Hasta mediados de la década de 1970, la
mujer que paría un bebé era considerada la madre, pero en 1976 esto cambió. En
estados Unidos, el abogado Noel Keane y el médico Warren Ringold comenzaron a
concertar acuerdos entre parejas que no podían embarazarse y mujeres dispuestas
a “prestar” su cuerpo para gestar al bebé con el compromiso de entregarlo al
nacer. Así es como esta práctica comenzó a percibirse como un acto altruista.
Sin embargo, a principios de la década de
1980 comenzó a admitirse, incluso a justificarse, que en estos acuerdos mediara
un pago. Fue así como se popularizó el término “vientres de alquiler” para
referirse a la explotación de mujeres con fines reproductivos (EMFR).
Así, entendemos por EMFR la contratación de
una mujer para gestar un bebé ajeno, el cual entregará al nacer a la persona que
la contrataron, renunciando a sus deberes y derechos parentales a cambio de una
remuneración económica.
Este tipo de servicio se da por diversas
causas: inexistencia de útero en el o la solicitante, o la imposibilidad de
dicho órgano para mantener la gestación; razones de salud de la solicitante por
las que una gestación puede agravar su estado físico (nefropatías, cardiopatías
o hasta cáncer); cuestiones sociales como agendas de trabajo saturadas,
necesidad de viajes frecuentes y requerimientos de estilo de figura por parte
de los solicitantes.
En la historia de la EMFR han llamado
significativamente la atención los casos de mujeres que se niegan a entregar al
bebé cuando nace debido al vínculo de apego que se generó durante el embarazo;
estas situaciones, ampliamente documentadas, se han convertido en fuertes
argumentos para prohibir esta práctica.
Desde el primer nacimiento generado por este
procedimiento, el fenómeno de la EMFR se ha replicado en diversas partes del
mundo con distintas modalidades, provocando una serie de confusiones, abusos,
conflictos, reacciones y contradicciones, como se puede apreciar en diversos
casos y legislaciones que pueden consultarse públicamente.
Países como Alemania, Austria, Suiza y
España decidieron prohibir esta práctica para asegurar que sus mujeres y niños
no se conviertan en posibles víctimas y objetos de comercialización.
Al respecto, el Comité para los Derechos de
las Mujeres y la Equidad de Género del Parlamento Europeo ha señalado que esta
práctica “constituye una objetivación tanto de los cuerpos de las mujeres como
de los niños, y representa una amenaza a la integridad corporal y a los
derechos humanos de las mujeres… permitirla supondría un retroceso en cuanto
a la equidad de género”.
En México es poco lo que se conoce sobre la
EMFR pues, como se sabe, además de las parejas que tienen alguna problemática
relacionada con la infertilidad, la práctica involucra a otros sectores de la
población, como mujeres solteras y parejas homosexuales (nacionales y extranjeras)
que, sin tener problemas médicos, contratan a mujeres para cumplir su deseo de
tener un hijo.
Se sabe que existen clínicas y albergues que
prestan servicios de subrogación y tramitan el contrato respectivo entre la
gestante y la persona o pareja solicitante: son estos los que establecen los
costos económicos, la disciplina que debe guardar la gestante, el control sobre
el embarazo y la forma de interacción entre la mujer gestante y las personas
solicitantes.
Además, los costos económicos en nuestro
país son considerablemente más bajos para los solicitantes extranjeros, si se
comparan con los que se ofertan en países más desarrollados. La participación
de estás “clínicas” en los procesos desestima esta práctica como un servicio
con fines altruistas.
El fenómeno es tan complejo que no existe
una tendencia uniforme para manejarlo en ninguno de los continentes, lo que
genera altas probabilidades de conflictos entre las partes y países que
intervienen.
Por eso la EMFR debe ser conocida y
detenida, tanto por los tomadores de decisión como por la sociedad en general,
para evitar que se promueva un mercado de trata de personas que pone en riesgo
la seguridad jurídica, la salud física y la estabilidad emocional de las
mujeres y los niños involucrados en esta práctica.