¿Vale la pena estar a la moda a costa de la salud de nuestro planeta y de trabajadores de todo el mundo?
La mayor tendencia en los años recientes es la “moda rápida”, es decir, la producción masiva de prendas de moda y de bajo costo con una rotación vertiginosa. Se trata de un desastre ambiental y de derechos humanos que genera una enorme cantidad de desperdicios, de acuerdo con la exitosa periodista Dana Thomas en su nuevo libro Fashionopolis.
La elaboración de los 80,000 millones de prendas cada año por parte de la industria requiere de enormes cantidades de agua y de químicos tóxicos. Da empleo a uno de cada seis habitantes de la tierra, la mayoría de ellos en condiciones peligrosas y mal pagadas. La moda rápida también produce montañas de prendas que no se venden y que terminan en basureros o en rellenos sanitarios.
No existe una sola solución para los problemas del daño ecológico, la explotación y el desperdicio, pero hay esperanza para el futuro. Consumidores, minoristas e innovadores adoptan distintas opciones de sostenibilidad, como la compra de prendas de segunda mano, el alquiler de atuendos, el reciclaje de ropa para obtener fibras nuevas y reutilizables, la impresión de prendas en 3D sobre pedido, la biofabricación, el reshoring (regresar al país de origen la fabricación subcontratada en el extranjero) y el uso de fibras orgánicas y naturales. Y, simplemente, comprar menos.
Quizá los principales culpables del daño ambiental y humano sean los pantalones vaqueros. En este extracto de Fashionopolis, Thomas explica algunos de los factores que aquejan a la prenda de vestir más popular de todas, así como un proceso que podría ayudar a remediar algunas de las dificultades que agobian a su producción.
Es probable que, cuando leas esto, tengas puestos unos pantalones vaqueros. Si no es así, es posible que los hayas usado ayer. O que lo hagas mañana. Los antropólogos piensan que, en cualquier momento, la mitad de la población del mundo trae puestos unos vaqueros. Cada año se producen 5,000 millones de estas prendas. El estadounidense promedio tiene siete: uno para cada día de la semana, y compra cuatro cada año. “Ojalá hubiera inventado los vaqueros”, confesó el modisto francés Yves Saint Laurent. “Tienen expresión, modestia, atractivo sexual, simplicidad… Todo lo que yo espero para mis prendas”.
Con excepción de las prendas básicas, como la ropa interior y los calcetines, los vaqueros son la prenda más popular de la historia. Es la prenda que muchos de los obreros de la Plaza Rana de Bangladés cosían o inspeccionaban cuando el edificio en el que trabajaban se vino abajo el 23 de abril de 2013, lo que provocó la muerte de 1,134 obreros y lesionó a 2,500 más, en el accidente más mortífero ocurrido en una fábrica de ropa en toda la historia moderna.
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Los vaqueros fueron la columna vertebral de la fabricación de textiles y prendas en Estados Unidos hasta que Levi’s subcontrató esos empleos en el extranjero. Además, son hipercontaminantes tanto en su creación como después de ser desechados.
Los vaqueros encarnan todo lo bueno, lo malo y lo retorcido de la moda.
La mezclilla fue un textil marginal hasta inicios de la década de 1870, cuando un sastre llamado Jacob Davis le pidió a su proveedor de telas, Levi Strauss, que le ayudara a producir en masa su diseño más reciente: pantalones de trabajo con remaches de metal en puntos de tensión clave. Si Strauss pagaba la considerable cuota de patente de 68 dólares, le propuso Davis, ambos podían convertirse en socios. Actualmente, Levi Strauss & Co. sigue diseñando y vendiendo la mayoría de los pantalones vaqueros. Es una de las marcas de ropa más exitosas de la historia.
Y la popularidad de los vaqueros creció a un ritmo constante hasta que recibió un inesperado impulso, en la década de 1970, de uno de los lugares más improbables: la Séptima Avenida.
Con el movimiento de liberación de la mujer y la popularidad de los atuendos más informales, los diseñadores de modas de Nueva York concibieron una nueva categoría de modas: los vaqueros de diseñador.
EL PAR PERFECTO
Hasta la década de 1970, la gran mayoría de los vaqueros que se vendían estaban hechos de mezclilla rígida “shrink-to-fit” o “no sanforizada” que se encogía tras la primera lavada. Para suavizarla, solo era necesario usarla. Y mucho. Tomaba sus buenos seis meses “domar” adecuadamente unos vaqueros. Después de un par de años (sí, años), los dobladillos y las orillas de los bolsillos podían comenzar a deshilacharse, o una de las rodillas podía desgarrarse. El color de la tela se desvanecía hasta alcanzar un tono azul polvoso con algunas marcas, que eran las rayas como quemaduras de sol que irradiaban desde la entrepierna. Se requería mucho tiempo y dedicación para lograr que tus vaqueros fueran totalmente fabulosos.
Esto fue así hasta la popularización del “stonewashing”, o lavado a la piedra, en la década de 1980. Los vaqueros no sanforizados se arrojaban en lavadoras industriales con piedras pómez y se lavaban hasta que la mezclilla quedaba suficientemente erosionada. En ocasiones, los vaqueros se deterioraban aún más con ácido, papel de lija, limas y escofinas para imitar el desgaste que anteriormente era tan difícil de conseguir. Toda la operación se bautizó como “acabado” y se realizaba en “lavanderías” que crecieron descontroladamente y que en la actualidad procesan miles de vaqueros al día.
Algunas lavanderías, especialmente las ubicadas en Los Ángeles, que es el principal centro de acabado de vaqueros de Estados Unidos, son muy técnicas y siguen estrictas normas ambientales y de seguridad para los trabajadores. Sin embargo, muchas otras no lo hacen, como pude verlo en la ciudad de Ho Chi Minh una húmeda mañana de abril de 2018.
ROPA SUCIA
Tras ser una economía principalmente agraria hace tan solo 15 años, en 2018 había en Vietnam unas 6,000 empresas textiles y de producción de ropa que daban empleo a 2.5 millones de trabajadores, además de aportar cerca de 16 por ciento de las exportaciones del país y más de 30,000 millones de dólares en ingresos. Los expertos piensan que esta última cifra alcanzará los 50,000 millones para 2020.
Gran parte del trabajo lo conforma el acabado de vaqueros. En 2012, el volumen de ventas de estas prendas fue de 600 millones de dólares, cifra que se espera duplicar en 2021.
En la zona industrial, en los alrededores de Ho Chi Minh, en una desvencijada fábrica parecida a un almacén, situada detrás de una inexpugnable puerta de entrada, trabajaban alrededor de 200 jóvenes vietnamitas. La luz fluorescente era débil y hacía un calor que fácilmente alcanzaba los 37°C. Enormes ventiladores chirriaban para tratar de refrescar el área. Era inútil.
Inmaculados vaqueros color azul de medianoche formaban altas torres en mesas de metal y plataformas rodantes. Hombres jóvenes vestidos con camisetas, pantalones (generalmente, vaqueros) y botas de goma hasta la rodilla los embutían en dos docenas de lavadoras gigantescas. En el piso había una capa de agua de color azul marino de unos 3 centímetros de alto. Los hombres no usaban guantes y sus manos estaban teñidas de negro.
Algunas de las máquinas eran modelos antiguos que requerían cinco galones de agua para lavar un kilogramo (tres piezas) de vaqueros. Otras eran menos voluminosas y utilizaban poco más de un galón de agua por cada kilo de vaqueros. Los fabricantes “saben lo mucho que se desperdicia” en este proceso, me dice mi guía.
“Su negocio es lavar, no preocuparse por el planeta”, me dice un experto en vaqueros.
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En la sala de desgaste, hombres y mujeres jóvenes lijaban a mano las rodillas y los muslos de los pantalones, como carpinteros que trabajan la madera. Algunos de ellos llevaban cubrebocas para evitar la inhalación de polvo de mezclilla, pero la mayoría no traía.
El brío con el que realizaban su tarea era alarmante: cada prenda pasaba de un estado inmaculado a una condición ruinosa en menos de un minuto. La concentración de los trabajadores era intensa. Un solo error y verían un descuento en su salario. Cuando hice esta visita, los trabajadores procesaban al menos 400 vaqueros cada día, seis días a la semana, sin incluir las horas extra.
Y solo hablamos de los desgastadores que trabajan a mano. Los desgastadores mecánicos funcionan aún más rápido. Vi cómo una mujer (sin cubrebocas) arremetía contra unos pantalones recortados con lo que parecía ser un enorme taladro dental que emitía un chirrido tan agudo que podía quebrar un cristal. Lograba reducir los bolsillos y dobladillos frontales y posteriores a la agujereada condición que hoy está tan de moda en tan solo diez segundos. Seis pares por minuto. Todo el día.
Aparentemente, todo esto se comparaba ventajosamente con las lavanderías de Xintang, la ciudad de la Provincia de Guangdong, en China, que afirma ser “la capital de los vaqueros del mundo”. Cada año, 200,000 obreros textiles de las 3,000 fábricas y talleres de Xintang producen 300 millones de vaqueros, es decir, 800,000 al día. La planta local de tratamiento de agua cerró hace años, por lo que las fábricas arrojan los desechos del teñido directamente al Río Oriental, un afluente del Río de las Perlas. El río se ha vuelto opaco; la vida acuática es incapaz de sobrevivir. Greenpeace ha informado que el lecho del río contiene altas concentraciones de plomo, cobre y cadmio. Las calles de Xintang están cubiertas de un polvo azul. Y se informa que muchos trabajadores textiles sufren erupciones cutáneas, infertilidad e infecciones pulmonares.
¿UN ACABADO AMIGABLE CON EL AMBIENTE?
Los vaqueros desgastados y marcados siguen impulsando el mercado global y han provocado una calamidad ecológica y de salud. ¿Qué puede hacerse con respecto al acabado? Seguramente, en nuestro mundo de rápidos avances tecnológicos, debe haber alguna forma de acabar con los horrores que vi en la maquiladora de Ho Chi Minh.
José Vidal y su sobrino Enrique Silla, consultores de la industria de la mezclilla que residen en Valencia, España, decidieron crear un proceso en tres pasos más limpio y más seguro, denominado Jeanologia: rayos láser que reemplazan al pulimiento con chorros de arena, al lijado a mano y al blanqueador químico permanganato de potasio (PP), ozono, que aclara los textiles sin el uso de químicos, y el e-Flow, un sistema de lavado que utiliza “nanoburbujas” microscópicas y reduce el uso de agua en 90 por ciento.
Tradicionalmente, para el acabado de un pantalón vaquero se requiere un promedio de 18 galones de agua, 1.5 kilowatts de electricidad y 141 gramos de químicos. En total, esto equivale a la enorme cantidad de 92 millones de galones de agua, 7,500 millones de kilowatts de electricidad (suficientes para alimentar a la ciudad de Múnich durante un año) y 750,000 toneladas de químicos cada año.
El sistema Jeanologia reduce 33 por ciento el consumo de electricidad, el uso de químicos en 67 por ciento, y si se implementa de la manera más eficiente, puede reducir el consumo de agua en 71 por ciento o, como lo anuncia orgullosamente la empresa, a un vaso de agua por cada pantalón vaquero.
Silla me conduce al laboratorio para ver su sistema en acción. En la sala de láser, en 10 u 11 segundos, los vaqueros quedaban tan deslavados y destruidos como mis viejos 501 “shrink-to-fit” después de tres años de maltratos.
A continuación, en un tambor parecido al de una secadora, se utiliza ozono para deslavar los vaqueros. El uso de ozono estratosférico, u “ozono bueno” para el acabado, es “como poner una prenda al sol durante un mes, con la excepción de que podemos hacerlo en 20 minutos” explicó Silla, y con una fracción de la electricidad y del agua que se requiere en los procesos antiguos.
Finalmente, visitamos el cuarto de lavado, donde la máquina e-Flow lava los vaqueros entre burbujas microscópicas. “Las nanoburbujas realizan el suavizado, teñido y lavado a la piedra en un solo proceso”, afirma Silla. No hay ningún tratamiento de agua posterior, y el agua utilizada se puede reciclar durante 30 días. “Todavía no estamos en una etapa de cero consumo de agua —dijo—, pero estamos acercándonos”.
Mientras estaba en la ciudad de Ho Chi Minh, recorrí una lavandería equipada con el sistema Jeanologia para ver el proceso a escala comercial. Jeanologia, me dijo mi anfitrión, “ha transformado totalmente la producción”.
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La fábrica procesaba cerca de la mitad de lo que producen las grandes fábricas chinas, pero sin el frenético toma y daca de prendas, las chirriantes lijadoras, el sofocante calor o el estrés.
Cuando le pregunté sobre la pérdida de empleos, mi guía reconoció que, “en el futuro, todo será robótico”. Sin embargo, en lugar de provocar olas de despidos, esta fábrica capacita nuevamente a sus trabajadores para que utilicen “maquinaria más sofisticada o para que ocupen puestos gerenciales”, dijo. Y de vuelta en Valencia, tras un curso de cuatro meses para enseñar a los trabajadores a manejar las máquinas de desgaste láser, los flamantes “expertos en diseño láser” son despachados a todo el mundo.
Aun con todas esas ventajas, Jeanologia ha tenido dificultades para penetrar en el mercado del acabado de vaqueros. Lo que verdaderamente cambiaría el juego sería ganarse a los grandes fabricantes.
“Si transformamos la forma en que estas personas producen —dijo— será un logro inmenso”.
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Tomado de Fashionopolis: The Price of Fast Fashion and the Future of Clothes (Fasionopolis: El precio de la moda rápida y el futuro de las prendas de vestir). Publicado bajo acuerdo con Penguin Press, miembro de Penguin Random House LLC. Copyright © 2019 por Dana Thomas.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek