Al inicio del invierno de su vida, un hombre adulto voltea hacia atrás en busca de su infancia y, al mismo tiempo, se encamina hacia eso que se conoce como vejez. Entre la bruma aparece un niño, al que apenas recuerda, de aproximadamente seis años; están en la Ciudad de México hacia el final de 1960. Ese niño es el escritor, editor, periodista, narrador, traductor y ensayista mexicano Rafael Pérez Gay, quien durante su vida acompañó a su familia en 22 mudanzas en distintas zonas de la capital del país.
El gran número de mudanzas fue “un poco por gitanos, otro poco porque no pagábamos la renta, otro poco porque teníamos que movernos por nuestra situación de quebranto financiero”, indica. “Voy a buscar a ese niño y encuentro en él siempre un ánimo más o menos festivo pese a las dificultades y los agobios que su padre y su madre tenían por las dificultades y adversidades que enfrentaron en aquel México”, explica Pérez Gay en entrevista con Newsweek en Español.
UN NIÑO QUE SE CONVIRTIÓ EN ESCRITOR
Aquel niño, que muchos años más tarde se convertiría en un estudiante de letras francesas y posteriormente en escritor, iba y venía por los departamentos y casas alquiladas, la gran mayoría en la colonia Condesa. La emoción de encontrar a ese infante reconstruye una memoria personal y una colectiva. La memoria personal es la familia puertas adentro, y la colectiva llega a casa mediante unos instrumentos que aún existen: los periódicos, señala el autor.
La narrativa de todos esos recuerdos, tanto personales como colectivos, lo llevaron a escribir Todo lo de cristal, su más reciente obra. El título hace referencia al momento en el que comenzaba otra mudanza y la madre llegaba con cajas para empacar las pertenencias.
“Y al más pequeño de la familia, a ese niño que yo fui a recuperar, le tocaba envolver en periódicos todo lo de cristal. Pero el niño, que estaba aprendiendo a leer, se detenía a leer sobre aquel gol de Pelé o alguna jugada del equipo de sus amores y que todavía lo es, el Necaxa. Se detenía a leer alguna noticia de nota roja mientras la madre le decía: ‘Te estás atrasando’. Esa fue mi primera hemeroteca. Y claro, ‘todo lo de cristal’ también hace alusión a la fragilidad de la vida, del amor, de la familia con el paso del tiempo”, describe Pérez Gay.
LOS MAESTROS DE RAFAEL PÉREZ GAY
Con Todo lo de cristal (editorial Planeta), el autor inquiere a su propia alma sobre asuntos como la muerte, el amor, el sexo, los padres y los hijos. Es un momento donde se cuestiona a sí mismo y se sitúa como un personaje, mientras asegura que “toda memoria viene de ese lugar donde la vida, para bien y para mal, se ha cumplido”.
Rafael Pérez Gay escribió anteriormente Nos acompañan los muertos, que es la historia de sus padres ancianos, y el narrador tiene en aquel momento 50 años. También publicó El cerebro de mi hermano, que es la historia de la enfermedad y el largo padecimiento de su hermano José María Pérez Gay, diplomático, filósofo, escritor y político. Y ahora hace un viaje a su interior para recuperarse a sí mismo.
Llegada la adolescencia, descubrió que la lectura permite vivir muchas vidas, “que la literatura te permite ser uno y muchos a la vez. Todos somos una multitud siempre, descubrí que los libros te permiten ser dos personas o esa multitud. Entonces me convertí en un buen lector”.
LA INFLUENCIA DE JOSÉ MARÍA
El escritor, nacido en la Ciudad de México en 1957, siempre estuvo rodeado de libros principalmente porque, su hermano José María, que le llevaba 14 años, emprendió una larga aventura en Alemania y siempre que volvía le obsequiaba libros. “Él fue probablemente mi primer maestro. Luego se convirtió en mi amigo literario. Al final la política nos separó, pero no lo suficiente como para que dejáramos de ser buenos hermanos”.
Un joven Rafael entró a trabajar en el suplemento La cultura en México, de la revista Siempre –que dirigía el legendario periodista José Pagés Llergo–. La sección la dirigía Carlos Monsiváis, de quien Rafael aprendió mucho, ya que, indica, era extraordinariamente brillante. Recuerda que era un cabeceador extraordinario y verlo corregir fue siempre “un espectáculo”, por lo que fue su segundo maestro.
Posteriormente, llegó a la revista Nexos, con Héctor Aguilar Camín, a quien llama su tercer maestro por su “enorme inteligencia y vocación de grandeza”. A esta lista suma al periodista, cronista, narrador y poeta José Joaquín Blanco, con quien Rafael compartió un suplemento literario y de quien admiraba su capacidad crítica para leer y repasar autores y libros, así como su pasión para escribir ensayo y novela, además de poesía.
RAFAEL PÉREZ GAY TIENE UN PENDIENTE EN EL TINTERO
Rafael Pérez Gay confiesa que como escritor no se encierra con sus ideas en un gabinete a escribir novelas. “Yo vengo de la prensa, del periodismo literario, fui cronista y reseñista, el periodismo me fui movimiento lentamente hacia la literatura. Me preocupaba mucho hacer una gran novela, el problema es que quería ser ese que no soy. Lo que tenía que hacer era convertir el periodismo en literatura y así me di cuenta –leyendo mucho– de que nuestros grandes escritores han sido grandes periodistas: Octavio Paz, Carlos Fuentes, Enrique Krauze”.
Así, sin dejar el periodismo de lado, comenzó a escribir cuentos con un toque de crónica. Porque considera que el buen periodismo siempre es literatura, y como un gran ejemplo menciona a Gabriel García Márquez.
Por ahora, Rafael Pérez Gay tiene como pendiente escribir un libro que refleje un México que parece quedarse sin futuro, ensangrentado, perdido en la inseguridad, un México con tentaciones autoritarias o autoritarismo definitivo. “Es un pendiente porque aún pienso cómo plasmarlo en un libro que tenga que ver con literatura y con momentos de la historia reciente”, concluye. N