ANGELA MERKEL participa este jueves en la que puede ser su última cumbre europea y las opiniones sobre la canciller alemana divergen. Para algunos es una estratega extrordinaria, para otros una líder a la que le faltó visión.
La canciller tiene previsto dejar su cargo tras las elecciones alemanas de finales de septiembre. No se descarta que asista a nuevas reuniones de los líderes de la UE mientras se negocia una nueva coalición de gobierno, pero ya no tendría mayor poder.
En 16 años como canciller, Merkel ha establecido un récord de longevidad para un jefe de gobierno, y su influencia en estas grandes reuniones en las que se fija el rumbo de la Unión Europea está a la altura de su experiencia.
“Cuando ella empieza a hablar en los consejos europeos, muchas personas alrededor de la mesa siguen consultando sus teléfonos móviles. Pero luego todos los dejan y la escuchamos. Tiene una enorme autoridad”, dijo recientemente el primer ministro holandés, Mark Rutte.
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“Muy a menudo, cuando estamos en un estancamiento en una negociación, plantea una idea, a veces sólo una palabra que lanza en la sala, y eso permite avanzar”, abundaba el año pasado la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen.
El jueves en el Bundestag (parlamento), incluso la líder de los Verdes de la oposición, Annalena Baerbock, le rindió homenaje: “Mucha gente en este país le agradece haber mantenido unida a Europa durante 16 años en tiempos de crisis”.
Acostumbrada a interminables noches de negociaciones, Merkel ha agotado a más de uno de sus homólogos europeos en Bruselas. Conoce la capital belga como la palma de su mano. Durante una cumbre en 2016, aprovechó una pausa para ir con sus asesores a una venta de papas fritas en el barrio europeo y ella misma pagó la cuenta.
Dos años más tarde, turistas asombrados la vieron disfrutando una cerveza en la Gran Plaza de Bruselas. Sin embargo, su balance europeo sigue siendo controvertido.
Su firmeza durante la crisis del euro (2010-2012), cuando Merkel rechazó durante mucho tiempo acudir en ayuda de los países más endeudados de Europa, como Grecia, le hizo ganar tenaces enemistades.
En política migratoria, su decisión de abrir las fronteras a los refugiados en 2015 sigue siendo polémica.
Sus partidarios celebran su gesto humanitario. “A menudo he dicho que la historia daría la razón a la señora Merkel y así ha sido”, dijo el año pasado el expresidente del ejecutivo de la UE, Jean-Claude Juncker. Otros la culpan de provocar una “ola” de inmigración que habría desestabilizado el continente y alimentado el populismo.
En el ámbito internacional, se le critica por estar demasiado cerca tanto con Rusia -con el que ha mantenido a toda costa el proyecto de gasoducto Nord Stream II- como con China, que se mueve por los intereses económicos de Alemania. Fue ella la que impulsó el año pasado un acuerdo de inversión con Pekín, que sigue siendo discutido.
Judy Dempsey, analista de Carnegie Europe, habla de un balance “ambiguo” y a veces “incoherente” sobre estos asuntos, en un artículo publicado a inicios de año.
Finalmente, aunque todo el mundo coincide en elogiar su gestión de la crisis, la falta de grandes proyectos de Merkel en Europa ha suscitado críticas.
“La UE está hoy en menos buena forma que cuando Merkel llegó al poder en 2005”, consideró el jueves la revista Der Spiegel en su edición de internet, citando “la brecha en cuestiones financieras entre el Norte y el Sur”, el Brexit y el ascenso de las democracias antiliberales.
“No hay avances significativos en materia de integración” europea y “no hay visión” de futuro, criticó, aunque reconoció que no se le puede achacar todo.
No obstante, Merkel ha asumido importantes riesgos políticos al unirse finalmente, durante la pandemia de covid-19, a la idea de una mutualización de las deudas europeas para financiar un plan de recuperación. Rompió un tabú en su país. N