ALGUNOS artistas e intelectuales cubanos dicen sentirse asombrados por la represión que ha desatado el régimen existente en la isla de Cuba contra quienes, desde el pasado domingo 11, han salido a las calles a protestar por la situación de miseria que impera en su país, pero, sobre todo, como gritan los manifestantes, por la carencia de libertades civiles.
El grupo de artistas e intelectuales antes citados, decía, hacen saber su pasmo por la violencia utilizada por las fuerzas del orden y las brigadas paramilitares desde el pasado domingo, lo cual hasta hoy salda con más de cien desaparecidos, igual número de encarcelados y al menos una persona muerta. Si bien poco se sabe al respecto puesto que el régimen, que dice sentirse muy seguro de que la inmensa mayoría de la población lo respalda, ha cortado totalmente la internet en la Isla y reducido en buena medida otras vías de comunicación.
Mi aviso para los artistas e intelectuales tomados por el estupor debido al ensañamiento de las fuerzas del poder contra los manifestantes: amplíen su capacidad de asombro: la tragedia, los muertos apenas han comenzado.
Habrá más muertos, desaparecidos, asesinados en las mazmorras castristas. Podrían ser muchos. Muchos. Todo depende de factores diversos imposibles de ponderar en estos momentos.
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Consideremos que los esbirros, los asesinos contra sus propios compatriotas —¿fratricidas?—, no es necesario importarlos, son un producto nacional. Y, como casi todo —lo bueno y lo malo— surgen cuando la época, digamos, lo reclama.
Así, no hubo que traer del extranjero a los torturadores, los asesinos durante las dictaduras en Argentina, Chile, República Dominicana o Cuba 1952-1959 —eran argentinos, chilenos, dominicanos, cubanos, respectivamente—, ni en las que demoraron decenios en desaparecer, como en las extintas Unión Soviética, Rumania, Alemania Oriental o la Alemania nazi. O en regímenes dictatoriales más recientes, como los de Venezuela y Nicaragua, donde solo en las protestas de 2014 y 2019 respectivamente se han documentado más de 600 manifestantes asesinados, sin que nadie hasta ahora haya pagado por estos crímenes y, como si esto fuera poco, ahí continúa el par de dictadores gozando de buena salud y burlándose de lo que fuere.
Algo sí debe quedar claro: ni Stalin ni Batista ni Jorge Rafael Videla ni Fulgencio Batista ni Nicolás Maduro ni Daniel Ortega, ni ahora Miguel Díaz-Canel, con sus propias manos, con sus propias pistolas, golpearon o dieron muerte a algún manifestante.
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En varias ocasiones he citado la siguiente historia: de niño, en el barrio de mi infancia, le pregunté a un boxeador al que admiraba: ¿por qué eres boxeador? “Uno lo es cuando está en el ring, ya cuando se baja uno es otra cosa”. Mucho tiempo reflexioné sobre esta respuesta y casi llegué a la conclusión que hoy y desde hace tiempo debe ser pan comido para psicólogos y sociólogos: el ser humano promedio es proclive a reaccionar de acuerdo con las circunstancias o el sitio en que esté.
De modo que nadie debe asombrarse por los fatídicos resultados de las protestas llevadas a cabo desde el domingo en la isla de Cuba: la tragedia comienza ahora. Ellos, los policías, los miembros de las tropas especiales, los paramilitares, los chivatos, los esbirros de siempre… van a tirar a matar. N
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Félix Luis Viera (Cuba, 1945), poeta, cuentista y novelista, ciudadano mexicano por naturalización, reside en Miami. Sus obras más recientes son Irene y Teresa y La sangre del tequila. Los puntos de vista expresados en este artículo son responsabilidad del autor.