Sentado en una silla de metal, Oscar movía ansioso sin parar la punta del pie derecho provocando un constante temblor en todo su cuerpo, mientras miraba hacia la nada. A su lado guardaba una mochila con poca ropa para una espera que se ha vuelto interminable.
Oscar es hermano menor de Abel García Hernández, uno de los 43 estudiantes de la escuela rural para maestros de Ayotzinapa desaparecidos desde el 26 de septiembre, cuando fueron atacados por policías municipales de Iguala, una ciudad que queda a unos 130 km del colegio, y a la que los jóvenes habían ido a “botear”, o sea, pedir dinero a la gente en carreteras y lugares públicos para recaudar fondos con fines políticos.
Hoy, 5 de octubre, “es mi cumpleaños, cumplo 17, Abel tiene 19, casi es el único (hermano) que conozco, los otros dos viven en Estados Unidos”, dijo esbozando en su rostro moreno una sonrisa que no alcanzaba para ocultar la tristeza.
Abel “quería ser maestro bilingüe de español y mixteco”, platica Oscar.
La familia García Hernández viene de Tecoanapa, una localidad ubicada en la costa del Pacífico donde aún habitan muchos indígenas mixtecos, una de las 56 etnias que hay en México.
Tecoanapa, Tixtla, Ayotzinapa y muchos otros nombres de pueblos de Guerrero provienen de lenguas indígenas prehispánicas.
Con su padre y su cuñado, han estado esperando noticias en el patio central de la escuela, que en las últimas semanas se ha convertido en la casa de decenas de padres, hermanos y otros familiares de los 43 desaparecidos. Ahí comen, duermen y se consuelan unos a otros.
“Mi mamá no vino, es mixteca, ella no puede venir, no sabe nada de esto”, dice refiriéndose a que ella no habla español.