El 25 de julio de 2009, estaba en casa con mi esposo. Aun cuando fue hace más de una década, puedo recordar claramente los relámpagos que iluminaban el cielo, los truenos que rugían por el aire y los estrépitos que sacudían el suelo. Porque ese día algo despertó en mí.
Mi esposo y yo tratamos por años de comenzar una familia, pero ese día empecé a preguntarme si mi deseo de un hijo en realidad no se trataba de crear una vida nueva fuera de mí, sino una necesidad de crear una vida nueva para mí.
Me casé a los 22 años, con el primer hombre con quien tuve una relación importante. Mientras crecía, sufrí homofobia y negatividad alrededor del sexo, lo cual tuvo el efecto de aplastar mis deseos homosexuales y me llevó a un intento fútil de cumplir el “sueño” monógamo heterosexual.
Pero sabía que me atraían las mujeres y deseaba múltiples parejas. Esperaba que estos deseos se evaporasen cuando experimentara la “magia” del matrimonio; pero nunca lo hicieron, y por años batallé con la depresión y vergüenza por mi sexualidad.
Ese día de la tormenta, caí en cuenta de que en realidad nunca había sentido, entendido y amado como yo era de verdad, y eso necesitaba cambiar.
Mi esposo y yo nos separamos, y a las pocas semanas me embarqué en un viaje de poliamor, una manera de tener relaciones múltiples de una manera honesta y consensuada. Me uní a algunos grupos de Facebook, establecí un perfil de citas y no miré atrás.
Enfrentar la mitología sobre el romance con la que crecí se dio con rapidez: si era atraída a múltiples parejas y estaba bien sentirse de esa manera, entonces ¿tal vez no había tal cosa como un alma gemela o “la buena”?
Me pregunté cómo sería si yo asumiera ese papel de “alma gemela” y me convirtiera en mi propia pareja “principal”. Tras años de dejar de lado mis deseos, darle prioridad a mí misma se sintió audaz, radical y empoderador.
Abracé una nueva identidad: poliamorosa sola. Me sentí como una niña en una dulcería, y quería salir con cuantas personas diferentes fuera posible. Finalmente estaba explorando toda la diversidad de mi sexualidad; estaba saliendo con mujeres, y hombres; tenía tríos, y sexo en grupo; me enamoraba y me rompían el corazón.
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Me encantaba salir con personas que tenían matrimonios abiertos, donde no había la presión de llegar a ser alguien más importante en sus vidas de lo que yo quería ser. En 2014, manejé al festival del Hombre en Llamas con uno de mis novios y su esposa, y en el viaje de vuelta a casa, cuando nuestro vehículo se descompuso varias veces, establecimos vínculos. En mi cumpleaños, mis amantes se reunían para celebrarme al cocrear las máximas noches de placer y sensualidad.
Mi vida se convirtió en una vorágine de excitación. Al ser mi propia pareja principal, libre de anteponer mis necesidades, me sentí segura para aventurarme. Pero aun cuando estaba contenta con mi elección, todavía batallaba para sentirme vista, entendida y amada.
Y luego se dio una relación que cambió todo eso.
Conocí a Peter en una noche de discusión sobre el poliamor, y nos llevamos bien rápidamente. Para ser honesta, nos conocimos antes en una fiesta, pero no lo reconocí con la ropa puesta, y se lo dije. Como yo, Peter se identificaba como un poliamoroso solo. Él quería una conexión pero no codependencia, y romance sin enredo. Ambos habíamos tenido rompimientos recientes y en el otro hallamos una sensación profunda de conexión y pertenencia.
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Peter y yo nos veíamos una o dos veces por semana. Yo sabía que las cosas iban en serio cuando él hizo un espacio en su hogar para que yo guardara algunas cosas: todas sus parejas tenían una caja para guardar una muda de ropa interior, y todas teníamos nuestro propio cepillo de dientes en su baño. Peter era increíble en hacer que mis otras parejas se sintieran bienvenidas e incluso las invitaba a acampar con nosotros.
Con Peter sentí que podía ser enteramente yo misma por primera vez en mi vida. Me sentí vista, entendida y profundamente amada. La pena por mi matrimonio fue remediada por la manera apasionada y sensata con que Peter me amaba. Estar con Peter me permitía abrirme, y caí en cuenta de que ser mi propia pareja principal no era un substituto de ser vista realmente por alguien.
Unos amigos mutuos iniciaron un grupo comunitario poliamoroso y semanal, donde los conflictos en las relaciones se resolvían al compartirlos con toda la comunidad para invitar a reflexiones y apoyo para resolverlos. Digamos que estabas batallando porque tu pareja veía a alguien nuevo. Te parabas en el círculo y hablabas de ello, y los líderes del grupo te ayudaban a identificar cuál era la raíz de lo que sentías: ¿tal vez estabas celoso? ¿Tal vez no te sentías segura?
Nos unimos, y empecé a sentirme vista y entendida no solo por Peter, sino por la gente en esta comunidad. Finalmente experimenté cómo era ser amada y aceptada en una escala más amplia, y caí en cuenta de que esto era algo que me había faltado en mi viaje a solas.
Estar en esta comunidad, junto con otras personas con quienes salíamos, tenía sus retos. Aun cuando hubo muchos momentos bellos de conexión, surgían conflictos con regularidad.
Algunas de las personas en el grupo eran muy nuevas en el poliamor, mientras que otros lo habían hecho por mucho tiempo y tenían ideas muy marcadas de cómo debería comportarse la gente en relaciones poliamorosas. El choque entre los experimentados y los neófitos llevó a fricciones, incluso entre yo y una de las parejas de Peter.
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Cuando salió a la luz el conflicto en nuestra relación, y buscamos el apoyo de la comunidad, nadie tuvo la capacidad para abrazarnos y escucharnos.
Me sentí perdida. Mi salud mental se deterioró, así que tomé la decisión difícil pero empoderadora de salirme del grupo, y mi relación con Peter se desvaneció.
Me pregunté por qué ser parte de esa comunidad se había sentido tan bien, y por qué se había fracturado. La homofobia que sufrí al crecer me enseñó que la aceptación estaba condicionada a ser heterosexual y monógamo. Y esta comunidad había celebrado mi sexualidad y relaciones. Pero caí en cuenta de que mi conexión con ellos se había basado solo en nuestras identidades como poliamorosos, no en la totalidad de quienes éramos.
La tormenta eléctrica de hacía muchos años inició un viaje tormentoso, pero es uno en el que finalmente hallé la paz. A través de mi relación conmigo misma, aprendí a respetar mis límites y recuperar la voluntad en mi vida. A través de Peter, aprendí a sentirme vista, entendida y amada: no mediante soportar relaciones insatisfactorias, sino mediante estar con personas que amaban y respetaban mis límites, y me amaban aun cuando mi vida es desordenada. A través de la comunidad aprendí cuán importante era ser entendido y amado por quien soy, más allá del poliamor.
Lo que pensé que sería un viaje sobre mi sexualidad se convirtió en un viaje a la comunidad.
Con el tiempo encontré la comunidad más sana y más diversa que necesitaba. Al ser parte de la comunidad global de personas poliamorosas solas, al organizar con regularidad un evento de danza extática en mi área, al compartir un hogar con amigos queridos, y al tener parejas tanto cerca como lejos.
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El COVID-19 ha creado cambios en mi panorama de relaciones. Tengo parejas en Seattle, Denver, Boulder —y un enamoramiento en Los Ángeles— y no sé cuándo las veré de nuevo. Pero tengo amantes y amigos cerca, de todos los géneros: hombres, mujeres y transexuales/no binarios, con quienes comparto mi intimidad. ¿Y Peter? Él y yo nos hemos hecho amigos cercanos.
He encontrado múltiples espacios donde pertenezco y finalmente me siento vista y entendida. Tengo una familia. Y me siento libre para amar y ser yo misma, yo en mi totalidad.
El poliamor no es la única manera de hallar esto, pero ha sido el camino para mí. Mientras que la monogamia era como una larga caminata por una ladera escarpada que me dejaba con ampollas, el poliamor ha sido una danza salvaje a través de espacios abiertos y amplios y paisajes fascinantes que nunca pensé que los experimentaría.
Todavía soy felizmente poliamorosa sola, y estoy emocionada por ver qué sigue.
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Mel Cassidy es una mentora de relaciones, nerd sexo positiva y fundadora de Radical Relationship Coaching. Ella guía a inadaptados sociales y rebeldes culturales a experimentar relaciones alegres, encarnadas y auténticamente abiertas. Mel vive en los territorios no cedidos de la nación k’ómok en Columbia Británica, Canadá, y actualmente escribe su primer libro sobre las relaciones abiertas. Sigue a Mel en Facebook/Instagram/Twitter @radicalrelating
Todas las opiniones expresadas en este artículo son propiedad de la autora.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek