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Cuando la consciencia ciudadana se mide en calles y no en cifras oficiales

Publicado el 25 de noviembre, 2025
Cuando la consciencia ciudadana se mide en calles y no en cifras oficiales
Fernando Schütte Elguero / Columnista Newsweek En Español Baja California
Fernando Schütte Elguero / Columnista Newsweek En Español Baja California

Sin importar como surge la idea de la marcha o quienes la propusieron, la marcha se hizo, la gente fue, fueron jóvenes y viejos, los de izquierda y los de derecha. El sábado 15 de noviembre, cientos de miles de personas volvieron a tomar las avenidas de nuestro país decididas a mostrar su descontento. Esa marcha, convocada prácticamente sin estructura partidista (aunque con la presencia de partidos, de la derecha y de la izquierda), retrata de forma elocuente un México herido y, sin embargo, esperanzado. Es inevitable comparar este momento con una jornada de hace más de dos décadas (la marcha que me tocó organizar el 27 de junio de 2004), cuando casi dos millones de personas a nivel nacional salieron a las calles en una movilización impecable (no se rompió un solo vidrioy hasta los comercios vendieron) y con absoluta dignidad ciudadana.

En 2004 la movilización fue masiva, enérgica y profundamente pacífica. No hubo destrozos, no hubo provocaciones, no hubo infiltrados (encargados de ensuciar la causa). Fue un ejemplo de que la ciudadanía puede expresarse con fuerza sin caer en el vandalismo y sin que el aparato gubernamental intentara minimizar o sabotear el mensaje. Aquella jornada demostró que el activismo colectivo puede conjugar orden, civismo y eficacia política.

Contrastemos ese episodio con la marcha reciente. La generación Z (esa juventud a la que con frecuencia se acusa de apatía) logró reunir por lo menos medio millón de personas en todo el país (y quizá muchas más). Lo hizo sin recursos institucionales, sin sindicatos movilizados, sin estructuras tradicionales de protesta y, además, a pesar del Gobierno de la Ciudad de México (que insistió en reducir la cifra a unos 17 000 asistentes, una declaración que ofende a la inteligencia y a la evidencia visual). El contraste entre la realidad y la versión oficial es tan grotesco que exhibe la erosión profunda de la credibilidad gubernamental.

Pero la comparación no puede limitarse al tamaño de las marchas. El contexto de la seguridad pública es indispensable para entender el momento actual.

En 2004, México registró oficialmente 9,329 homicidios (con una tasa de 8,89 por cada 100,000 habitantes). Aunque la cifra resultaba alarmante, estaba lejos de lo que hoy enfrentamos. En 2024, el país cerró con 33,241 homicidios (con una tasa aproximada de 25,56 por cada 100,000 habitantes). Esto significa casi tres veces más violencia letal que hace dos décadas. Y esta tendencia no se limita al homicidio. La extorsión, el cobro de piso, los secuestros, las desapariciones y la impunidad se han ampliado con una profundidad inédita en la historia moderna del país.
Hoy tenemos más policías, más presupuesto, más cámaras, más militares en las calles, más centros de mando y más discursos (pero menos seguridad). Y esto se reflejó en la marcha reciente: hubo infiltrados, provocaciones planeadas y pequeños grupos con la misión de fabricar disturbios para desacreditar la movilización (un método viejo que distintos gobiernos han utilizado cuando temen la fuerza de la ciudadanía).

En 2004 la marcha fue coordinada por la sociedad civil sin que el Estado montara operativos intimidatorios. Hoy, en cambio, se vio un despliegue orientado a contener, dividir o generar miedo. Esa es una de las diferencias centrales entre ambas jornadas: el poder ahora ve a la ciudadanía como adversaria (no como interlocutora).
Aun así, la generación Z no retrocedió. Con su presencia masiva en calles, plazas y centros históricos, demostró que puede organizarse con rapidez y con una convicción que no habíamos visto en muchos años. Lo hicieron arriesgándose a represalias laborales o universitarias (y también a represalias digitales). Lo hicieron en un país donde protestar se ha convertido en un acto cotidiano de valentía. Lo hicieron para recordarnos que no están dispuestos a aceptar un México donde la inseguridad sea destino.

La marcha de 2025 envía un mensaje contundente: la paciencia social se agotó. Lo que se expresó no fue una reacción emocional ni un estallido circunstancial. Fue la manifestación de un hartazgo acumulado que encontró un cauce generacional. Mientras el Gobierno intenta reducir la protesta a una cifra ridícula (y contradecir fotografías, videos y testimonios), la realidad habla sola. Y habla con fuerza. Comparar ambas marchas obliga a reconocer una verdad incómoda: han pasado más de veinte años y los distintos gobiernos (de todos los colores) siguen sin cumplir con la obligación esencial del Estado (proteger la vida, la integridad y la libertad de los mexicanos). Si en 2004 marchábamos contra la violencia creciente, en 2025 marchamos contra una violencia multiplicada que ha roto cualquier registro histórico. Esto no es un fracaso temporal, es el resultado acumulado de decisiones equivocadas, negligencias, improvisaciones y discursos triunfalistas divorciados de la realidad.

Si la autoridad insiste en restar valor a las movilizaciones, si continúa usando cifras falsas, si mantiene estrategias de intimidación, si cree que amenazar funciona y si asume que la ciudadanía puede ser reducida a un número (o a un eslogan), está cometiendo un error grave.
Porque la calle volvió a despertar. Y cuando la calle despierta, la narrativa oficial deja de tener fuerza.
La marcha del sábado pasado recuerda al poder que la legitimidad no se sostiene con propaganda, sino con resultados visibles. Y cuando los resultados no existen (o son contrarios a lo prometido), la gente deja de escuchar y empieza a caminar.
Como en 2004, México volvió a llenar avenidas para recordarle al Gobierno una verdad que nunca cambia: los ciudadanos siempre serán más fuertes que cualquier administración que pretenda ignorarlos.
@Fschütte
Consultor y analista

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