LIVE

Tyra Banks: Recordando a Giorgio Armani | Opinión

Publicado el 8 de septiembre, 2025
Tyra Banks: Recordando a Giorgio Armani | Opinión
Tyra Banks recuerda su carrera como supermodelo a partir de la relación laboral con Giorgio Armani.(Newsweek Illustration/Getty Images)

Cuando escuché la noticia de que Giorgio Armani había fallecido, el corazón se me encogió. Una leyenda. Un ícono. Un hombre cuyo nombre por sí solo podía silenciar una sala. Y, de inmediato, viajé en el tiempo: una adolescente de Inglewood, California, entre bastidores en mi primer desfile de Armani en Milán, Italia, tratando de mantener la compostura mientras mis rodillas temblaban como stilettos sobre mármol.

Conseguir ese desfile fue uno de esos momentos de pellízcame-para-creerlo. Armani no era solo una marca, era prácticamente un verbo. No usabas Armani, tú Armani-eabas. Y, de repente, allí estaba yo, formando parte de esa magia.

Jamás olvidaré la sensación de ponerme esas prendas: trajes en tonos tierra… algunos suaves, otros fluidos, algunos con las formas más estratégicas de estructura sin estructura. Y en la pasarela, se convertían en poesía.

Lo que más me fascinaba era su consistencia. Armani no corría detrás de las tendencias. Las marcaba ignorándolas. Podías reconocer su silueta al otro lado de una sala, su paleta en una página. Creaba lo atemporal, que en la moda es la máxima declaración de poder. Armani no gritaba para llamar la atención. Susurraba. Y ese susurro tenía más fuerza que un grito. Cuando me miraba al espejo dentro de uno de sus trajes, dejaba de ver solo a una joven modelo nerviosa. Comenzaba a ver a una mujer fuerte en formación.

Y regresemos… a la prueba de vestuario, días antes del desfile. Ese momento en que el propio señor Armani entraba en la sala. Se acercaba a ajustar, a prender con alfileres, a corregir mi atuendo. Tomaba esos alfileres y con una intensidad láser acomodaba, alisaba, corregía… Apenas podía respirar. Solo pensaba: “Un ícono me está ajustando la ropa. ¡Guau!”.

No era un caos ruidoso, como otras pruebas. Era tranquilo, reverente, como ver a un pintor dar la última pincelada a una obra maestra.

Y sus desfiles… ¡oh, sus desfiles! Eran un universo propio. El mundo de la pasarela de Armani era dramático, casi cinematográfico. La sala caía en sombras, excepto la pasarela, que brillaba como un haz de luz de luna. Caminarla era deslizarse por una secuencia onírica. Y él no seguía a la multitud mostrando sus colecciones en los mismos lugares que todos. Lo hacía en su espacio. Sus reglas. Su visión. Todo hacía que se sintiera como una audiencia privada con un genio. Porque… lo era.

¿Y podemos hablar de Giorgio en persona? Dios mío. Siempre me pareció absolutamente deslumbrante. A veces lo miraba y pensaba: “¿No debería él estar desfilando con nosotras?”. Elegante, sereno, incluso un poco enigmático. El hombre encarnaba la marca. Parecía que la ropa había saltado de las perchas y decidido convertirse en humano.

Con los años aprendí a admirar no solo su arte, sino también su negocio. La manera en que se expandió: hoteles, cafés, colecciones para el hogar, Armani Exchange. Construyó un mundo entero en el que podías vivir. Para una joven modelo que, en secreto, estudiaba el lado empresarial de la moda, aquello era una clase magistral. Armani me enseñó que no tienes que elegir entre creatividad y comercio. Puedes ser artista y constructor de un imperio a la vez. Esa lección me ha acompañado en mi propio camino como emprendedora. Para mí, como una joven tratando de entender el negocio y forjar su carrera, fue una revelación. Aquí estaba la prueba de que la moda podía ser más que tela. Podía ser un imperio.

Así que, cuando escuché sobre su partida, mi mente volvió de inmediato a aquella joven con un traje en tonos tierra, conteniendo la respiración, inmóvil, mientras el maestro, el gran Giorgio Armani, lo inspeccionaba con precisión y colocaba alfileres en su chaqueta. De regreso a las salas en silencio, a las telas que susurraban, a la pasarela iluminada como una escena de película.

Giorgio Armani fue un diseñador, sí. Un empresario, sí. Pero para mí también fue un maestro. Uno sin aula tradicional, que me enseñó lecciones inmensas sobre marca, visión y cómo construir algo que perdure. Nos mostró lo que significa cuando el arte y el emprendimiento se encuentran con disciplina y visión. Por eso le estaré eternamente agradecida.

Señor Armani, gracias por permitirme ser una pequeña parte de su mundo. Gracias por mostrarme que la verdadera elegancia nunca envejece, y que disciplina más imaginación más un profundo sentido de los negocios equivalen a un legado.

Y sé que su legado seguirá inspirando a generaciones de soñadores, diseñadores y emprendedores… tal como alguna vez inspiró a una joven de Inglewood, California, que al vestir su ropa sintió que pasaba de ser niña a mujer, lista para conquistar el mundo.

Tyra Banks, supermodelo de fama mundial y pionera emprendedora, es ahora fundadora de SMiZE & DREAM, una marca global de helados con sede principal en Sídney, Australia.

Las opiniones expresadas en este artículo son únicamente de la autora.

(Publicado en cooperación con Newsweek. Published in cooperation with Newsweek)

NW Noticias te recomienda también estas notas:

Compartir en:
Síguenos
© 2025 Newsweek en Español