

LOS ARANCELES HAN DEJADO DE SER UNA HERRAMIENTA ECONÓMICA PARA CONVERTIRSE EN UNA ESTRATEGIA POLÍTICA AL SERVICIO DEL DISCURSO DE Donald Trump.
En su intento por consolidar su narrativa America First, el presidente de Estados Unidos ha hecho de la guerra comercial no solo una pieza clave de su política exterior, sino también de su identidad política.
Trump repite una idea: “proteger al trabajador estadounidense”. Pero en la práctica, su política comercial revela algo distinto. Mientras amenaza con imponer aranceles a México y Canadá, aplaza una y otra vez su implementación. Y mientras acusa a China de ser “el enemigo económico número uno”, autoriza la importación de carne argentina, una decisión que contradice su retórica nacionalista y exhibe la flexibilidad con la que usa el discurso proteccionista.
No se trata de incoherencia, sino de cálculo. Trump entiende que el castigo económico funciona mejor como herramienta política que como medida económica. Cada vez que amenaza con nuevos aranceles, domina la conversación pública, presiona a sus aliados y activa a su base más conservadora, la que teme la globalización y celebra cualquier gesto de “autonomía nacional”.
El caso más reciente es el de Canadá. El gobierno de Ontario decidió suspender su campaña publicitaria contra los aranceles estadounidenses luego de la reacción del propio Trump. La iniciativa, que incluía anuncios televisivos con fragmentos de un discurso de Ronald Reagan contra el proteccionismo, buscaba abrir un debate sobre el impacto de los aranceles en trabajadores y empresas.
El primer ministro de Ontario, Doug Ford, anunció el viernes que la campaña, planeada para transmitirse durante los primeros juegos de la Serie Mundial, será pausada el lunes tras consultarlo con el primer ministro Mark Carney. “Canadá y Estados Unidos son vecinos, amigos y aliados. Somos mucho más fuertes cuando trabajamos juntos”, escribió Ford en su cuenta de X.
El gesto parece una retirada diplomática. Trump acusó a Canadá de “intentar influir ilegalmente en la Corte Suprema” y de tergiversar el legado de Reagan. En su plataforma Truth Social, el presidente escribió:
“¡CANADÁ HIZO TRAMPA Y FUE DESCUBIERTO! Publicaron un anuncio fraudulento diciendo que Reagan no apoyaba los aranceles, cuando en realidad los amaba”.
El cambio de tono fue inmediato. Pese a que días antes Trump había dicho que “no le molestaba” el anuncio, suspendió las conversaciones comerciales con Ottawa la noche del jueves. Con ello, dejó claro que su estrategia arancelaria opera más como mensaje político que como política económica.
Mientras tanto, México ha optado por la calma. La presidencia de Claudia Sheinbaum ha evitado responder con confrontación y ha mantenido abierta la vía diplomática. Esa estrategia ha rendido frutos: las prórrogas a los aranceles continúan y la relación comercial se mantiene estable.
Trump puede alzar la voz, pero sabe que México es un socio esencial para mantener a flote su propio proyecto económico. Nuestro país es el principal socio comercial de Estados Unidos, con un intercambio bilateral que supera los 860 mil millones de dólares anuales, y representa más del 15 % de las importaciones estadounidenses.
La diferencia con Canadá es clara. Ottawa ha intentado usar el discurso como defensa, mientras México ha apostado por la negociación silenciosa. En el terreno de Trump, la retórica se castiga, pero la prudencia se recompensa.
Trump intenta sostener la idea de un mundo desglobalizado, una América que “recupera el control” y rompe con el espíritu de cooperación del T-MEC. Sin embargo, en la práctica, no puede desprenderse del sistema que critica. El comercio con México y Canadá sigue siendo vital; las cadenas de suministro norteamericanas están tan entrelazadas que cualquier ruptura tendría costos económicos y políticos incalculables.
Por eso, más que destruir la globalización, Trump la administra selectivamente: elimina los símbolos, mantiene los remanentes económicos, y convierte los aranceles en un instrumento narrativo para sostener su identidad política.
En otras palabras, la desglobalización de Trump no ocurre en los puertos ni en las fábricas, sino en el discurso. En los hechos, sigue dependiendo de sus socios más cercanos, México y Canadá, para sostener la economía que, paradójicamente, dice querer proteger. N