
La suspensión temporal de aranceles entre Estados Unidos y China, que concluirá en un par de semanas, ha traído una relativa calma a la economía global, pero también ha despertado nuevas incertidumbres entre diferentes niveles y sectores productivos. Esta tregua entre las dos principales potencias comerciales del mundo podría estar redefiniendo la dinámica de producción, consumo y logística global.
El tablero del comercio internacional está en movimiento, haciendo que México tenga una posición estratégica en el juego, pero también vulnerable. México ha escalado en el radar de las inversiones globales en los últimos años, tanto por la cercanía con Estados Unidos como por el respaldo que el T-MEC le ha brindado: México recibió más de 36,872 millones de dólares en inversión extranjera directa (IED) en 2024 —45 por ciento provino de Estados Unidos—. Además, México ha superado a China como principal socio comercial de Estados Unidos: más del 84 por ciento del comercio exterior del país tuvo como destino el mercado americano el año pasado, superando los 496,848 millones de dólares —un crecimiento del 6.19 por ciento con respecto a 2023—.
Esto no es un fenómeno menor, puesto que parte de las exportaciones mexicanas a Estados Unidos contienen componentes chinos, pues las empresas extranjeras establecidas en México, muchas de ellas estadounidenses, los importan desde el país oriental.
De igual manera, el mercado mexicano tiene una creciente dependencia de los productos orientales: las exportaciones desde China superaron los 129,139 millones de dólares en 2024 —96 por ciento de incremento desde hace una década—, duplicando el déficit comercial entre ambos países. Sin embargo, aun cuando únicamente 1.5 por ciento de la exportación mexicana va a China, el país asiático es el segundo proveedor nacional (20.8 por ciento) solo detrás de Estados Unidos (40.1 por ciento).
Washington y Pekín están dando señales de mejorar los términos de su relación comercial, diluyendo las ventajas que hoy favorecen el comercio internacional desde México. La tregua entre Estados Unidos y China ha puesto en pausa el conflicto, pero no ha resuelto las tensiones de fondo. Por el contrario, ha abierto un compás de espera en el que se están redefiniendo alianzas, cadenas productivas y prioridades estratégicas. Y en ese reacomodo, México no puede conformarse con esperar los resultados.
México se ha posicionado como plataforma exportadora mundial en la última década, pero está entrando en terreno de competencia entre modelos productivos que responden a visiones distintas del desarrollo. Por un lado, Estados Unidos ha invertido miles de millones de dólares en sectores estratégicos como semiconductores, energías limpias y baterías, impulsando una política industrial moderna a través de leyes como el CHIPS and Science Act y el Inflation Reduction Act. Por el otro, China continúa protegiendo a sus empresas clave mientras expande su dominio tecnológico, respaldado por planes como el Made in China 2025.
México queda en medio de dos gigantes que se disputan la supremacía tecnológica, comercial e industrial del siglo XXI; mientras que Estados Unidos busca reorganizar sus cadenas con aliados cercanos y confiables, China sigue ganando presencia en sectores clave a través de inversión, manufactura avanzada y subsidios estratégicos.
Debido a esto, hoy más que nunca México necesita un rumbo propio. No basta con estar cerca de Texas ni con importar partes desde Shenzhen. México debe articular una estrategia que reconozca su doble vínculo con ambas economías y que le permita capitalizar su posición geográfica sin sacrificar autonomía productiva.
La próxima renegociación del T-MEC debería permitir diversificar capacidades, elevar el contenido nacional con tecnología propia, formar talento, atraer inversión extranjera directa sostenible y fortalecer el ecosistema industrial. El T-MEC cobra una relevancia aún mayor en este contexto, que requiere actualización, visión estratégica y liderazgo político para que siga siendo un instrumento de desarrollo regional equilibrado.
Necesitamos una política industrial del siglo XXI, orientada a sectores de alto valor agregado, con condiciones que permitan a las MiPyMEs integrarse a las cadenas globales, acceso a financiamiento competitivo y certeza jurídica para atraer IED duradera.
El nearshoring es una oportunidad, pero no puede ser el plan. La estrategia debe ser nacional, pensada a largo plazo, y diseñada para resistir los ciclos políticos y las guerras comerciales que seguirán marcando el comercio internacional.
Me parece que no se trata de elegir entre Washington o Pekín, sino de construir una plataforma capaz de dialogar con ambos, de competir con todos y lograr que México crezca con visión, puesto que es inviable cualquier intento drástico de romper la relación comercial con alguno de los países. Como lo he dicho antes: México ya demostró que sabe competir. Ahora necesita demostrar que sabe liderar. N
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Martín Pustilnick es CEO de Mundi. Los puntos de vista expresados en este artículo son responsabilidad del autor.