Las personas trans aprendemos a navegar los limites de todo. Las calles, las fronteras, los otros, pero también de nosotrxs mismos. Esta no es una confesión. Pero, tal vez sí, un balance. Un cuento. Una pequeña ficción porque qué no lo es al ser narrado. Una narrativa de un bato ranchero y contracorriente del Bajío mexicano a sus 40 años.
Me niego a posicionarme en algo parecido a la “mitad de la vida”. Qué aferrado y ostentoso sería de mi parte pretender que puedo garantizarme otros 40 puñados de vida contados en años. No sé nunca cuánto me queda, es parte de lo que digo sobre aprender a navegar los límites.
La vida como persona trans no te da tantas garantías. Y menos aún cuando ya te han atravesado encierros involuntarios, te atraviesa una epilepsia que colapsa tu cuerpo cada que le da gana. Y así sucesivas historias que literal te hacen sentirte al margen de todo constantemente.
Digo margen como objeto de cruce, doblez y celebración. Me anuncio marginal desde ahí, desde el goce de estar en ese borde confuso, casi siempre innombrable.
“Siempre somos un coro imaginario quienes cantamos lo queer”, decía alguna teórica hace muchos años, cuando me importaban más las citas que mi cuerpo para teorizar. Creo que algunas cosas permanecen, como los coros imaginarios e imperantes que se manifiestan por lo cuir, por lo otro, por lo torcido o ilegible. Somos aún más imaginarios los coros trans, creo. Nos desvanecemos aún más rápido, somos aún más fugaces. No por eso, menos vivos.
SE ERRADICÓ EL PODER DE LAS PERSONAS TRANS
¿Habitamos los márgenes que nos corresponden? ¿O hay desplazamientos que nos vuelven el centro de nuestras propias historias? ¿O somos, como lo plantean narrativas legendarias a través de todos los continentes, seres sagrados?
En Pakistán, me cuenta la artista contemporánea Mehreem Murtaza, las personas trans históricamente eran quienes bendecían ceremonias de todo tipo; su don de bendecir —y maldecir— era reconocido al mismo tiempo que se les daba un espacio sagrado de trabajo y economía.
“Todo cambió con la Colonia”, y así me resume cómo prohibiciones y leyes específicamente enfocadas en erradicar el poder de las personas trans las han convertido en indigentes y, en el mejor de los casos, trabajadorxs sexuales. Y siempre sometidxs a los deseos e imposiciones de varones cis y de leyes represivas que hasta la fecha lxs expone al aniquilamiento sin consecuencia legal alguna.
¿Y los otomís cuántos géneros tenían? Lo pregunto porque en este territorio es lo que nos antecede. Y lo pregunto colectivamente para evidenciar cómo la Colonia nos quitó el derecho a la memoria sobre un tema que nos atraviesa a todxs. Porque mi ser trans no me atraviesa a mí solo nunca. Somos un mundo en transición. N
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Marian Garcés Torres es gestor/productor/archivo viviente de historias cuir/trans/nb de los territorios que atraviesa/le atraviesan. Desde hace diez años lleva un proyecto de registro de otras narrativas, Cartograma Americana. Correo: [email protected]