Hace 45 años, el 30 de enero de 1969, los integrantes del cuarteto de Liverpool tocaron juntos por última vez en el famoso concierto de la azotea, en Londres.
Fue un concierto de altura. Literalmente. Y el último de la banda.
Cinco pisos arriba, en una tarde de viento y pocas nubes, Los Beatles sellaron con una insólita presentación uno de los últimos capítulos de su historia como el grupo más popular del mundo.
Era el 30 de enero de hace 45 años. El 30 de enero de 1969, año en el que Neil Armstrong pisó la Luna; en el que 400 000 jóvenes vivieron el hoy mítico concierto de Woodstock; el año en el que el carismático Muamar el Gadafi destronaba en Libia al rey Idris y se hacía de un poder que parecía no terminar nunca.
Pero ese concierto en la azotea del edificio de Apple Corps (la disquera, nada que ver con computadoras), en Londres, fue una despedida sin adiós, un guiño a millones de personas que seguían de cerca la controvertida vida interna del grupo; sus pleitos, sus adicciones; su cansancio.
No fue el del edificio en Savile Row un concierto preparado, aunque tampoco fue tan sorpresivo. En todo caso lo singular fue lo improvisado.
John, Paul, George y Ringo debían tocar ante las cámaras como parte de un documental dirigido por Michael Lindsay-Hogg, con la ayuda técnica en el sonido de Alan Parsons, quien luego saltó a la fama en el mundo de la música electrónica en las décadas de 1970 y 1980.
El documental en cuestión debía reflejar el trabajo de creación de un disco del cuarteto de Liverpool, Get Back, y por ello un equipo de camarógrafos y técnicos estaba presente en las sesiones del grupo. Para ese efecto la decisión práctica fue trasladar a toda la banda y sus acompañantes a los estudios cinematográficos Twickenham, algo que en cuestión de días demostró ser un error, pues los músicos no estaban cómodos en el sitio, y la acústica no era la esperada por ellos. Los Beatles, poderosos aún, lograron que todo el circo cinematográfico que los rodeaba se fuera con ellos a los estudios de Apple Corps y le transfirieron la incomodidad a los cineastas.
Los expertos en la historia del grupo coinciden en que el ambiente entre los músicos no podía ser peor. Desacuerdos, desinterés, un estado de ánimo poco dispuesto a trabajar, pues Los Beatles gustaban de desvelarse componiendo en un ambiente menos concurrido, y la idea de tener a un grupo de camarógrafos alrededor en horas de oficina los incomodaba.
Sobre el concierto había incluso una lluvia de ideas sin concretar. Ir a un hospital infantil y tocar frente a los niños convalecientes; viajar a Egipto y mostrar su talento frente a las pirámides; un anfiteatro en Grecia o un simple pub londinense, para recordar los inicios de la banda.
“Había un plan para tocar en vivo en algún lado. Nos preguntábamos dónde podríamos ir”, relató después Ringo Starr. “Oh, ‘el palacio del Sahara’. Pero tendríamos que llevar todas nuestras cosas para allá, así que decidimos: ‘Vamos a la azotea’”.
Y para arriba se fueron.
El equipo técnico de sonido se había emplazado en el sótano del edificio desde un principio, así que los ingenieros tuvieron que hacer peripecias para subir micrófonos y demás equipo a la azotea. El escritor Dave Lifton señala al respecto, en un texto publicado en el sitio de internet Ultimate Classic Rock, que el viento fue el principal problema a enfrentar. Lejos de los recursos tecnológicos de hoy, los responsables de la grabación tuvieron que ir a comprar medias femeninas de nailon para cubrir los micrófonos y atenuar la interferencia del viento en la grabación.
El sitio del concierto, hay que decirlo, demostró ser lo más inapropiado. Cables cruzaban entre las piernas de los músicos. Los técnicos trabajaban agachados o en cuclillas para no aparecer en cámaras en tan reducido espacio. A las orillas del edificio se podía ver a una mezcla de jóvenes asistentes y técnicos adultos, muchos de ellos con señales de calvicie, mirando con cierta dosis de escepticismo el trabajo de Los Beatles.
Y es que no hubo que acomodar únicamente a los cuatro integrantes de la banda, sino que se tuvo que hacer espacio para Billy Preston, su sonrisa y su piano eléctrico, un invitado de George Harrison que logró con su simpatía suavizar las tensiones del grupo y, al momento de interpretar las piezas, otorgar además un sello novedoso y desenfadado al concierto.
Las grabadoras de Ocho Tracks habilitadas por Alan Parsons comenzaron a grabar y Los Beatles iniciaron sus últimos 42 minutos juntos sobre un escenario, aunque fuera uno tan improvisado.
Get Back fue la primera interpretación, la cual se repitió en dos ocasiones.
Paul McCartney, vestido con traje negro y camisa blanca de rayitas azules, lucía una barba tan tupida que sería la envidia de cualquier leñador estadounidense. Paul era en esos días tal vez el más animado de todos, aunque al parecer ese entusiasmo le hacía confrontarse una y otra vez con George Harrison, quien en momentos amenazaba con retirarse de la grabación, y en otros ironizaba sobre las recomendaciones e instrucciones de su compañero.
George, a lo largo de ese último concierto, es el que aparece más distante, serio, concentrado en su actuación, pero sin interactuar mucho con el resto.
John Lennon, con su largo abrigo café, sin barba pero con cabello largo y grandes patillas, parecía divertirse en la azotea y, por momentos, intercambiar tímidas sonrisas con Paul.
Atrás, ataviado con un impermeable rojo propiedad de su esposa, Ringo Starr encendía cigarrillos y se concentraba en el trabajo.
Y si tres veces se interpretó Get Back, se hicieron dos tomas cada una para Dont Let Me Down y Ive Got a Feeling. Para One After One, y Dig a Pony, bastó una sola toma que se filmó para la posteridad.
Pero si en la azotea se trabajaba para el documental, en las calles los londinenses que pasaban frente al edificio de Apple Corps se encontraron, sin saberlo, con la última ocasión en la que Los Beatles tocaron juntos.
La cinta de Michael Lindsay-Hogg grabó cómo, poco a poco, la calle frente al edificio comenzó a llenarse de sorprendidos transeúntes que hacían un alto para mirar al cielo e intentar identificar a los famosos músicos.
La película documental, finalmente titulada Let It Be, muestra que además de los espectadores no convocados, llegó también poco a poco una colección de policías metropolitanos (los famosos Bobbies) quienes primero intentaron ordenar a los ciudadanos sobre las banquetas para despejar el tránsito que comenzaba a agolparse en el crucero, y luego (apoyados por más uniformados) se entrevistaban con directivos de Apple Corps para intentar convencerlos de agotar el concierto de inmediato, algo a lo que los ejecutivos se rehusaron hasta que se les amenazó con ser detenidos, junto con los técnicos y músicos, por hacer una presentación sin permiso y alterar el orden público.
Para entonces ya no era solo la calle la ocupada. En las azoteas vecinas y en las ventanas de las oficinas del rumbo decenas de personas atestiguaban el genio musical de Los Beatles y aplaudían las interpretaciones.
Fueron cinco piezas en nueve interpretaciones las que formaron el último concierto del cuarteto. Los 42 minutos de música donde Paul, John George y Ringo cruzaron instrumentos de manera pública antes de separarse de manera oficial en noviembre del mismo año: 1969.
No pudo faltar el humor en la presentación. John Lennon, al enterarse de que no podrían continuar esa sesión de altura, lanzó al micrófono una despedida que, a la postre, resultó ser una realidad: “Me gustaría decir gracias en nombre del grupo y de nosotros mismos, y espero que hayamos pasado la audición”.