LIVE

Sir Anthony Hopkins sobre actuar, la sobriedad y la autoaceptación

Publicado el 10 de diciembre, 2025
Sir Anthony Hopkins sobre actuar, la sobriedad y la autoaceptación
Anthony Hopkins a los 3 años con su papá, en la foto que inspiró el título del libro. (Especial)

El mal que proyectó como Hannibal Lecter en The Silence of the Lambs (El silencio de los inocentes) resultó escalofriante. Pero no fue nada comparado con la batalla que Sir Anthony Hopkins enfrentó contra los demonios de su propio pasado. La ira rebelde que se forjó en él tras ser acosado durante una infancia solitaria en Gales lo impulsó, pero el fuerte control que el alcoholismo ejerció en su adultez amenazó con silenciar para siempre su talento. Sabiendo todo eso, el título de su nuevo libro de memorias, We Did OK, Kid (Lo hicimos bien, chico: memorias), es más que un comentario ingenioso: es el veredicto de sus 87 años dedicados a superar luchas personales para alcanzar el éxito y vivir en paz consigo mismo.

En una conversación exclusiva con Newsweek, Hopkins recordó el momento decisivo que vivió a los 17 años junto a su padre, un panadero, y que convirtió su ira en fortaleza. “Mi padre dijo: ‘No sé qué va a ser de ti. Un caso perdido’. Y yo di un paso atrás y dije: ‘Un día te lo demostraré’”, contó Hopkins. “Mi padre me miró y dijo: ‘Pues espero que sí’. Creo que, en ese momento, dejé de jugar el papel de tonto. Yo estaba enojado, resentido, reprimido; guardaba todo eso dentro. Y creo que ahí se encendió algo”.

Ese fuego alimentó una determinación que impulsó a Hopkins por un camino extraordinario. Pronto fue descubierto por el legendario actor shakespeariano Sir Laurence Olivier e invitado a unirse al Royal National Theatre en Londres en 1965, lo que sentó las bases para que, eventualmente, se convirtiera en uno de los intérpretes más icónicos del cine. Su trayectoria en la gran pantalla le haría romper dos récords de los Premios de la Academia: su Óscar a Mejor Actor en 1992 por The Silence of the Lambs es la actuación protagónica más corta que haya ganado, según Guinness World Records, y su Óscar de 2021 por The Father (El Padre), a los 83 años, lo convirtió en la persona de mayor edad en obtener un premio de actuación. Pero el hombre detrás de esos papeles legendarios tiene una visión sorprendentemente simple de su oficio.

“En otra entrevista me preguntaron: ‘¿Cómo interpretó a Lecter?’ Y dije: ‘Solo me quedé quieto y no parpadeé’. ‘¿Y cómo hizo The Remains of the Day (Lo que queda del día), interpretando a un mayordomo?’ ‘Pues, solo estar muy callado’. No tiene ciencia”, dijo Hopkins, enfatizando que lo que hace es simplemente su trabajo, sin otorgarle más importancia que a cualquier otra profesión. “Soy un plomero. Si llamas a un plomero y le dices: ‘¿Puede arreglarme la llave del agua?’, él llega y lo arregla. Ese es mi trabajo. Es un oficio, un trabajo. No tiene nada de misterioso. A la gente le encanta inventar misterio. Todos creen que son especiales. ¿Especiales? Dios nos ayude”.

ALCOHOLISMO, UNA ADICCIÓN AISLANTE Y PELIGROSA

Esa misma franqueza y honestidad sostienen la narrativa de We Did OK, Kid, en la que enfrenta cada capítulo de su vida con la misma claridad, desde sus mayores triunfos hasta su batalla contra el alcoholismo. Hopkins escribe sobre cómo la diversión de beber con otros actores se convirtió en una adicción aislante y peligrosa.

“De pronto estaba aquí en California, manejando completamente en blanco [borracho]. No podía recordar dónde había estado. Me desperté y pensé: me voy a morir, o voy a llevarme a alguien conmigo, voy a matar a alguien… Recuerdo haberle dicho a alguien: ‘Necesito ayuda’”.

Ese pedido marcó el inicio de un camino que lo llevaría no solo a casi 50 años de sobriedad, sino también a la profunda autoaceptación que define su visión actual. Afortunadamente para todos nosotros, está aquí para compartir la sabiduría que ganó a pulso en la conversación que sigue, realizada con Jennifer H. Cunningham, editora en jefe de Newsweek, el 8 de octubre en Santa Mónica, California. La entrevista ha sido ligeramente editada por cuestiones de claridad y de extensión.

—Cuéntanos sobre la foto tuya con tu padre que inspiró el título del libro, We Did OK, Kid decimos.

—Eso fue durante la Segunda Guerra Mundial, en 1941; yo tenía tres años y medio. Por alguna razón, tengo una muy buena memoria. Recuerdo las imágenes. Era un domingo por la mañana. Mi padre estaba en lo que llamaban el Royal Observer Corps. Se me cayó un dulce en la arena y empecé a llorar un poco. Y Cliff [un hombre del correo] me dio otro dulce. Muchos años después encontré esas fotografías. Las miré y dije: “Lo hicimos bien, chico”.

“Inspiró el título porque me remonta a mi pasado, cuando no era rápido para aprender. Llegas al mundo confundido, luego vas a la escuela y te enseñan cosas que no tienen sentido, y yo era un desastre, simplemente no era brillante, así que me acosaban. Me aislé y me volví desafiante, de una forma silenciosa. A eso lo llamo insolencia muda. Desde muy joven aprendí a ser desafiante. No reaccionaba”, agrega.

‘We did Ok, kid’, es el título del más reciente libro de memorias del actor Anthony Hopkins. (Especial)

—¿Fue ese un mecanismo para sobrellevarlo?

—Sí, lo fue. No es la forma más sana de vivir la vida, pero me dio combustible. Una cosa en la que creo firmemente hoy es que no soy una víctima. No creo en ser víctima porque la vida es dura y a los niños, pues, los molestan, los golpean; así es la vida. Tienes que ser resiliente y eso lo heredé de mis padres. Ellos trabajaban duro. Mi padre decía: “Ponte derecho, deja de quejarte”. Y heredé eso de él.

—Usted describe un momento clave ocurrido cuando tenía 17 años, relacionado con un reporte escolar.

—Mis padres estaban en la cocina detrás de la panadería. Mi padre trabajaba mucho para darme una educación. Y llegó el momento temido: mi reporte escolar. Mi padre lo abrió, se lo dio a mi madre y ella dijo: “Anthony está muy por debajo del nivel escolar”. Sentí lástima por ellos, no por mí, porque pensé: “Han trabajado tanto, ¿por qué no puedo yo con esto?”. Mi padre dijo: “No sé qué va a ser de ti. Un caso perdido”. Y yo di un paso atrás y dije: “Un día se los demostraré. A los dos”. Mi padre me miró y dijo: “Ojalá lo hagas”. Y mi madre dijo: “Estoy segura de que sí”.

“Creo que en ese momento dejé de interpretar el papel de tonto. Estaba enojado, resentido y reprimido, y guardé todo eso dentro. Y creo que algo se activó, llámalo providencia o subconsciente, lo que sea. Siento que una voz dijo: “Abróchate el cinturón. Allá vamos”. Porque en cuatro meses obtuve una beca para una escuela de actuación. No sabía actuar. ¿Cómo demonios obtuve esa beca? No lo sé. Y mi vida ha sido así. Paso a paso. Los accidentes más afortunados”, apunta.

SUS INICIOS COMO ACTOR Y LA INSPIRACIÓN DETRÁS DE ELLO

—¿Cómo lo moldeó Port Talbot, su pueblo natal en Gales? —preguntamos.

—Bueno, jamás podrás sacarme Port Talbot. Lo siento en mis huesos, en mis venas. Era un pueblito duro, de acerías. Los galeses eran gente ruda, fuerte. Sin espacio para el sentimentalismo ni para la suavidad. Eso es parte de mí. Es mi herencia. En ese mismo pueblo nació también otro actor, Richard Burton. Yo fui a pedirle un autógrafo. Me impresionó mucho. Pensé: “Eso quiero ser”. Lo irónico es que 28 años después lo conocí en el camerino que yo mismo había ocupado antes en Equus, en Nueva York. Me dijo: “Tú viniste a mi casa [en Gales], ¿no? A pedirme un autógrafo”.

—¿Quién moldeó más su formación como actor?

—Pienso en Sir Laurence Olivier. Él dirigía el National Theatre. Admiraba su disciplina. Una cosa que entendí es que, para sobrevivir como actor, debes estar listo, debes ser fuerte. Debes ser disciplinado. Eso lo aprendí de él. Empecé a aprenderme textos completos cuando hacía repertorio. Estudia toda la obra; aprende todo. Así sabes lo que vas a hacer y nadie puede tumbarte. Creo que esa preparación me daba presencia y Olivier lo vio. Me animó. También me dijo que dejara de beber, pero me decía: “Mantente fuerte. Lo tienes”. Le decía a otros actores: “Para ser actor, hay que ser duro. Y no murmuren. Cuenten la historia”.

—¿Por qué fue importante incluir su camino hacia la sobriedad en el libro?

—Porque es mi historia. Es la parte más significativa de mi vida. Bebía porque todos lo hacían, los actores, y era un acto de rebeldía e independencia. Y era divertido. Pero un día pensé: “Puedo disfrutar esto, pero creo que un día va a matarme”. Tenía la sospecha. De pronto estaba aquí en California, manejando completamente en blanco. No podía recordar dónde había estado. Eso fue hace 50 años. Y recuerdo que me desperté y pensé: “Voy a morir o voy a matar a alguien”. Manejar borracho es una locura.

“Recuerdo haber dicho: ‘Necesito ayuda‘. La pedí y descubrí que era alcohólico. No puedo describir el alcoholismo, pero no podía dejar de beber. Y, por alguna razón, porque quebré mi propio ego, pensé: ‘No soy poderoso’. Mi fuerza de voluntad no sirve. Necesito ayuda. Así que llamé por teléfono y me uní a un grupo de personas como yo. Recuerdo mi primera reunión: vi a toda esa gente y pensé: ‘No estoy solo’. Fue un golpe al ego porque no eres especial. Pensé que la recuperación sería lo mejor que me pasaría”, añade el actor.

Kathy Bates junto al actor Anthony Hopkins sosteniendo su premio a Mejor Actor, en la sala de prensa de la 64ª edición de los Premios de la Academia, celebrada en el Dorothy Chandler Pavilion en Los Ángeles, el 30 de marzo de 1992. (Especial)

—En sus peores momentos, ¿cómo mantuvo la sobriedad?

—No sé por qué el deseo de beber me abandonó ese día en que pedí ayuda. Una mujer en esa oficina me dijo: “No tienes que volver a beber”. Me dio una bendición, de alguna manera. Y de pronto supe que había terminado. Una voz, como la de mi padre, me dijo: “Se acabó. Ahora puedes empezar a vivir. Todo ha tenido un propósito. No olvides nada. Ahora sigue con tu vida”. Y comprendí que no lo habría evitado, que todo era una gran lección. No quiero volver ahí, pero no lo cambiaría por nada del mundo. Lo menciono porque quizá ayude a alguien.

“ACTÚA COMO SI FUERA IMPOSIBLE FALLAR”

—¿Cuál es la lección central que quiere transmitir?

—Creo en el principio de: despierta y vive. Despierta y vive, porque vamos a morir. Actúa como si fuera imposible fallar. Es como un mantra. Un día entendí algo, como si hubiera salido de un sueño: no es asunto mío lo que la gente diga o piense de mí. Soy lo que soy y hago lo que hago porque lo disfruto. Es parte del juego. No pasa nada. No hay grandes asuntos.

—También es compositor y artista. ¿Cuál es su consejo sobre la creatividad?

—Podemos hacer lo que queramos si conectamos con nosotros mismos. Estamos tan condicionados a creer que no podemos, que debemos quedarnos en nuestro carril, que no debemos intentar más. No. Métete a otros carriles: pinta, dibuja, escribe, toca música, baila, lo que tengas que hacer. Nos limitamos todo el tiempo. Decimos: “No, no puedo”. Y luego admitimos: “Puedo fallar”. ¿Y qué? Fallas. Vuelvo a lo mismo: no es asunto mío lo que la gente piense. Actúa como si fuera imposible fallar. Funciona.

Retrato del joven actor Anthony Hopkins en Nueva York, 1972. (Especial)

—¿Qué consejo le daría a su yo joven?

—Pásala bien. No te tomes nada demasiado en serio. Tenemos que atravesar la vida. Hay lucha, hay dolor. Es parte del juego. Pero al final, todo regresa a lo mismo: hay consuelo y paz en el envejecimiento. Porque no iremos a ningún lado. No hay salida. Todos vamos a morir, ¿no? Ese es el gran chiste de la vida. Así que dices: al diablo. Esa es la oración más corta del mundo porque al final no sabemos nada. Creemos saber, pero no sabemos nada.

—¿Qué alimenta su alegría y optimismo hoy?

—El hecho de que soy un hombre viejo y sigo aquí. Me despierto y pienso: no tengo dolores, por ahora. Y estoy en paz con el tiempo que me queda, pase lo que pase. Pienso: “Bueno, aquí estoy”. No tengo miedo. He logrado cosas. No por mi ego, sino por alguna circunstancia, lo que sea. Y miro la portada del libro y pienso: “Lo hicimos bien, chico”. Porque es imposible pasar de ese niño a donde estoy hoy, pero no puedo atribuirme el mérito de forma consciente. Quizá tuve suerte de vivir ese momento a los 17: “Un día se los demostraré”. Hace setenta años. Quizá ese fue el instante en que algo hizo whoop y me galvanizó. N

NW Noticias te recomienda también estas notas: 

Compartir en:
Síguenos
© 2025 Newsweek en Español