Los vikingos son hoy más populares que nunca. Programas de televisión como Last Kingdom (El último reino) y Vikings (Vikingos) han abordado con libertad creativa sucesos históricos particulares, mientras que nuevos hallazgos arqueológicos tienen garantizado un espacio en los titulares. Informes recientes dan cuenta del descubrimiento de un nuevo cementerio de barcos vikingos, y de la posibilidad de que las mujeres vikingas hayan participado en la guerra. Pero cuando hablamos de los vikingos, solemos repetir relatos conocidos sobre guerreros, barcos y batallas. Se considera que ciertas actividades y espacios, frecuentemente aquellos relacionados con los varones, son los que han marcado el curso de la historia. La casa, relacionada tradicionalmente con las mujeres, suele considerarse intrascendente e insignificante desde el punto de vista político.
Sin embargo, la casa vikinga no era un espacio neutral y apolítico, sino un espacio muy importante para legitimar las jerarquías, según las cuales algunas personas eran esclavas y se les ordenaba vivir con el ganado en el establo, mientras que otras ocupaban altos cargos. Se trata de un mundo extraño: tenemos pruebas escasas, pero repetidas, de que los bebés eran enterrados cerca de las chimeneas, de que se colocaban artefactos mágicos junto a las puertas, y de que a las mujeres se les elevaba por encima de los umbrales para que pudieran comunicarse con los muertos.
Deseo cambiar radicalmente nuestro enfoque de este importante periodo de la historia de Europa. ¿Qué ocurriría si viéramos a la Era de los Vikingos desde el punto de vista de la casa?
La casa como un espacio político
A pesar de toda su visibilidad en la cultura popular, pocas veces puede apreciarse cómo era la vida diaria de los vikingos, y con frecuencia, se considera que los asentamientos eran lugares familiares y armoniosos, y quizás un poco triviales. Ahora, una oleada de investigaciones ha hecho surgir nuevas preguntas sobre la vida social y ritual de los vikingos.
Al reunir los restos arqueológicos de casas comunales de Noruega durante la investigación que realicé para mi libro, titulado Architecture, Society and Ritual in the Viking Age. Doors, Dwellings, and Domestic Space (Arquitectura, sociedad y rituales en la Era Vikinga: Puertas, casas y espacio doméstico), éstos revelaron algo más extraño y poderoso que lo que podrían indicar los relatos.
Si bien era variada, la familia vikinga era muy distinta a la familia nuclear idealizada de la modernidad. Las familias más grandes podían estar compuestas por una pareja, concubinas, subordinados, peones de labranza y guerreros, animales, trabajadores itinerantes, invitados y toda una variedad de hijos “míos, tuyos y nuestros”. Aunque vivían bajo un mismo techo, las tareas de todos los días y la arquitectura misma creaban divisiones entre grupos y diferenciaban a las personas entre sí.
“La esclavitud” es una institución complicada, por lo que es difícil dar una definición universal. No obstante, había una población no libre en las casas vikingas (los “siervos”) que no tenían derechos legales, cuyos hijos eran propiedad de los líderes de la casa, cuyo asesinato no constituía un crimen, y que podían ser explotados sexualmente por sus propietarios.
Diversos estudiosos han afirmado que los siervos vivían en una habitación adicional con una chimenea en el establo (pesebre) de la casa comunal, por lo que se relacionaban, desde el punto de vista espacial y social, con los animales. De hecho, uno de los nombres conocidos de los siervos es Fjosnir, “del establo”.
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En estas formas y en otras, las casas de los vikingos generaban contrastes entre sus propietarios, las personas libres y los siervos, y tales diferencias conformaban a la sociedad vikinga.
Habitar con los muertos
La casa vikinga no era un ámbito exclusivo de los vivos. En las sagas islandesas, encontramos al malicioso Hrapp. En su lecho de muerte, Hrapp exige ser enterrado en la entrada a la sala donde se encuentra la chimenea: “Entiérrenme en el suelo, de pie, para que pueda vigilar mi casa”. Las acciones de los muertos no necesariamente se disipaban al morir, y las sagas están llenas de historias de personas que reciben profecías de los muertos, y de muertos que cantan en los túmulos funerarios o que rondan sus antiguas casas.
El material arqueológico apoya la idea de que los muertos tenían una presencia en las casas de la Edad de Hierro y de la Era Vikinga. Durante el primer milenio, en ocasiones se enterraban huesos humanos dentro de la casa, incluso de bebés, que se enterraban en las chimeneas y en las perforaciones para colocar postes. Para las personas, debió ser importante colocar distintas partes del cuerpo de los muertos bajo el umbral o en las perforaciones para los postes de la casa comunal, o sepultar a los muertos dentro de la casa cuando abandonaban el asentamiento.
Existe una clara ambigüedad en el hecho de habitar con los muertos. Por una parte, en ocasiones, las personas mantenían cerca a los muertos, enterrándolos en el salón principal. Es posible que los bebés y los ancestros ayudaran a proteger la casa, a incorporarla en las historias locales o a empoderar a sus residentes. Por otra parte, la historia de Hrapp y otras fuentes indican que los muertos podían provocar temor. Si se volvían malévolos, podían amenazar a la familia, por lo que era necesario controlar el umbral hacia su mundo.
Portales al otro mundo
Es probable que distintas partes de la casa sirvieran como puntos de contacto entre vivos y muertos, y posiblemente también entre el pasado, el presente y el futuro. Quizás no sea de sorprender que la más importante de ellas fuera el umbral mismo de la casa.
En dos fuentes escritas se cuenta la historia de una mujer levantada por encima de una puerta para ver hacia una dimensión diferente. Una de ellas es el relato de un testigo ocular de un entierro en un barco en el Río Volga, en el que una mujer esclava es levantada por encima de un portal no empotrado (muy parecido a un marco de puerta). Esto le permite hablar con el fallecido jefe del clan. El otro es un oscuro texto sobre un ritual que salió mal, en el que la señora de la casa pide que la levanten “por encima de las bisagras y las vigas de la puerta para ver si puede evitar el sacrificio”, quizás para mirar hacia otra dimensión o hacia el futuro. La puerta, entonces, podría ser un portal hacia otros poderes y seres. Quizás por ello, en algunas ocasiones, se erigían portales no empotrados en los terrenos donde los vikingos enterraban a sus muertos.
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Los arqueólogos también han encontrado cosas como ollas, cuchillos y anillos de hierro, enterrados en las entradas o cerca de ellas. Quizás, estos objetos protegían a la casa de los poderes y seres del exterior. Y el enterramiento de artefactos simultáneamente forjaba e incorporaba un enlace entre la vida diaria de las personas y su casa. Incluso es posible que los artefactos llegaran con nuevos habitantes provenientes de casas más viejas, por ejemplo, cuando se casaban. Dichos artefactos se colocaban en las puertas de entrada o en las perforaciones para los postes para dar poderes a la casa y unir a esta última con sus habitantes a través del tiempo y el espacio.
Mirar la Era Vikinga desde la casa
Tomar en serio la vida diaria abre nuevas posibilidades para comprender cómo y dónde ocurre la historia: ésta no siempre se produce en el campo de batalla. La arquitectura y la casa reflejan y dan forma al orden social y espacial. En la Noruega de la Era Vikinga, las personas habían sido creadas para ser diferentes: amos y siervos, hombres y mujeres, con distintos tipos de poder y distintas cosas a las cuales temer o de las cuales esperar, a través de establos y altos cargos, festines y rituales, portales y artefactos enterrados.
Las casas vikingas eran espacios de política, y también mundos sociales muy distintos al nuestro. Cuando los vikingos se relacionaban con el mundo exterior a través de sus incursiones, comercio y asentamientos, su comprensión del mundo se anclaba en su experiencia cotidiana en la casa desde su infancia. Este es un buen momento para ampliar los temas con los que relacionamos a la Era Vikinga y para analizar los aspectos menos familiares y más extraños, así como la función de la desigualdad, en este importante periodo de la historia europea.
Marianne Hem Eriksen es Miembro del Equipo de Investigación, Marie Curie/Consejo de Investigación de Noruega, Universidad de Cambridge.
Este artículo está reproducido de The Conversation bajo una licencia de Creative Commons. Lee el original aquí.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek