Un equipo de investigadores en Australia identificó una relación entre los hábitos de sueño en la infancia y la aparición de signos asociados al autismo. El estudio reveló que los bebés que duermen menos horas o que tienen un sueño de mala calidad presentan una probabilidad significativamente mayor de desarrollar características autistas a lo largo de su crecimiento. En algunos casos, incluso podrían llegar a recibir un diagnóstico formal de trastorno del espectro autista (TEA).
La Clínica Mayo define el trastorno del espectro autista como una alteración del desarrollo cerebral que interfiere con la manera en que una persona percibe el entorno y se relaciona con los demás, lo que provoca dificultades en la comunicación y la interacción social.
Según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), uno de cada 160 niños presenta esta condición, y su incidencia aumenta en un 17 por ciento cada año. De hecho, se diagnostican más casos de autismo infantil anualmente que de sida, cáncer y diabetes juntos.
Para el artículo, publicado en la revista Archives of Disease in Childhood, se siguió a más de 1,000 parejas madre-bebé y se rastreó sus patrones de sueño a los seis y 12 meses de edad. Luego los investigadores evaluaron las características del autismo en los niños a los dos y cuatro años, basándose en los informes de los padres.
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EL AUTISMO Y LAS MÉTRICAS DE SUEÑO EN LOS NIÑOS
Cuando los niños cumplieron 12 años, 64 de ellos fueron diagnosticados con autismo. Los resultados fueron claros: los bebés con mal sueño tenían consistentemente más probabilidades de mostrar rasgos autistas y recibir un diagnóstico más tarde.
A los seis meses de edad, cada hora adicional de sueño nocturno se asoció con una reducción del 4.5 por ciento en los signos autistas a los dos y cuatro años, así como con una probabilidad 22 por ciento menor de un diagnóstico de autismo a los 12 años.
Por el contrario, a los 12 meses, los bebés que tardaron más en conciliar el sueño (por cada cinco minutos de aumento en la latencia del sueño, el tiempo que tarda una persona en pasar de estar totalmente despierta a quedarse dormida después de acostarse) mostraron un aumento del 1.5 por ciento en las características del autismo y un 7.7 por ciento más de probabilidades de recibir un diagnóstico de TEA.
“Nuestros hallazgos sugieren que los comportamientos de sueño de los bebés, especialmente los patrones nocturnos, pueden servir como indicadores tempranos del autismo, lo que permite la detección temprana y oportunidades de intervención, incluido el apoyo centrado en el sueño”, señalaron los autores.
Si bien el diagnóstico se puede realizar de manera confiable a los 24 meses, muchos niños australianos lo reciben más tarde, a una edad promedio de 45 meses, “perdiendo potencialmente la ventana óptima para los programas de intervención temprana”, apuntaros los investigadores.
La investigación sugiere que las métricas de sueño informadas por los padres, como la duración del sueño nocturno y la latencia del inicio del sueño, podrían ser adiciones útiles a estos enfoques.
El estudio también reveló que 42 por ciento de los niños que posteriormente fueron diagnosticados con autismo habían usado melatonina durante el último mes, un remedio común para las dificultades del sueño, lo que sugiere un posible intento por parte de los padres de controlar los desafíos del sueño a temprana edad. N
(Publicado en cooperación con Newsweek. Published in cooperation with Newsweek)