Una anciana de negro ronda las pesadillas de Mansoura Mohamed.
Es un espectro que la remonta al verano de fines de la década de 1980, en la aldea de Seflaq, Egipto. Y es que el verano es la temporada de la mutilación genital femenina (MGF) en aquel país, cuando la tradición dicta que “llega la hora” cuando las palmeras se vuelven rojas. Con apenas siete años, a Mohamed la “cortaron” el mismo día que a tres primas, pero su madre quiso que fuera la primera para demostrar el firme compromiso de su familia con la tradición. Estaban en casa de su padre, donde la anciana cortadora y una daya (comadrona tradicional) gritaban y la golpeaban mientras cuatro mujeres la sujetaban; y entre tanto, su madre aguardaba afuera. Mohamed recuerda un montón de toallas y mucha sangre.
Hoy tiene treinta y tres años, aún vive en Seflaq con su marido, Ragab, y su hija de catorce años, Ghada; pero el fantasma de la mujer que la mutiló en su infancia la visita con regularidad en sus sueños. Por ello, Ragab y Mansoura han de evitarle a Ghada el trauma de MGF, la extirpación de los genitales externos por razones no médicas, una decisión cada vez más frecuente entre las familias jóvenes de Egipto.
El país tiene la tasa de MGF más alta del mundo: 91 por ciento de las mujeres casadas, según el Estudio Demográfico y de Salud 2008 (las estadísticas más recientes disponibles en Egipto). La tasa cae entre las mujeres más jóvenes y mejor educadas que viven en zonas urbanas, así como las que nunca han estado casadas; no obstante, solo llega al nivel de 81 por ciento. En Egipto, como en casi todos los países de África, Oriente Medio y muchos del sureste de Asia, la práctica de MGF es una tradición cultural centenaria. Sin embargo, Egipto sobresale debido a su gran población: más mujeres y niñas han sido cortadas que en cualquier parte del mundo, un total de 27.2 millones. “Si logramos erradicar esta práctica en Egipto, podremos acabar con [más de] una cuarta parte de todos los casos mundiales”, afirma Jamie Nadal, representante del Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA) en El Cairo.
El gobierno se ha sumado al esfuerzo. En 2007, el Ministerio de Salud egipcio emitió un decreto que prohibió la MGF y, al año siguiente, el Parlamento criminalizó la práctica y estableció una sentencia mínima de tres meses de prisión y máxima de dos años, además de una multa. Por algo se empieza y se espera que el siguiente Estudio Demográfico y de Salud, por publicarse esta primavera, muestre una disminución en las tasas de MGF.
La castidad del bisturí
UNFPA calcula que, en todo el mundo, unos 130 millones de mujeres y niñas han sido sometidas a MGF —procedimiento conocido como circuncisión femenina— y millones más están en riesgo de ser mutiladas o “cortadas”. Según el país, el procedimiento puede consistir desde escindir una parte o la totalidad del clítoris hasta extirpar los labios vaginales y suturar, posteriormente, los tejidos que puedan quedar. Algunas niñas son mutiladas con apenas unas semanas de vida, mientras que otras son sometidas al procedimiento al alcanzar la pubertad.
Los progenitores a menudo actúan en la creencia de que pueden asegurar la “limpieza” y “pureza” de sus hijas. Y es que en muchas partes del mundo, incluido Egipto, existe la creencia de que la MGF mengua el impulso sexual —algo que los progenitores interpretan como castidad— y, de paso, confiere buenos modales a las niñas. El reto consiste en erradicar la generalizada falacia de que el clítoris es el peligroso origen del poder sexual a fin de alcanzar el entendimiento de que se trata de un órgano que la niña merece conservar, y luego convencer a los progenitores de que una buena hija es producto de una buena crianza, no de la mutilación.
La MGF antecede al islam y el cristianismo: según Vivian Fouad, portavoz del Consejo Nacional de Población de Egipto, una antigua tradición egipcia consistía en envolver el clítoris en papel y lanzarlo al río como sacrificio al dios del Nilo. Sin embargo, muchas personas siguen creyendo que es una costumbre islámica obligada. “[La MGF es] una práctica cultural a la que se ha dado una justificación religiosa”, acusa Rothna Begum, investigadora de la división de derechos de la mujer en Oriente Medio y África del Norte para Human Rights Watch, quien insiste en que, para marcar la diferencia, es necesario que el público entienda que la MGF no es un requisito religioso. Por esa razón, añade, “a fin de combatirla, hay que conseguir la colaboración de los funcionarios religiosos”.
Otros activistas intentan obtener el apoyo de líderes religiosos para diseminar el mensaje. Imanes, obispos y sacerdotes han asistido a talleres de organizaciones no gubernamentales (ONG) y han dicho a sus congregaciones que no hay fundamentos religiosos para la MGF. El Centro Islámico Internacional para la Investigación y Estudios de Población, parte de la Universidad Al-Azhar de El Cairo, ha creado un programa para líderes religiosos musulmanes que pronunciarán sermones regulares sobre los peligros de la MGF durante las oraciones semanales de los viernes.
El siguiente objetivo son los trabajadores de salud: 72 por ciento de las niñas egipcias circuncidadas fueron intervenidas por médicos u otros profesionales de la salud. Según la UNFPA, una de cada cinco niñas sometidas a la MGF en todo el mundo será operada por un médico. Años de esfuerzos para divulgar información sobre las complicaciones de la mutilación han llevado a muchos progenitores a buscar la relativa seguridad de los profesionales de la salud, explica el Dr. Khaled al-Oteifi, principal coordinador de MGF del Ministerio de Salud egipcio; sin embargo, un reciente y emblemático caso jurídico sobre esta práctica aporta brutales pruebas de que el procedimiento puede ser mortal, sin importar quién lo realice.
En junio de 2013, Sohair al-Batea, de trece años, falleció por lo que quedó oficialmente asentado como una reacción alérgica a la penicilina luego de un presunto procedimiento de MGF en una clínica privada del noreste de El Cairo. Sin embargo, los medios egipcios informaron que la niña murió a causa de una brusca caída de la presión arterial ocasionada por los anestésicos administrados por el Dr. Raslan Fadl, quien se entregó voluntariamente y afirmó haber realizado el procedimiento a petición de la familia, sin haber cometido errores médicos. En enero de 2015, luego de un año y medio de procedimientos legales, una corte de apelaciones de Mansoura condenó a Fadl y al padre de la niña por realizar un procedimiento de MGF ilegal. Fue el primer juicio de este tipo en la historia de Egipto.
Es difícil saber cuántas niñas, como Al-Batea, mueren cada año a causa de esa operación. La circuncisión femenina suele practicarse disfrazada como otro procedimiento quirúrgico, de manera que es imposible precisar una cifra, y cuando una niña muere a consecuencia de la mutilación, casi siempre la defunción se adjudica a otra causa.
Para los médicos, sobre todo en zonas rurales, hay fuertes incentivos financieros para realizar el procedimiento pese a la criminalización de 2008. Algunos pueden ganar hasta 28 dólares por corte, mucho más que los 2.06 dólares que perciben por una visita médica regular (aunque sensiblemente menos de lo que ganan con otros procedimientos especializados; por ejemplo, la cirugía ocular con láser excímero o Lasik cuesta alrededor de 655 dólares). Activistas señalan que, en años recientes, los doctores visitan las aldeas durante la noche y, a menudo, con el aparente propósito de circuncidar varones. “Ningún médico circuncida a una niña a las tres de la mañana, a menos de que sepa que está haciendo algo indebido”, acusa Mona Amin, coordinadora nacional del proyecto abandono de MGF y el programa de empoderamiento nacional para el Consejo Nacional de Población de Egipto.
Las escuelas de medicina no brindan capacitación en MGF, aunque la UNFPA está desarrollando un currículo para obstetras y ginecólogos que el Ministerio de Salud egipcio habrá de aprobar antes de que pueda impartirse. Por lo pronto, el ministerio dirige un programa que enseña a los médicos lo que no aprendieron en la escuela: que cada componente de los genitales es una parte funcional del cuerpo femenino y que realizar cualquier operación en ellos es una violación de los derechos humanos y la ética médica. También capacita a los médicos para que, cuando los padres soliciten la circuncisión de sus hijas, expliquen que el procedimiento conlleva consecuencias físicas y psicológicas muy dañinas.
La herida más cruel
Awatef Mohammed Ali tiene intenciones de circuncidar a Shahd, su hija de diez años. Hace poco tomaron asiento en un salón de color lila en la aldea de Bani Zeid el-Akrad, cerca de Asiut, Alto Egipto, donde, con enormes y aterrados ojos, la niña permaneció junto a su madre ignorando los dibujos de Piolín y demás personajes de caricatura que adornaban la pared. Ali, quien ha asistido a talleres anti-MGF, dice que su hija será circuncidada el próximo verano, aunque la familia primero consultará con un médico, quien decidirá si Shahd necesita la operación. Si el doctor dice que puede hacerle daño, no lo harán, informa. Ali, quien fue circuncidada, “no quiere romper la costumbre” de la MGF y su marido está decidido a seguir la práctica con la niña.
Los activistas egipcios esperan que la MGF se extinga conforme la gente empiece a percibir la mutilación como un crimen más que una tradición, y comience a debatir abiertamente los traumas relacionados con la práctica. En muchos lugares ya están organizando talleres para educar a las comunidades sobre los peligros médicos y psicológicos de MGF. Por ejemplo, en el Centro de la Sociedad Islámica, ONG de Seflaq, las mujeres comparten anécdotas de sus traumas infantiles en una habitación sin ventanas. Ahlem Abdel el-Samen recuerda el “día negro, un día muy malo”, cuando tenía diez años y la cortaron. Mary Labib Sweifi tenía una semana de nacida cuando la sometieron a la MGF y no guarda el menor recuerdo, pero Mariam Naeem Mossad, una cristiana con pendientes de perlas y una larga chaqueta de piel roja y azul, contaba nueve años y no olvida a las cuatro mujeres que la sujetaron. Mossad, cuya hija tiene once años, recuerda que su madre cambiaba continuamente las sábanas empapadas de sangre, pero dice que la tradición de la MGF terminó con ella. “No lo haría, aunque tuviera cien hijas”, asegura.
En las paredes del centro hay dibujos de mujeres en mesas de operaciones y representaciones casi infantiles de navajas y sangre. Y sobre una mesa, el perpetuo recordatorio de un chal blanco bordado con una flor rosada y un par de tijeras.
El Fondo de Población de las Naciones Unidas cubrió los gastos de transporte y hospedaje para la realización de este reportaje en Egipto.