EL 22 DE ABRIL pasado celebramos el Día de la Tierra. Una vez más, honramos a la tierra, hablamos de nuestros retos medioambientales, nos sentimos bien por haberlo hecho, nos sentimos deprimidos por el cambio climático y seguimos adelante a otro año de hacer… bueno, todavía no estamos del todo seguros.
Pero será mejor que hagamos algo, y será mejor que lo hagamos rápido.
De acuerdo con los científicos climáticos (aun cuando varía su apreciación de cuánto podría demorar esto), no hay duda de que nuestra trayectoria podría llevarnos a un trastorno social como nunca lo hemos visto en la era moderna. Franjas enteras de naciones, incluso continentes, podrían volverse inhabitables a causa del calor. Tal predicamento crearía una escasez masiva de alimento y la implosión de sistemas económicos enteros. A su vez, esto crearía cientos de millones de refugiados climáticos, una cantidad completamente más allá de lo que nuestros sistemas serían capaces de absorber.
Imagina el equivalente de la crisis actual en la frontera sur de Estados Unidos sucediendo prácticamente en todo el mundo desarrollado al unísono, al mismo tiempo que tormentas, de esas que se dan una vez cada siglo, ocurren en todo el mundo, al mismo tiempo que hay un colapso mundial de nuestro abastecimiento de alimento, al mismo tiempo que suceden todas las crisis humanitarias resultantes de cualquiera de estas cosas, y empezarás a entender cuán enorme es la amenaza frente a nosotros si no actuamos con audacia, y lo hacemos ahora.
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El plan de infraestructura propuesto por el presidente Joe Biden le dedica cinco veces más recursos financieros a mitigar los efectos del cambio climático que el expresidente Barack Obama, pero en verdad necesitamos entender esto: eso no es suficiente. Debemos enfrentar el reto del cambio climático con una movilización que no sea menos masiva que la experimentada en la Segunda Guerra Mundial. Nadie le puso un precio máximo a cuánto estábamos dispuestos a gastar para ganar esa guerra, y no deberíamos ponerle un precio máximo a cuántos estamos dispuestos a gastar para ganar esta. La respuesta debería ser: “Sea cual sea el costo”. Al momento, no se trata solo de que no estemos gastando lo suficiente para combatir el problema; todavía gastamos decenas de miles de millones de dólares en estímulos fiscales y subsidios corporativos a las compañías que lo empeoran.
Después de Pearl Harbor, ningún estadounidense dudó de que Estados Unidos participaría en la guerra. Quienes hoy niegan el cambio climático en el Congreso son como si alguien tratara de argumentar que Pearl Harbor fue solo un entrenamiento militar japonés que salió mal y que era ridículo exagerarlo. Pero no, los millones de personas en las calles de todo el mundo que exigen acciones contra el cambio climático no están “exagerando”. Están en lo correcto, y los protectores de la clase dominante de nuestra economía basada en el mercado están equivocados. Seguir con las cosas como están plantea una amenaza a nuestra existencia. El problema más grande que tenemos hoy día es la incapacidad de muchísimas personas de reconocer cuán urgentes son los tiempos en que vivimos.
Los líderes empresariales que podrían y deberían encabezar la acción, guiando la transición a un planeta sustentable, son algunos de quienes más hacen para retrasarla. Y demasiados políticos, a cambio de sus donativos corporativos, están más que contentos de complacerlos. Los directores ejecutivos de las compañías mundiales más grandes de combustibles fósiles, alimentos, químicos y agrícolas no son estúpidos; solo tratan de extraer hasta el último dólar del sistema actual antes de que tengan que cambiar a una economía ecologista. A BP no le importa prometer una inversión en energía ecológica; a las grandes compañías agrícolas no les importa prometer una inversión en agricultura regenerativa. “¡¿Ven lo que hicimos?! ¡¿Ven lo que hicimos?!” Pero todo eso es para encubrir nuestra tendencia más grande y más peligrosa a la fecha: la mentalidad de demasiado poco, demasiado lento y demasiado tarde con la que enfrentamos muchísimos de nuestros retos mundiales.
La realidad es que nuestro modelo empresarial actual nos metió en este desastre, y no puede sacarnos de él. Una forma más lenta de comportamiento autodestructivo sigue siendo un comportamiento autodestructivo. Pareciera que algunas personas, y algunas civilizaciones preferirían morir en vez de cambiar sus comportamientos.
La inversión de 400,000 millones de dólares propuesta por Biden para combatir el cambio climático es, según la mayoría de los expertos, una insignificancia en comparación con el mínimo de 10 billones de dólares que muchos consideran necesarios. Necesitamos ponerle fin a todo el financiamiento a la industria de los combustibles fósiles, invertir muchísimo en asegurar el acceso universal a energía limpia y renovable, construir más infraestructura de agua potable, construir un transporte público 100 por ciento limpio y eléctrico y climatizar, electrificar y modernizar nuestros edificios.
Prácticamente todos sabemos todo esto ahora; se ha corrido la voz. Sin embargo, sea cual sea la razón, todavía no hemos creado el clamor público o la voluntad política para superar a una clase dominante intransigente formada en contra de un cambio fundamental.
Estados Unidos es como un adicto que no quiere rehabilitarse. Entendemos que el drogadicto puede sufrir una sobredosis, y el alcohólico puede beber hasta morir, pero, sea cual sea la razón, pensamos que esto no se aplica a nosotros. Muchísimos estadounidenses han dicho, u oído a alguien decir: “¿Piensas que deberíamos hacer algo?” cuando Tiffany se cayó de la escalera otra vez o John hacía mucho ruido en la boda de su hermana. Entienden que tales adicciones no son solo inconvenientes; matan. Entienden que lo mejor es que alguien intervenga.
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Pero cuando se trata de nuestro país, no estamos interviniendo; todos estamos en ese estado de tratar de negociar con nuestra adicción. O nos aferramos a la creencia cada vez más irracional de que seguramente alguien o algo nos salvará, cuando de hecho el único algo o alguien que puede salvarnos es nosotros. Estados Unidos sigue estancado en su pensamiento mágico, al parecer prefiriendo creer que todo lo que sabemos que está sucediendo en realidad no está sucediendo. A menos que rompamos con nuestra negación —percatándonos de que civilizaciones más grandiosas que nosotros han estallado en llamas, que se han extinguido especies y la nuestra también podría extinguirse—, tal vez no estemos listos para librar los obstáculos que nos impiden salvarnos a tiempo.
Hasta entonces, somos una especie en riesgo y las señales están en todas partes. Al viajar por el país, de manera rutinaria le hago al público la siguiente pregunta: “¿Cuántos de ustedes son jóvenes que han dicho —o alguien que ha oído a un joven decir— que no van a tener hijos porque piensan que el mundo es un desastre tal que no quieren traer a un hijo aquí?” En varios lugares alrededor del país se levanta una cantidad sorprendente de manos.
Se sigue un silencio cuando la gente mira alrededor, absorbiendo la importancia de lo que significa esto. Literalmente, hemos llevado al mundo a un punto en el que los jóvenes piensan que sería irresponsable traer un niño al mundo. ¿Qué mayor luz roja parpadeante puede haber? ¿Qué tenemos que hacer para romper con los argumentos económicos absurdos que todavía nos impiden salvar a nuestro precioso mundo?
Las medidas a medias —aplicadas demasiado poco, demasiado lento y demasiado tarde— serán la sentencia de muerte de algo demasiado hermoso como para ponerlo en palabras. Tal vez si suficientes de nosotros nos condolemos de manera preventiva, entonces suficientes de nosotros actuaremos de manera preventiva.
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Marianne Williamson es una columnista de Newsweek, autora de libros de grandes ventas, activista política y lideresa de pensamiento espiritual. Es fundadora del Proyecto Comida Angelical y cofundadora de la Alianza por la Paz, y fue la primera candidata en la elección primaria presidencial de 2020 que hizo del desagravio un pilar de su campaña. Las opiniones expresadas en este artículo son responsabilidad de la autora. Publicado en cooperación con Newsweek. Published in cooperation with Newsweek.