Los minutos negros es una película dirigida por Mario Muñoz y está basada en la novela homónima de Martín Solares. Relata la dificultad de ser un héroe en México, donde un policía investiga los feminicidios de adolescentes. La corrupción y el poder se entrelazan para conformar una historia tenebrosa donde lo que causa más terror es el parecido con la realidad.
Las actuaciones son espectaculares. Leonardo Ortizgris como el policía Vicente Rangel entra en el vaivén de un policía que intenta hacer las cosas bien y debe negociar con las estructuras de poder. Carlos Aragón no deja de intimidar durante todo el filme como un corrupto y violento policía llamado Travolta.
En tanto, Enrique Arreola muestra un magistral ejemplo de cómo los personajes que parecen ser secundarios pueden tomar la pantalla con fuerza al interpretar a Romero. Kristyan Ferrer pierde la inocencia sobre el bien contra el mal al interpretar a Macetón. Y Sofía Espinosa abre estruendosamente con valentía y decisión al interpretar a una periodista.
La película no deja de provocar tensión en ningún momento, es una gran muestra de cómo pasar una novela negra al cine. Esto no debe sorprender, pues el guion fue escrito entre el director Mario Muñoz y el escritor de la novela, Martín Solares.
Entrevistarlos se convierte en una película donde uno se vuelve espectador de una charla de amigos que se quieren mucho, pero se intuye que su razón es que han pasado largas discusiones donde la sinceridad ha sido la triunfadora.
Muñoz declara que convencer a Solares de permitir que se realizara una película basada en su libro le llevó un año. Mientras, Solares dice que fueron cinco minutos. Entre ese tipo de vaivenes se adivina que lo importante no es la exactitud, sino la intensidad con la que se comunican los mensajes.
El ejercicio de la escritura del guion fue un camino placentero, es decir, tuvo sus momentos de arrebato y desacuerdos. Solares, desde la literatura como narrador de la palabra, mientras que Muñoz como arquitecto de imágenes, hicieron una negociación para dar con el guion.
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Solares nos cuenta: “Fue una discusión muy intensa. De repente sí nos dejábamos de hablar una o dos semanas en las que no quedábamos contentos y de repente a uno se le ocurría que el otro tenía razón. Para mí algo que distingue a Mario de muchas otras personas con las que he trabajado es que tiene una intuición cinematográfica que vale la pena seguir”.
El gran acierto de la película es que deja atrás las historias del asesino genio y, más bien, aborda las estructuras complejas de las relaciones de poder. De ahí que no solo sea una película de ficción, sino que podría considerarse una clase sobre cómo funciona la justicia en el país. Lo anterior se fue forjando gracias al trabajo de investigación de Solares para la novela, y por ende, reflejado en la película, donde entrevistó a policías, peritos, médicos forenses, etcétera.
Muñoz buscó hablar sobre la figura del policía, muy distinta de los thrillers estadounidenses, donde es un héroe. Construyó, junto con Solares, la narrativa donde el misterio no es quién es el asesino, sino cómo se irán desarrollando los sucesos.
Muñoz cuenta: “¿Qué pasa con intentar ser héroe en México? ¿Es posible o no? ¿Cuáles son las consecuencias de ser un héroe y hacer lo correcto? Entonces esas son las preguntas que trata de hacer la película. Por eso se complejiza, porque son preguntas que no tienen una respuesta fácil o agradable”.
La escritura de la novela se hizo en los años donde la palabra feminicidio aún no se usaba como nomenclatura alguna. Para Martín Solares, quien creció en Tamaulipas, los crímenes se ocultaban por la ausente justicia y los buenos modales.
“Yo crecí con esa sombra de por medio y quise hablar de ella y quise exorcizarla. En Tamaulipas si tú hablabas de un acontecimiento violento que acabara de ocurrir eras un maleducado, era de mal gusto contarlo. En este caso no queríamos tener buenos modales, queríamos contar las historias que allá durante muchos periodos de gobierno no fueron contados”.
Así que, para explicarse la realidad, Solares decidió crear ficción escrita, y Muñoz, como lector dedicado y apasionado, generó su propia ficción visual. La película presenta cómo la violencia contra las mujeres es recompensada con la impunidad por un sistema de poder económico que compra al Estado y, por tanto, usa las fuerzas policiales a su favor.
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Si bien no hay una reflexión directa sobre el género y la violencia, sí lo hay sobre los factores que permiten la impunidad en México para que se sepan los nombres de los culpables y no pase nada. Mario Muñoz se posiciona frente a estos actos, donde como creador prefiere poner en conflicto un pedazo de la realidad para sacudirnos con ella.
Muñoz concluye: “Nos toca a los artistas encontrar esos hilos y hablar de ellos desde un lugar personal. Y de algún modo creo que eso es lo que permite otras aproximaciones al tema. Porque creo que a veces, cuando entramos por una puerta no tan atroz, nos dejamos conmover y entendemos lo profundo que es este problema en nuestra sociedad”. N