¿CÓMO TE VUELVES personaje de una película mexicana nominada a diez premios Óscar sin ser actor? Lo primero es que decidas ir al Palacio de los Deportes a ver a una de tus bandas de rock favoritas y que tengas la suerte no solo de que toque “Creep”, sino también de que te topes con un grato conocido con el que has trabajado antes, y que este vaya acompañado de su “hermano famoso”, quien te mirará detenidamente al final de un concierto espectacular de Radiohead.
Eso es lo primero que Fernando Grediaga, director artístico de Universal Music, tuvo a su favor la noche del 3 de octubre de 2016. Se topó con el cineasta Carlos Cuarón, con quien, además de haber jugado balompié muchas veces en el Ajusco, por ser ambos exalumnos del Colegio Madrid, también trabajó haciendo el sound track de su película Rudo y Cursi. Y al concierto de Radiohead Carlos acudió en compañía de su hermano Alfonso, el destacado director, guionista y productor de cine mexicano que con su más reciente largometraje, Roma, ya ganó un León de Oro por mejor película, el Globo de Oro en la categoría de mejor película extranjera y mejor director, el Critics’ Choice Awards, como mejor película de habla no inglesa, el Premio Goya, como mejor película Iberoamericana, cuatro premios BAFTA y, además, está compitiendo por diez nominaciones a los premios Óscar.
Fernando no tenía la más mínima idea de que cuando Alfonso Cuarón lo miró de forma tan particular fue porque en su rostro halló un parecido extraordinario con el de su papá. Y que, justo en ese momento, el cineasta mexicano estaba buscando a los personajes de Roma. Entre ellos, a un hombre de edad mediana que pudiese interpretar el rol de su padre y que en la película se llamaría el “señor Antonio”: un personaje secundario en la trama, pero nodal para detonar la crisis de la historia.
Al día siguiente de encontrarse con los hermanos Cuarón, Fernando siguió su vida de costumbre. Y un día después recibió una llamada sorpresiva: el propio Cuarón lo invitaba a hacer casting para su nueva película. Y pues quién era Fernando para decirle que no a ese gigante del cine mexicano. Con su agenda complicadísima en Universal Music, se lanzó a la hora de la comida. Luego vinieron dos llamadas más, pero ya no de Alfonso, sino de miembros de su equipo: el cineasta estaba muy sacado de onda porque se había cortado el pelo, pero “¡yo qué iba a saber —cuenta Fernando—, pasé por una peluquería y me lo corté!”. Y no solo eso, también se iba a rasurar la barba, pero “se me hizo una tontería pagar 250 pesos por algo que podría hacer en el baño de mi casa”.
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—Te hubieras quedado fuera de la película —le comento.
—Sin barba me quedaba fuera —me responde sin chistar.
El jueves, Fernando fue citado a las 8 de la mañana en un salón de belleza, “bastante fresa”, de la colonia Condesa. Urgía que le hicieran una prueba de peluca. Le tomaron las medidas, lo cual “fue una experiencia muy bizarra”. Se la pusieron con kilos de diurex, para que el material se hiciera duro y mantuviera la forma de la cabeza. Luego, sobre el diurex, le marcaron con un plumón Sharpie el contorno desde donde querían que tuviera el nacimiento del pelo. Y eso fue todo.
El día posterior Fernando tenía que estar en un concierto de Alejandro Sanz en Monterrey, cenar con él, y al mediodía siguiente, volar de regreso a CDMX. Pero, de nuevo, recibió una llamada. Le solicitaron adelantar su vuelo pues Cuarón quería hacer la prueba de imagen con todos los integrantes de la familia.
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El sábado, el director A&R se encontró en el casting con la actriz Marina de Tavira, quien no lo reconoció.
Fernando le refrescó los encuentros que habían sostenido tiempo atrás. Él había trabajado en el sound track de la película Efectos secundarios, dirigida por Issa López, y donde Marina había sido la protagonista. Como “disquero” a él le tocó ir a la grabación en un colegio por Tlalpan, donde Marina vestía como colegiala.
Además, la actriz vive a la vuelta de su hogar, y una vez Fernando y su familia cayeron a su casa porque era el baby shower de una amiga en común, la actriz Irene Azuela, “que está casada con Kike Rangel, el tacubo que es uno de mis mejores amigos”, me explica Fernando.
Marina, la única actriz de profesión en Roma y quien está nominada en la categoría de mejor actriz de reparto en los Óscar, no lo recordaba para nada.
—Y ahora voy a ser tu esposo, le dijiste.
—Sí —ríe.
Y de inmediato agrega: “Sabes qué, ahí sí sospeché algo: era la prueba de imagen, había una señora mayor, cuatro niños, y Marina y yo, de casi la misma edad”.
Fue el Sábado de Gloria.
Fernando tuvo ahí su primer encuentro con Cuarón ya con posibilidades reales de ser parte de su proyecto. Habían pasado solo cinco días de haberlo visto en el concierto de Radiohead, pero fue en el momento en que Cuarón dijo: “Nadie le toca un pelo si yo no estoy enfrente”, que Fernando lo supo. Estaba dentro de Roma. “Me sentía como muñequito de llavero peludo”, dice entre risas.
A partir de ese momento, lo empezó a “brifear”:
“Eres médico nuclear, de clase media, con estudios en el extranjero, tus compañeros del trabajo son médicos también, pero de clase más alta que tú”.
El cineasta todo lo fue explicando sobre la marcha, sin darles un guion y Fernando confiesa que se sentía “muy inseguro”.
Sus dos únicas incursiones como actor las había tenido, una, en tercero de secundaria, y le dio pánico escénico. Fue tan mal actor que lo pusieron en un trío que cantaba en una cantina, pero eran tan malos cantantes que terminaron recitando el bolero. “Un desastre”. Su segunda incursión fue cuando su amigo, el escritor Maruán Soto Antaki, siendo estudiante de cine en el CCC, en su ópera prima lo puso en una secuencia de Goodfellas. El aparecía en una escena arreglando uno de los coches de los años 50 y llegaba una persona que le apuntaba con una pistola y su único diálogo era decir: “No me mates”. Fue el peor diálogo de la historia, según su amigo, y él nunca se atrevió a ver ese cortometraje.
Pero pese a sus pésimos antecedentes como actor, se lanzó a la aventura de verse sumido en una completa “vulnerabilidad”. Valía toda la pena.
Tras la prueba de peluca, acudió con Ana Terrazas, la vestuarista de Roma, y vinieron las pruebas “con los lentes, el reloj, la ropa”. Luego de tres pruebas le avisaron: te quedaste.
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Y el shot de adrenalina más pura que ha tenido en su vida reciente aconteció entre octubre de 2016 y febrero de 2017. Fernando cree que fue uno de los últimos personajes que fue filmado en Roma en “un acto desesperado de Alfonso”.
En algún punto, Cuarón le explicó que debía meterse en el rol de un hombre invadido de hartazgo y que estaba a punto de abandonar a su familia.
Fernando estaba en extremo preocupado de hacerlo bien para “no arruinarle la película a nadie”. Narra con detalle todo lo que hizo: “La primera escena que hice fue la de no hablar y tratar de meter el coche. La segunda escena, me bajo del coche, me recibe la familia y cargo a mi hijo chico, Pepe, que en la realidad es Carlos (Cuarón)”, explica.
A partir de ahí, en cada corte el director le iba diciendo: estás llegando a tu casa de trabajar, estás harto y mañana te vas con tu amante; mañana te vas de viaje, pero no vas a volver nunca. “¿Y yo? Cámara, ok”.
Por su falta de experiencia, con esa información Fernando dice que se tornó mucho más duro cuando lo recibió su hijo en la escena. Corte de nuevo. Cuarón de nuevo guiaba: sí, te vas mañana, sí, estás harto, pero es tu hijo; no seas tan duro.
“Él iba matizando y acotando las acciones y reacciones de los no actores, prácticamente todos, hasta que llegaba a un punto donde nos quería poner”, dice Fernando.
“Luego viene la escena de la despedida, donde bajo con las maletas, las dejo en el piso, le doy gracias a Cleo, le doy un beso a Pepe, salgo y piso la caca del perro”.
Cuando en la película el señor Antonio pisa la caca, recuerda Fernando, “Alfonso estaba de muy mal mood”.
En una entrevista en Los Ángeles, Cuarón explicó que estaba pasándola mal, pues no estaba saliendo la escena y que trataba de que se había ido su padre de la casa. Que se fue a dar una vuelta a la cuadra y, cuando regresó, le dijo a Fernando una palabra clave para que saliera la escena: “Estás asfixiado”. Fue así como salió la escena.
—Quizá no fue sencillo para Cuarón enfrentarse a dirigir la escena de cuando su padre, en la vida real, los abandonó…
—Sí. Nos dijo que no se la estaba pasando bien, pero que tampoco identificaba el porqué. Y que otra cosa que lo ayudó a que saliera esa escena y a encontrar la palabra “asfixiado” fue que se percató de que cuando su padre abandonó a su familia siempre sintió un juicio sobre eso; pero que cuando se dio cuenta de que era un ser humano y que se sentía asfixiado y tenía que salirse de un entorno, pudo entenderlo, en vez de juzgarlo o justificarlo. Fue cuando pudo hacer que se desatorara y saliera la escena.
“Entenderlo como humano, no como padre, ¿sabes?”, agrega Fernando.
—Tu personaje es un emblema de un hombre de los años 70, que se va a trabajar todo el día, que es un papá proveedor, pero desdibujado de la vida familiar. Un hombre volcado para adentro, que no sabes qué le está pasando. Y que un buen día dice: lo abandono todo. ¿Conecta eso con algo de tu familia, con esa época?
—Sí conecta porque mi abuelo materno era piloto privado, de los Arango, dueños de Aurrerá, y de los dueños de la Sala Chopin y abandonó a mi abuela y mi mamá un día… era agradable y fiestero… tocaba el piano y era guapo. Pero abandonó a la familia y la dejó con deudas y problemas. En esa parte, si bien no me tocó vivir eso, el abandono nuclear de mi abuela, madre y tío, sí tengo una carga emocional fuerte y mental. Sí me tocó la carga de mi madre de: los hombres son así, tú no debes ser así.
—¿Cómo crees que ha cambiado el rol de un jefe de familia de esa época a ahora?
—Es un reflexión profunda y difícil. Creo que antes, al ser el hombre el proveedor, tenía oportunidades de trabajo y era el que tomaba las decisiones… se le guardaba el lugar de la mesa en la cabecera, cuando él hablaba nadie decía nada, se le llevaba comida al sofá o se le esperaba como si fuera un semidiós.
—¿Un machismo asimilado?
—Sí, pero creo que esto ha cambiado… el mundo para las mujeres es más inclusivo; en la clase media ha permeado, pero aún falta mucho por hacer en otros estratos socioeconómicos. No hay punto de comparación como yo me comporto, como se comportaban mis abuelos o incluso mi padre.
—¿Con qué te quedas de todos los temas que han surgido sobre Roma?
—La película puso en el debate público el tema de las trabajadoras domésticas. Eso derivó en que se aprobara una ley en la que se tiene que garantizar muchos más derechos de seguridad social y condiciones para las trabajadoras domésticas, que son más de 2 millones en México. Me impacta que una obra de arte incida en la realidad de millones… me hace sentir que participé en algo increíble que derivó en bienestar para otra gente y eso me reconforta como persona. Y eso que tengo una participación mini-mini-mínima.
—Mínima, pero eres el villano de la película —bromeo.
—Soy el Luisito Rey sin pata de jamón —revira divertido.
—Se especula qué seguirá para los no actores de Roma. Háblanos de tu caso.
—Seguiré en la disquera, que es lo que sé hacer. Y la verdad es que sí quiero volver a actuar porque no sé si fui yo o fue Alfonso quien me hizo hacer esto. Quiero averiguarlo.
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