Si algo tengo claro es que en casi cualquier lado puedes encontrar el amor o al menos algo que se le parezca, y vaya que los últimos años las redes sociales y las aplicaciones de citas me han demostrado que podemos aún extendernos más, que es posible enamorarse, desenamorarse y relacionarnos, todo, a través de una pantalla de algunas pulgadas.
De hecho cuando amistades solteras me piden recomendaciones para conocer gente nueva les doy una lista larga que incluye desde lo más conservador como lo es unirse a talleres o clubes que les interesen hasta tácticas específicas casi con descripciones paso a paso de cómo ligar en el supermercado, en el aeropuerto, una fiesta o un club nocturno…ninguna de estas tácticas es realmente infalible pero ponerse ahí afuera ya es un primer paso.
Yo me siento demasiado expuesta en las aplicaciones, eso y que me parece muy reduccionista, no se, como si fuese una tienda en línea en la cual no hay puntajes sobre el proveedor o servicio, sin recomendaciones ni fotos reales de otros clientes satisfechos o insatisfechos, como si tuviéramos que confiar en lo que se ve y entender que aunque sí puede haber devolución no hay ninguna especie de garantía. Un salto de fé para pasar de lo virtual a lo real, de tinder al altar, del bumble a un viaje a la playa, no sé, y vaya que conozco historias tanto de terror como de éxito, pero sigo creyendo que no es para mi.
De hecho, en la teoría estoy llena de ideas, consejos y tengo muchas opiniones, pero la verdad es que casi nunca he dado estos ‘saltos de fè’. La última vez que lo hice, fue casi sin darme cuenta, es decir, si quería pero no me hubiera atrevido sino fuera porque pasó de una forma poco común, lejana a eso de deslizar a la izquierda o la derecha. Estaba haciendo la disertación de mi trabajo de tesis sobre violencia de género y discriminación, por lo que pasaba muchas horas frente a la pantalla, entre más buscaba saber sobre algún tema o escritor, más papers y escritos actualizados encontraba que no podía parar de leer, anotaba fuentes, referencias, hacía fichas bibliográficas… todo para tener más o menos un orden y poder darle forma eventualmente.
Gran parte de la información que había acumulado y que me había fascinado y mantenido mi interés provenía de ciertas fuentes, mi sorpresa fue encontrar que una de las doctoras que sin quererlo o saberlo se habría convertido en una inspiración para mi en temas de género era una tuitera real, “alcanzable” y “tangible” -contrario a lo que suele suceder en la academia-, claro que, nunca pasó por mi mente que me fuese a responder ni mucho menos interactuar conmigo.
Aún así, no pude desaprovechar la oportunidad para contactarla y no sólo decirle lo maravilloso que me parecía su trabajo académico sino que, también quería agradecerle por haber creado carpetas compartidas y actualizarlas de forma constante , por darme respuestas específicas sin saberlo, por haber sido a distancia una guía e inspiración constante, una mujer sáfica, que rompía paradigmas; en todos lo sentidos. Para mi grata sorpresa, no sólo me respondió sino que también me comenzó a seguir y comenzamos a escribirnos de forma constante.
Entre mensajes e intercambios académicos se asomaba también ella, su vida, hasta aquello que quizá no quería mostrar tanto, un vistazo al menos, en psicoterapia se dice que sin importar de lo que hablemos estamos hablando de nosotras mismas o de nosotros mismos, por eso quizá sentía haberla conocido de antes, no de siempre pero si al menos, haberla conocido en persona, no sólo de forma virtual.
Nuestras interacciones eran cada vez más a menudo, por una temporada hablábamos casi todos los días, pasamos de los mensajes directos del twitter al número de teléfono, de los mensajes aleatorios a las llamadas, de lo académico a lo íntimo, hasta qué pasó lo que hoy entiendo era inevitable; me enamoré.
Si, así sin haberla visto se convirtió ya no sólo en mi crush de twitter sino en quién pensaba cuando algo me pasaba, fuese bueno o malo, quería hablar de comida, compartirle mis mejores recetas, intercambiar poesía, bailar, enseñarle mis ensayos y que los deshiciera con su experiencia, que me hablara de su día, escuchar su voz ronca, presentarle a mis amigas, lo quería todo y eso que no teníamos nada.
Aún en este punto de nuestra relación yo me seguía sintiendo sumamente intimidada por ella, si su persona virtual me parecía fascinante de por sí, imaginarme un encuentro en esta dimensión, me volaba la cabeza -en más de un sentido- como una fan recibiendo la firma de su autora favorita el día del lanzamiento de la edición especial de un libro que espera, así me sentí.
Habían pasado ya varios meses desde que comenzamos a escribirnos, y parecía que los astros se alineaban porque ella tenía un proyecto de trabajo en la ciudad en la que yo vivía en ese momento, sería un primer encuentro breve pero al menos pondríamos el pie en la puerta para después decidir si queríamos abrirla por completo o no.
Fueron un par de semanas de espera muy intensas en las que decidí hacer varios cambios que aunque eran necesarios desde hacía tiempo atrás había pospuesto por alguna u otra razón, como; mudarme fuera de casa de mis padres, implementar de una vez por todas el contacto cero con mi ex pareja, y una de las más importantes; hablar abiertamente de mis preferencias sexuales e identidad sexo genérica con amistades cercanas y algunos miembros de mi familia. De nada de eso me arrepiento, porque a pesar de que no tenía idea de lo que iba a suceder entre nosotras, estaba segura de que no quería que ninguno de estos factores externos influyera en lo que fuese que teníamos.
Por fin llegó el día del encuentro, al vernos nos reconocimos enseguida y en ese primer abrazo me di cuenta de lo mucho que me había estado perdiendo, no quería soltarla, hundía mi cabeza en su cuello como para intentar guardar ese instante en mi memoria, funcionó y sigue ahí; también sigue ahí todo lo que aprendí cuando estuvimos juntas, no sólo sobre la teoría sino sobre mi, me dio una oportunidad que no había vivido hasta el momento, la de ser yo misma, en todo mi esplendor y todo mi apogeo, sin miedo, ni vergüenza, me mostró el potencial de lo que podíamos ser juntas y también por separado.
Me gustaría contar que después de aquello nos enamoramos locamente la una de la otra y vivimos un espectacular invierno juntas y que desde entonces ha sido así, pero no. No todas las historias de amor tienen ni necesitan tener un final así. Lo importante es que me atreví a dar ese salto de fé, y que aunque después de haberlo hecho lo nuestro haya durado sólo unos cuantos meses más, sin duda lo volvería a hacer.