
EL HUMOR NEGRO DE JORGE IBARGÜENGOITIA RENACE CON LA MIRADA DE LUIS ESTRADA. La serie Las muertas, disponible en Netflix, trasciende el contexto histórico de los hechos reales y refleja problemáticas urgentes del México contemporáneo.
En Las muertas, Jorge Ibargüengoitia convirtió el horror de Las Poquianchis en sátira: un desfile lúgubre donde la carcajada es también cuchillo y denuncia. Medio siglo después, Luis Estrada —el cineasta que ya desolló al PRI en La ley de Herodes, retrató el narco en El infierno y expuso el circo mediático en La dictadura perfecta— toma esa novela para tender un espejo que incomoda por lo que revela: un México que, a pesar del tiempo, sigue siendo territorio de impunidad, corrupción y violencia contra las mujeres.
En la novela, las dueñas de los burdeles son las hermanas Baladro, personajes ficticios que Jorge Ibargüengoitia inventó para dar cuerpo a la historia. Sin embargo, su origen está directamente ligado al caso real de las hermanas González Valenzuela, conocidas como Las Poquianchis, quienes entre los años 1950 y 1960 administraron una red de prostíbulos en Guanajuato y Jalisco. El caso conmocionó a México al destapar la explotación, el abuso y las decenas de muertes de mujeres jóvenes reclutadas con engaños. Ibargüengoitia tomó esa cruda realidad como punto de partida, pero optó por transformar los hechos en ficción, renombrando personajes y escenarios para exponer no solo un crimen, sino el entramado de corrupción y doble moral de una sociedad entera.
Concebida como una “serie de películas”, esta producción ofrece una inmersión profunda en el universo del autor, algo que el director consideraba inalcanzable en un formato de largometraje tradicional. Luis Estrada, quien había soñado con llevar esta historia a la pantalla desde joven, encontró en el formato de seis “películas” la oportunidad de capturar el “gran lienzo, un gran mural de una sociedad y de un país” que Ibargüengoitia proponía, sin dejar fuera elementos cruciales. “Y yo mismo, a pesar de que nunca lo había contemplado, llegué a la conclusión de que el mejor el mejor formato era una serie de películas, seis películas… y creo que literalmente la novela, la gran novela, la obra maestra de Jorge Barbengo encontró su formato porque haberlo hecho de otra manera creo que hubiera dejado mucho y muchas cosas fuera”, afirmó en entrevista para NW Noticias, destacando que un largometraje de dos horas y media habría sido insuficiente para abarcar la riqueza narrativa de la obra.
Que Las muertas funcione como un espejo del presente es, quizá, lo más perturbador. La desaparición y maltrato de mujeres, la complicidad de instituciones y la corrupción como norma no pertenecen solo al México de López Mateos: son las noticias con las que amanecemos cada mañana. A pesar de estar ambientada en el Bajío mexicano entre finales de los años 50 y principios de los 60 –donde la devoción religiosa convivía con los burdeles, y los políticos de traje oscuro hacían fila junto a campesinos en la penumbra de una cantina–, la serie resalta problemas muy actuales. El director señaló que es “increíble que todos estos temas, todas estas instituciones, todas estas problemáticas y personajes tengan una relevancia tan grande en el México actual”.
La visión de Ibargüengoitia, que utilizó el hecho real de Las Poquianchis como pretexto para crear una obra de ficción, es emulada en esta adaptación. Se subraya que no es una representación realista del caso, sino una ficción que respeta el famoso epígrafe del autor: “en esta historia algunos hechos son reales, pero todos los personajes son ficticios”. Esa advertencia cobra hoy una vigencia perturbadora, porque lo que parecía un eco del México de los años 60 resuena con fuerza en un país donde la desaparición de mujeres, la corrupción y la impunidad siguen siendo heridas abiertas.
Uno de los pilares de la adaptación es su fidelidad al espíritu y al tono que el autor propuso. La sátira, la ironía y el humor negro, elementos característicos de Ibargüengoitia, están muy presentes y fueron intencionalmente conservados. No es casual que esa mirada coincida con la del propio Luis Estrada, quien a lo largo de su filmografía ha mostrado con ironía, sátira y humor negro cómo la corrupción, la violencia y la colusión entre instituciones terminan por devorar cualquier resquicio de esperanza. Por esto, Estrada considera que esta serie es un “destino” con la obra del escritor. Esta congruencia permitió una adaptación muy personal, con un punto de vista y visión propios, gracias a la libertad creativa otorgada por Netflix.
La serie ahonda en la complejidad moral de sus personajes, las hermanas Baladro, retratadas como mujeres “empoderadas” y “cabronas” que toman las riendas, pero que operan en un sistema de complicidad con hombres corruptos e impunes. Estos personajes se vuelven “representaciones simbólicas de muchas instituciones” como el ejército, la clase política (el PRI de la época de López Mateos) y la propia iglesia, evidenciando la “hipocresía de una sociedad moralista que, sin embargo, toleraba y asistía a lugares como los burdeles”, explica entusiasmado Luis Estrada. Un gran ejemplo de esto es el personaje del cura, quien en los primeros episodios bendice un burdel, y funciona como un potente símbolo de esta doble moral. La narrativa explora un universo donde nadie se salva ni se redime, y las víctimas, al cobrar venganza, terminan adoptando comportamientos éticamente cuestionables.
La ambiciosa producción se filmó en tres estados: San Luis Potosí, Guanajuato y Veracruz. Se construyeron cientos de sets de época en los estudios Churubusco, incluyendo burdeles, oficinas de gobierno y la cárcel. Esta libertad creativa para imaginar esos espacios fue posible dado que Ibargüengoitia no usó nombres reales para las localidades, permitiendo una reconstrucción muy libre pero documentada en vestuario y caracterizaciones.
La banda sonora, dividida en música orquestal original y una meticulosa selección de clásicos, también juega un papel fundamental. Canciones de bolero, danzón y mambo, con artistas como Agustín Lara y Toña La Negra, arrastran al espectador a un tiempo que parece remoto pero que, como insiste Estrada, sigue latiendo hoy en los bajos fondos de nuestra historia.
Con gran emoción y nerviosismo ante el estreno, el director Luis Estrada expresó a NW Noticias su orgullo por un proyecto tan complicado y angustioso, resaltando la oportunidad de haber sido el único director, productor y coescritor, lo que le permitió plasmar su visión de manera íntegra.
Con Las muertas, Estrada no solo cumple un sueño personal largamente acariciado: también coloca a Ibargüengoitia en diálogo con las generaciones que no lo han leído aún. Y confirma que, en México, como en sus películas y en sus novelas, “nadie se salva ni se redime”. N