Recientemente, mientras paseaba por las profundidades del Valle de San Fernando [Los Ángeles, California, Estados Unidos], vi un esténcil en la banqueta que decía: “No todas las sectas son malas”. No tuve de otra más que reírme. En mi biografía revisité el viejo territorio de crecer como hija de un icono del rock a quien siempre vi como parte Spock y parte Jesús. No solo competí por su afecto en mi hogar de la infancia, también luché contra el ferviente rebaño al que ministraba, sus fanáticos; entre los creyentes apasionados Frank Zappa hacía proselitismo con sus mordaces y satíricos cantos de sirena.
La dinámica de mi familia no era diferente a la de una secta. Comí, dormí, bebí y viví de buena gana para nuestro extraordinario líder. Solo que el nuestro era del tipo bueno porque no me cansaba del humor negro y la interminable creatividad de mi padre.
Cada álbum del vasto catálogo de Frank Zappa es una cápsula del tiempo, cada melodía un generador de recuerdos que me transporta a un lugar específico en el tiempo y el espacio. Mido hasta la altura de su tibia escuchando música en su estudio improvisado en el sótano de lo que se convertiría en nuestro complejo de Laurel Canyon.
DIBUJABA TOSCAMENTE A GAIL Y FRANK ZAPPA DESNUDOS
O de repente tengo nueve años y estoy sentada encima de una gran caja de metal con ruedas al costado del escenario en uno de sus shows, y miro a mi padre, a quien idolatraba, fumar y predicar con su guitarra como un dios.
Tuve mi primer diario cuando tenía cinco años, con una dedicatoria de mi héroe consanguíneo hecha en tinta negra y con su hermosa caligrafía en bloque. Cuando no escribía cuentos sobre mis camellos imaginarios, T’Mershi Duween y Sinini, o me dibujaba vestida de monja, dibujaba toscamente a [mi mamá] Gail y a Frank Zappa, de lado y desnudos, apilados sobre un colchón como panqueques del restaurante Du-pars.
Más tarde, en mi adolescencia, mis diarios se convirtieron en un registro del paradero de mi padre y de mis quejas posteriores sobre su ausencia. En un ciclo de giras podría estar ausente durante la mayor parte del año, con solo breves retornos, como un pájaro posándose en una rama.
Gail a menudo se desquitaba conmigo de su soledad. Esto no hizo más que duplicar mi profundo anhelo por su tiempo, atención y afecto. Para ser más exacta, me dolía. ¿A quién no? Frank Zappa era alto, carismático, inteligente, divertido y de aspecto salvaje. Su presencia, prolificidad y perfeccionismo exigían toda tu atención. Así que sí, desde el principio supe que mi familia era diferente.
MI ADORACIÓN PATERNAL SE GRABÓ HASTA EN MIS HUESOS GRACIAS A MI APELLIDO
Ningún otro niño que yo conociera podía decir groserías, quedarse despierto hasta tarde, mirar tanta televisión como quisiera y comerse un cajón lleno de chocolates Milanos y Nutter Butters.
Nadie que yo conociera tenía una sala de estar morada o una muñeca sexual inflable en el espacio de trabajo de su padre. Nadie más tenía un equidna adoptado que viviera en el zoológico. Ningún otro padre trajo un panqueque a casa en el bolsillo de su chamarra desde Europa para que Gail lo probara, le aplicara ingeniería inversa, y lo recreara.
No celebramos a Gail el Día de las Madres, celebramos a la Madre de la Invención. Y no solo un día al año, sino todos. Mi adoración paternal se grabó hasta en mis huesos gracias a mi apellido. Frank y Gail decidieron elegir el nombre Moon Unit para su primogénita, un atrevido acto de inconformismo en el mar de monotonía de 1967. “Unit”, porque mi nacimiento nos solidificó como una unidad familiar, y “Moon” porque a Gail no le gustó la otra sugerencia de Frank: Motorhead.
Fue noticia internacional. Así, la familia se convirtió en lo más importante para mí, y mi padre se convirtió en la estrella ardiente alrededor de la cual giraba, siempre reflejando su luz, sin ver nunca ninguna sombra, ni la suya ni la mía. Deshacerme de ese condicionamiento y colocarme en el centro de mi vida me llevaría algún tiempo; unas cinco décadas.
MI PADRE ERA COMO UN MUÑECO ALTO Y EXTRAÑO
Cuando era niña estaba hipnotizada. Me encantaba cómo Frank Zappa aparentemente podía tocar cualquier instrumento o saber componer en ellos. También me encantaba cómo cada sonido era un color en la paleta de mi padre.
Y me encantaba escuchar lo lejos que había llegado desde su educación católica, comiendo “agua hervida para hot dogs”, jugando con el mercurio de un termómetro roto, metiéndose en problemas por explotar el laboratorio de ciencias de su secundaria con un brebaje casero, o cómo una vez tuvo un trabajo dibujando tarjetas de felicitación groseras.
A veces tenía suerte y podía ayudar a Gail a elegir ropa para Frank en la sección de mujeres de la tienda I. Magnin. En aquel entonces, mi padre era como un muñeco alto y extraño para mí. Gail decía que él prefería la ropa de mujer, especialmente para el escenario, por sus telas más suaves y drapeadas de mejores colores.
A Frank y Gail les gustaban las cosas caras. Una chaqueta abultada color lavanda con bolsillos obtuvo mi voto, al igual que un abrigo largo color camello para su próxima aparición en SNL [Saturday Night Live] que yo particularmente codiciaba. Después de que Frank usó estos artículos por un tiempo me encantaba respirar sus reconfortantes aromas a tabaco, sudor y champú anticaspa.
Luego Frank Zappa volvía a desaparecer, justo cuando me estaba acostumbrando a tenerlo cerca, y mi corazón se cerraba y todo el color abandonaba el mundo.
ME VINCULARON PÚBLICA Y ETERNAMENTE CON FRANK ZAPPA
Un recuerdo a todo color es un momento en que Frank nos llevó a Gail y a mí a una presentación en vivo de Lily Tomlin. Sola en el escenario, Lily parecía un gigante, tan grande como la Estatua de la Libertad. Para mí se parecía un poco a mi papá, alta y delgada, con una cara alargada y cabello negro ondulado. Por lo tanto, quedé doblemente cautivada.
Al igual que Frank, ella se burlaba de las cosas comunes de una manera poco común. A diferencia de mi padre, Lily no necesitaba un instrumento ni una banda de acompañamiento. ¡Todo el espectáculo fue solo ella hablando! Cuando escuché a Frank reír, reír de verdad, una rareza, se plantó una semilla. Deseaba poder hacerlo reír así también.
Al final lo hice. Al comenzar la escuela secundaria imitaba las voces de las chicas populares que escuchaba en mi escuela o en un centro comercial. Le saqué unas risas genuinas y sinceras al hombre al que adoraba.
Entre extrañar tanto a mi padre y este pequeño incentivo, a los 13 años, aunque tímida y cubierta de acné, me sentí lo suficientemente valiente como para escribir una nota y deslizarla por debajo de la puerta de su estudio insistiendo en que trabajáramos juntos, ya que deduje que eso era lo que claramente le gustaba hacer más.
Funcionó. Entonces intervino el destino. Un momento privado entre padre e hija se convirtió en un éxito con reconocimiento mundial y una avalancha de prensa que no buscaba ni quería. De repente, por segunda vez me vincularon pública y eternamente con mi padre y me mantuvieron en un pedestal de fama y admiración junto a él.
A MI PADRE LE DIAGNOSTICARON CÁNCER DE PRÓSTATA
Aunque Frank Zappa y yo fuimos escuchados incansablemente en la radio y vistos juntos en revistas y en televisión durante un largo tiempo —una época en la que tenía muchas tareas de geometría en las que no era buena—, mi padre y yo solo nos acercamos un poco más.
En 1989 a mi padre le diagnosticaron cáncer de próstata y le dieron un año de vida. Él tenía 48 años y yo, 22. Si soy honesta, mi reacción ante su diagnóstico me pareció confusa. Por supuesto, no quería que mi padre sufriera o dejara este mundo con un trabajo inacabado o sueños políticos frustrados, cuando tenía mucho más que decir.
Pero, curiosamente, en secreto, también sentí gratitud. Todavía vivía por la posibilidad de un acercamiento ininterrumpido con mi padre y la oportunidad de que finalmente fuera mi turno para pasar un tiempo prolongado con él. Pero para mi gran decepción, solo se obsesionó más con su trabajo dado el poco tiempo que le quedaba.
Gastamos mucha energía como familia tratando de distraerlo de su situación mediante varios intentos de entretenimientos divertidos o brindándole todo el consuelo que pudiéramos. En una ocasión de alguna manera logramos convencerlo de ver una película en el cine. Pero tuve mucho cuidado de no perder el tiempo que podría haber pasado en su estudio, así que, para evitar cualquier posible decepción, preproyecté la película de forma preventiva.
RECURRÍ A LA ESPIRITUALIDAD COMO MI MEJOR DEFENSA
La película a la que lo llevamos fue Total Recall, protagonizada por Arnold Schwarzenegger. Le encantó. Especialmente el personaje de Kuato. Especialmente cuando el bebé mutante sale del estómago del actor Marshall Bell. Me sentí muy aliviada. Y feliz. Más o menos.
Recurrí a la espiritualidad como mi mejor defensa contra la angustia y el dolor preventivo por perder a mi persona favorita. Cuando mi padre, que se identificaba como ateo, se enteró, dijo: “Si vas a ser gabinete, sé el mejor gabinete que puedas ser”.
Me sentí inundada de vergüenza, pero provocó una conversación sobre creencias —él no tenía ninguna—, sobre el miedo a morir —ninguno, simplemente no pensaba en ello— y sobre lo que sucedería después.
Frank Zappa dijo: “No pasará nada. Probablemente todo se apague. Como un interruptor de luz”. Una respuesta totalmente Spock. Me sentí conmocionada. Quizás él vio eso. Quizás él también lo sintió porque, la siguiente vez que lo vi, me sorprendió con un dibujo que me hizo en el reverso de una hoja grande de papel musical.
Era una cruz con dos líneas que enfatizaban la energía brillante que emanaba de la parte superior y una flecha que salía del centro de la cruz hacia la izquierda. En la parte de arriba de la página, en su hermosa caligrafía, decía: “Una imagen de Dios para Moon”. Mis ojos se llenaron de lágrimas.
OTRA CÁPSULA DEL TIEMPO DE FRANK ZAPPA
Le pregunté qué significaba todo eso. Señaló la flecha y dijo: “Esa es la extensión de Kuato”. Oh. Fue una sátira visual y un gesto amoroso. De nuevo ese humor e inteligencia imparables. Me reí. Parecía muy contento.
Me fui con ese dibujo e inmediatamente lo enmarqué como arte religioso dorado con terciopelo azul real y un marco dorado exagerado. Cuando se lo mostré fue su turno de reír y mi turno de alegrarme. Esa obra de arte sigue siendo una de mis posesiones más preciadas.
Recientemente compartí esta historia con mi cuñada. Ella nunca había visto Total Recall, por lo que no entendió la referencia a Kuato. Busqué la película en internet y le envié un mensaje de texto con la descripción que encontré: “Kuato es un personaje secundario de la película de ciencia ficción de los años 90 que se asemeja a un bebé deforme, fusionado al estómago de su gemelo siamés”.
Leí más. Diálogo que había olvidado: “Eres lo que haces. Un hombre se define por sus acciones, no por su memoria”. Mic-drop. Otra cápsula del tiempo de Frank. Esta vez un mensaje oculto en un dibujo que hizo: no una canción, sino la tinta de la pluma de un virtuoso. Un truco de magia sagrada. No hay necesidad de mirar atrás, dice, vivo dentro de ti, como un siamés mutante. Ahora hagamos algo de arte.
Exactamente era lo que necesitaba escuchar. N
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Moon Unit Zappa es actriz, cantante y autora. Su libro Earth to Moon: A Memoir ya está a la venta. Todas las opiniones expresadas son propias de la autora. Publicado en cooperación con Newsweek. Published in cooperation with Newsweek.