del movimiento después de que un bombardeo matara a su predecesor, Mulá Akhtar Mansur, en 2016. Rápidamente se granjeó el respaldo del jefe de Al Qaeda, Aymán az Zawahirí, que lo llamó “el emir de los fieles”.
El respaldo del heredero de Osama bin Laden aseguró sus credenciales yihadistas con los viejos aliados de los talibanes.
El movimiento islamista ha publicado solo una fotografía de Akhundzada hace cinco años cuando asumió su liderazgo. Y esa imagen, donde aparece con barba gris, turbante blanco y mirada desafiante, era de dos décadas atrás, según los talibanes.
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Su aparición acalló “rumores y propaganda” sobre su muerte, dijo Maulvi Said Ahmad, que dirige la madrasa de Kandahar. Parecía “exactamente el mismo” que el de la famosa foto, dice Mohammad Musa, de 13 años, que lo observó de lejos.
Dirigentes del gobierno afgano derrotado y numerosos analistas occidentales son escépticos y creen que el líder murió años atrás. Para ellos, la visita a la madrasa fue un engaño cuidadosamente organizado.
No sería nuevo. Durante dos años los talibanes pretendieron que su fundador, el mulá Omar, estaba vivo tras su muerte en 2013.
“NADIE CONFIRMARÁ NI NADIE NEGARÁ”
Akhundzada “lleva mucho tiempo muerto y no ha tenido ningún papel en la toma de Kabul”, indicó un responsable de seguridad del antiguo gobierno a AFP.
Murió junto a su hermano en un ataque suicida en Quetta (Pakistán) “hace unos tres años”, opina una fuente. Esta teoría, con algunas variaciones, se considera creíble por varias agencias de inteligencia extranjeras.
Otra fuente de seguridad regional asegura a AFP que “nadie confirmará ni nadie negará” la presunta muerte del líder supremo talibán. En tanto, el Pentágono y la CIA no respondieron a las solicitudes de AFP sobre esta cuestión.
En Panjwai, un distrito ubicado en un vasto y árido altiplano cerca de Kandahar, todo el mundo conoce los Akhundzadas, una línea de respetados teólogos. El emir nació en la localidad de Sperwan.
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“En el momento de la invasión soviética (1979) estallaron combates en el pueblo y Hibatullah marchó a Pakistán”, explica a AFP Niamatullah, joven guerrillero y antiguo alumno del líder.
Tras su primer traslado a Pakistán, Akhundzada se convierte en un respetado académico y gana el título de “Shayj al-Islam”, una distinción reservada para los más eminentes estudiosos del Corán.
A comienzos de los años 1990, con la insurgencia islamista haciendo retroceder a la ocupación soviética, Akhundzada, en la treintena, volvió a su hogar. Mantuvo consultas con visitantes “de la ciudad y de Pakistán”, recuerda Abdul Qayum, un lugareño de 65 años.
Según su biografía oficial, su auge fue meteórico tras la toma de los talibanes de Kabul en 1996. Dirigió una madrasa local, fue juez en la corte provincial de Kandahar, después dirigió un tribunal militar en Nangarhar (este de Afganistán) hasta el año 2000. Cuando los talibanes fueron depuestos en 2001, estaba al mando del tribunal militar de Kabul.
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Akhundzada huyó a Pakistán y encontró cobijo en Quetta. Su conocimiento de la ley islámica lo convirtió en jefe del sistema judicial en la sombra de los talibanes y en aclamado formador de una generación de guerrilleros que se graduaron en Quetta.
Akhundzada era “el centro de gravedad de los talibanes (…) al mantener el grupo intacto”, dijo a AFP un miembro de los talibanes en Pakistán.
Según esta fuente, que asegura haberse encontrado tres veces con el líder supremo —la última en 2020—, Akhundzada no utiliza tecnología moderna. Prefiere llamar por línea telefónica fija y comunicarse a través de cartas con los dirigentes talibanes que conforman el gobierno y con quienes mantiene una interlocución fluida.
También, según este talibán en Pakistán, el líder dio luz verde a la ofensiva final contra el antiguo régimen y seguía las operaciones desde Kandahar, donde se habría instalado discretamente meses atrás.
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La amenaza de muerte continua, incluso tras el fin de la guerra con Estados Unidos, explica su bajo perfil, aseguran varias fuentes talibanes.
Y si estuviera muerto, una fuente de seguridad regional asegura que la preocupación por la rivalidad con la rama local del grupo extremista Estado Islámico, el EI-K, explicaría por qué los talibanes ocultan su deceso.
“Si anuncian que Akhundzada ya no está y están buscando un nuevo emir, fraccionaría a los talibanes y el EI-K se podría aprovechar”, afirma.
Los talibanes desestiman todas las especulaciones. El emir está “liderando a la vieja usanza”, dice un portavoz a AFP. “No es necesario” para él aparecer en público. N