En la agencia para la que trabajo se decidió después de unos complicados meses dejar de rentar un espacio en físico y seguir de forma virtual trabajando, y a pesar de que al principio todos estuvimos de acuerdo con esta medida obligatoria llevo un par de semanas extrañando las ‘pequeñas’ pero significativas interacciones de antes. No es por romantizar la rutina de oficina pero debo admitir que mi casa es un espacio reducido a una recámara la mayor parte del tiempo porque nos dividimos el uso de los espacios comunes para poder trabajar sin interferencia del otro, y mi compañero de casa regresa los fines de semana a su pueblo natal a unas horas de aquí.
Aquellos ‘usos y costumbres’ de oficina de los que solía quejarme ahora son una memoria chusca que comparto vía videoconferencias o llamadas telefónicas. Desde el acceso con el gafete hasta tardar más de 10 minutos en que la máquina identificadora de huellas digitales decidiera funcionar son pequeñas cotidianeidades que extraño estos días. No hay coperachas para el pastel de cumpleaños ni tampoco cervezas en el bar de a la vuelta después de salir los jueves, al convertirse en definitivo este nuevo esquema me sorprendió esta súbita melancolía por esos detalles.
He cambiado de casa más veces de las que me hubiera gustado, y con cada nueva propiedad viene un o una compañera de casa distinta, por desgracia aunque ha sido cordial siempre o casi siempre no me daba tiempo para cruzar la línea y crear una amistad, ahora entiendo que en gran parte era porque ese espacio lo ocupaban mis compañeras y compañeros en el trabajo, sin darme cuenta aquellos individuos con los que compartía proyectos se convirtieron a través de los años en amistades entrañables, con las que ahora convivo en su mayoría sólo a través de un monitor. Sin entrar en obviedades me ha quedado más claro que nunca que no sabía ni valoraba aquello que tenía hasta ahora que lo hemos perdido, y lo digo así, en plural porque sé que no soy al único qu esto le ha afectado más de lo que quisiera.
En particular, a la que más extraño es a la Señora Mary, comenzó con nosotros contratada por un intermediario hasta que, con los cambios legales alrededor de esto decidimos que era tan vital que debía ser de planta, contratada por nosotros en la agencia. Ella no sólo se encargaba de la limpieza y mantenimiento de las instalaciones sino que funcionaba como el pegamento dentro de ese micro universo en el que solíamos pasar más de la mitad de nuestro día. Aun cuando estaba inmerso trabajando en alguna presentación ella hacía tiempo para preguntarme con genuino interés cómo estaba sacándome de aquel ensimismamiento me refrescaba con alguna anécdota sobre sus hijos o su esposo, tenía siempre una respuesta inesperada a todo, nunca se lo dije pero hacía mis días pesados mucho más llevaderos. No sólo recordaba las fechas de cumpleaños de todos y los acontecimientos importantes sino que, organizaba los intercambios en navidad, se escabullía de la rutina para compartir un café y a veces, aunque era obvio que no estaba teniendo un buen día era siempre la que rompía la tensión con algún refrán o dicho popular que nos sacaba de contexto regresándonos a lo importante. Desde que comenzó la pandemia dejamos de verla, aunque ella seguía yendo a las instalaciones, cuando intentamos el esquema mixto se convirtió en uno de los motivos más importantes por los cuales no iba en pijama a trabajar a pesar de que debido a mi estado emocional había días en los que yo no quería salir de mi cama.
Con el cierre de las oficinas y los distintos ajustes que tuvimos que hacer para mantener esto más o menos a flote (seguimos con pocas cuentas y muy limitados en cuanto a recursos ya que no somos ni industria primaria por nuestros servicios, ni mucho menos considerados un gasto prioritario, de hecho sino fuera por nuestra cartera de ‘los de siempre’ y a la diversificación de servicios ya no existiríamos el día de hoy) tuvimos también que tomar decisiones difíciles, entre ellas se encontraba la posición de la Señora Mary, a quien, por fortuna pudimos colocar en una posición similar a la que tenía en un sitio más cercano a su casa pero de quien no tuve la oportunidad de despedirme en persona. Le he mandado un par de mensajes a los que responde con imágenes casi siempre chuscas o religiosas, tengo su cumpleaños en mi agenda y sigo teniendo presente que es una ferviente fanática de los gansitos congelados por lo que a veces la sorprendemos con un envío desde alguna app, aun así, no es lo mismo.
Me ha quedado claro que, las conexiones que construimos en medio de la rutina del trabajo son importantes no sólo laboral sino también emocionalmente, aunque en ocasiones no podemos elegir con quienes trabajar o compartir un mismo espacio si podemos decidir trascender aquel contacto y hacer esas relaciones nuestras.
Cada persona que entra o pasa por nuestras vidas es una oportunidad para descubrirnos. La Señora Mary quizá nunca supo que era parte esencial de mi día a día, ahora con pequeños detalles de vez en cuando intento demostrárselo pero no es igual, nunca va a ser lo mismo, quizá por eso ahora aunque ocasione miradas de extrañamiento no dudo en apalabrar el agradecimiento que siento cada que alguien tiene un impacto, del tamaño que sea, en mi vida.
He decidido no quejarme tanto de esta nueva rutina y en lugar de eso recibir con los brazos abiertos esta oportunidad de buscar diferentes formas de expresarle a los otros cuanto importa su presencia en mis días, al final, lo único que de verdad tenemos son las conexiones reales que hacemos con las personas que pasan por nuestra vida.