Un influyente creador de pódcast y celebridad de la radio dirige la atención hacia la depresión y explica por qué la comedia es una forma de tratamiento y cuáles son los beneficios de esta “medicina”.
La depresión “no es un estado de ánimo, sino un trastorno psicológico”, asegura John Moe, famoso locutor de radio, autor del libro The Hilarious World of Depression [El hilarante mundo de la depresión] y creador de un pódcast que lleva el mismo nombre. “Las personas con buenas intenciones, pero que nunca han sufrido este problema, suelen ofrecer soluciones simplistas tan inútiles que llegan a resultar ofensivas. Es como decir: ‘Vete a dar una vuelta y cuando regreses ya no tendrás leucemia. Piensa en todos los que te quieren y así ya no tendrás fracturada la clavícula’”…
En este extracto de su libro, Moe analiza las causas por las que muchas personas que viven con depresión se sienten atraídas por la comedia, y cuán importante es esta “medicina” para quienes padecen de enfermedades mentales.
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Los individuos cuyas mentes han sido distorsionadas por la depresión suelen encontrar solaz en la comedia. Es un fenómeno extraño, y a la vez lógico. Muchas veces, la comedia se fundamenta en algún trastorno. Entre 1977 y 1979, Saturday Night Live hizo sketches de los Coneheads, una familia de extraterrestres con cabezas cónicas que trataban de pasar inadvertidos entre los habitantes normales de los suburbios.
Muchos comediantes nos hemos sentido como los Coneheads. Nos damos cuenta de que no encajamos en la sociedad en que vivimos, y nos esforzamos en entender las costumbres y las conductas que resultan fáciles a los demás. Podemos vernos en esos Coneheads (o en sus vecinos), y cuando nos identificamos como tales, nos sentimos menos solos. De paso, provocamos algunas risas que hacen que la disonancia de los personajes (y nosotros mismos) sea menos chocante.
Nada tiene de particular que quienes terminamos como comediantes disfrutáramos de la comedia en la niñez. Sin embargo, en la primera temporada de mi pódcast “The Hilarious World of Depression” (THWoD), me sorprendió que el programa “The Carol Burnett Show” apareciera muchas veces en la conversación, casi como si fuera un síntoma de la depresión y parte del tratamiento.
La comedia es embriagadora para una mente joven y perturbada. Ves a un montón de famosos que señalan las ridiculeces de un mundo que jamás has podido entender. Los comediantes ofrecemos la esperanza, la posibilidad —no obstante cuán remota— de imaginar que el problema no está en uno mismo, sino en el mundo. Aunque no puedo afirmar que la depresión conduce a una carrera en la comedia, me parece que ese camino está muy bien pavimentado y mejor iluminado.
La ventaja de que los comediantes hablemos de depresión es que los buenos cómicos tienen la habilidad para abordar temas complejos de una manera clara y convincente que disipa la bruma de la vida cotidiana. Es gracias a la comedia que muchos en el público se dan cuenta de que los demás también han pensado o sentido algo así. Descubren que no son los únicos que tienen pensamientos perturbadores; se sienten acompañados y parte de la normalidad. Y es entonces que se produce la carcajada. Esa risa es una exhalación de alivio.
LA DEPRESIÓN DESTRUYE LA AUTOESTIMA
En el primer episodio de THWoD hablé con Peter Sagal, mejor conocido como el anfitrión de “Wait Wait… Don’t Tell Me”, el programa de juegos de la NPR [National Public Radio]. Peter estudió en Harvard, es un guionista exitoso (un campo en el que muchos fracasan) y, desde hace décadas, ha sido presentador de un programa de radio muy popular. Es una de las personas más inteligentes y exitosas que conozco, mas eso no tiene la menor importancia en la depresión. Y la supurante depresión de Peter permaneció latente durante muchos años, hasta que se divorció.
Antes de hablar con él, me atormentaba la idea subconsciente de que si tenía lo mismo que Peter —todos sus logros, menos el divorcio— sería feliz para siempre. Falso.
El novelista John Green —autor de The Fault in Our Stars, entre muchos otros libros superexitosos— ha padecido de este problema durante años. “Siempre nos acompaña una esperanza de lo más extraña; y no hablo solo de quienes tienen enfermedades mentales, llámense estadounidenses, humanos o lo que quieras. Esa esperanza perpetua nos lleva a creer que, si podemos descubrir lo que hace falta en nuestras vidas, entonces podremos llenar el vacío que sentimos”, me dijo.
“Ese vacío nunca se llenará”, sentencia Andy Richter, mi compañero en el programa de entrevistas, y un actor que ha vivido con depresión desde que tenía cuatro años. “Lo mejor que puedes hacer es acostumbrarte a la idea”.
Andy explica que la presencia de ese vacío, de ese agujero, de esa cavidad, es por demás común entre los artistas que viven con depresión. Y es que, para empezar, la depresión creó ese vacío, y lo hizo erradicando cosas como la autoestima, dejando toda una gama de emociones y vergüenza por aparecer en público con pantalones para correr (por ejemplo). El problema de quienes viven con depresión es que tratan de meter lo que sea en ese agujero y nada encaja. No puedes meter un logro profesional en un hueco hecho para la autoestima. Si quieres puedes tratar de meterlo a golpes, pero no entrará.
“Es más —agrega Andy—, cuanto más te empeñes en retacar las cosas en un agujero al que no pertenecen, más grande se vuelve el agujero y, también, más difícil de llenar”.
LOS ANTIDEPRESIVOS NO DAN SUPERPODERES
Hablé con personas para quienes los medicamentos no fueron el medio para obtener superpoderes, sino un boleto para alcanzar su humanidad. La comediante y autora Jenny Jaffe tiene muy presente la experiencia de topar con un fármaco que realmente funcionó. “Me sentí como si… He usado gafas desde que era niña, y la primera vez que me las puse miré a mi alrededor y pensé: ‘¡Por Dios! ¿Los demás pueden ver el mundo con este nivel de detalle? ¡Increíble!’”.
La comediante Jen Kirkman asegura que los antidepresivos “impidieron que me hundiera más. Ya había llegado bajo el nivel del mar, y [el medicamento] me puso a nivel de la superficie del agua. No me elevó por los aires, no me sentí más feliz que los demás. Pero pude hacer frente a las cosas”.
El público general no entiende los antidepresivos. Cuando no entendemos algo, le tememos; y cuando tememos algo, nos burlamos o atacamos.
Las medicinas no son una cosa y nada más. No te dan una botella con una etiqueta que dice “medicina” o “antidepresivo”. La realidad es que hay una variedad casi infinita de medicamentos de prescripción para quienes sufren de depresión, incluidos sertralina, fluoxetina, citalopram, paroxetina y hasta Cyndaquil (de acuerdo, este último no es un antidepresivo, sino un Pokémon).
La realidad es que los antidepresivos son una suerte de experimento químico, y hay un montón de cosas que pueden influir en la eficacia de la sustancia. Por ejemplo, el fármaco que funciona en una persona no sirve en alguien más. Una dosis incorrecta —demasiado alta o baja— puede resultar en un desastre absoluto. Y no tomarlo con regularidad es tan malo como no tomarlo (incluso, peor). Por lo que a mí respecta, me recetaron un antidepresivo que funcionó de maravilla durante años, hasta que de pronto, ¡puf!, un desastre total.
La comediante Maria Bamford —quien me hizo reír de tal manera que no pude continuar con la entrevista— tiene el diagnóstico de trastorno bipolar tipo 2. En estos momentos goza de un estado de salud adecuado que le permite ser productiva. Pero, hace unos diez años, su situación era muy distinta; al extremo de que incluso sufrió un colapso nervioso que obligó a internarla.
Maria quiso probar con “un nuevo medicamento, un nuevo estabilizador del ánimo, pero sin renunciar a mis presentaciones en Chicago, donde estaría tres días nada más. Pero deja que te cuente. El psiquiatra, quien vería mis sesiones por YouTube, me recetó un estabilizador del ánimo que afecta la cognición de tal manera que no te deja pensar, ni siquiera hablar. Así que, cuando llegué a Chicago, no pensaba ni hablaba”.
LA LUCHA POR LA NORMALIDAD
Jen Kirkman dice que su primera experiencia con antidepresivos fue inolvidable. Se acercaba la Navidad, una época que siempre ha aborrecido.
“Recuerdo el día en que la música navideña dejó de molestarme. De hecho, fue una sensación tan extrema que llegué a sentirme como si estuviera bailando en la calle, igual que Scrooge. De pronto, dejé de sentirme irritada por todo. No era más feliz que los demás. Solo pude hacer frente a las situaciones”.
En la primera temporada del programa, tuve una charla con Andy Richter, a quien he admirado desde hace años, incluso antes de conocerlo bien. Aun cuando Andy siempre ha sido gracioso, también me daba la impresión de ser un hombre inteligente y honesto, el típico estadounidense del medio oeste a quien quieres contar entre tus amigos. Hace mucho que Andy toma antidepresivos. “Es común que la gente repudie la idea de usar sustancias psicodélicas”, señala mi colega. “Cuando hablo de esto, siempre preguntan: ‘Dime, ¿vas a tomar [esas medicinas] el resto de tu vida?’. A veces me dan ganas de responder que no dirían lo mismo si tuviera que usar algo como insulina, medicamentos para el colesterol o hasta la maldita aspirina para bebés”.
Igual que yo y muchas otras personas, Andy ha pasado por la experiencia de encontrar un medicamento que funcionó muy bien durante mucho tiempo, hasta que llegó el día en que dejó de funcionar. “Cuando regresa la desesperanza, no veo lo lindo que es el día. No pienso en lo mucho que amo a mi mujer. No me interesa tener un trabajo divertido y bien pagado. Ni siquiera importa que mis hermosos hijos me llenen de satisfacción. Sumido en esa tristeza, en ese sufrimiento emocional muy real, lo único en que puedo pensar es: ‘¡Carajo! Tengo que hacer que esas pastillas vuelvan a funcionar”, confiesa mi amigo.
Desde mi perspectiva, introducir antidepresivos en la rutina diaria de una persona que vive con depresión es como recibir tu primer cepillo de dientes. Te dicen: “Debes usarlo todos los días, y de vez en cuando tendrás que ir a la farmacia para volver a surtir la medicina”. De modo que si no quieres ir a todas partes con mal aliento y dientes podridos, tu única opción es usar el cepillo. Porque produce buenos resultados y, además, el aseo dental no es un hábito difícil ni inconveniente.
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Tomado de “The Hilarious World of Depression”. Copyright © 2020 por John Moe. Republicado con licencia de St. Martin’s Publishing Group.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek