BUSCANDO las cifras de libros leídos en México y adoptando una postura crítica sobre mi asiduidad a la lectura durante la pandemia, no solo veo que, según el Inegi, de 2016 a 2020 hemos perdido progresivamente 4.8 puntos; lo que nos delata a la población alfabeta como una sociedad cada vez más indiferente a esos mundos fantásticos e insospechados que nos ofrece la literatura; y que a reserva de conocer las cifras de 2021, la radiografía de las justificaciones que por lo general rondan en el dinero y al tiempo disponible, podrían caer al precipicio ante la realidad que nos negamos a aceptar: no leemos porque la mayoría de las veces no queremos.
En este año no podremos argüir la falta de tiempo como una de las razones principales para no formar parte de esa población lectora porque los imperativos de la pandemia nos llevaron de alguna u otra forma a tenerlo, lo que nos lleva a pensar en la posibilidad de otro argumento falaz que nos ha perseguido por años: la falta de dinero para comprar nuevos libros, lo que es relativamente cierto para adquirir obras nuevas, aunque resulta engañoso ante la gran cantidad de literatura gratuita que se encuentra en la internet, en las bibliotecas propias o entre los libros que están disponibles entre la familia o nuestros conocidos.
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He pensado en mi propia estadística lectora en 2020: releí algunos pasajes de libros, muchos artículos de opinión y cultura en general; así como una gran cantidad de noticias de las que me hubiera gustado prescindir ante el cúmulo de estrés que nos invadió por la devastadora pandemia que nos sigue asolando en el mundo entero.
Pensar en las cifras es pensar en las campañas de lectura y cómo tendrían que cambiar porque evidentemente siguen siendo poco exitosas. No han hecho mella significativa en la realidad lectora del país, revelándose no solo en los números de los libros leídos, sino en todos los aspectos que construyen nuestra vida cotidiana empezando por la construcción de nuestro lenguaje, donde destapamos sin lugar a dudas la amplitud y riqueza adquiridas y en cuya vena principal definitivamente corre la literatura.
PILAR DE LA SOCIEDAD PLURAL
Si no es el tiempo ni el dinero, partiendo de estas generalidades, que sin duda podrían significar múltiples discusiones para asuntos académicos, de investigación y para sustentar meros testimonios que podrían rebatirlas, por experiencia propia en la que he tratado de promover la lectura en varias etapas de mi vida con profunda convicción, creo que la situación merece valorar la necesidad de hacer un diagnóstico más profundo y actual hecho por especialistas a partir de las repercusiones que tuvo la lectura durante el confinamiento, porque nunca es tarde para convertirse en un lector asiduo que permita, sin diagnósticos equivocados ni juicios de superioridad moral con la que lastimosamente se ha tratado de clasificar a los lectores de los que no lo son, reorientar el rumbo de las campañas de lectura en las que se cree en parte que 30 minutos diarios o lecturas a precios accesibles podrían significar el viraje de estas cifras que, más que cifras, son el reflejo de lo que nos estamos perdiendo no solo en un mundo fantástico, sino para descubrir aspectos de la condición humana, la ciencia, las artes y otras disciplinas que impactan en la forma en la que percibimos la otredad. Y más allá, para entender que la lectura ofrece el pilar de una sociedad plural, que no se conforma con el pensamiento homogéneo, sino por la diversidad de sus formas y que constituiría la batalla más clara a esa construcción de ideas que propagan la división, el sectarismo, las ideas populistas plagadas de mentiras y en las que su mayor riesgo se sitúa en la pérdida de las libertades humanas que se nutren fundamentalmente desde el pensamiento.
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Recuerdo con mucha nostalgia las primeras lecturas de mi padre en las que con paciencia y generosidad me leía a Juan Rulfo sin que hubiera el más mínimo interés de mi parte más que escuchar su voz pausada y serena que siempre me regaló. En esas reminiscencias de edad temprana compartimos la expectativa por la lectura de historietas ilustradas y la llegada del correo que traía nuestra suscripción de la revista Reader’s Digest en la que descubrí historias breves que despertaron mi interés y aumentaron mi vocación lectora.
LA CONDICIÓN HUMANA ES INCONMENSURABLE
A esa pequeña ventana de descubrimientos, en la que se nutrió la complicidad juguetona por la lectura entre mi padre y yo, se fueron sumando con la edad otras obras más amplias y complejas de Gustave Flaubert, Mario Vargas Llosa, Gunter Grass, Fiódor Dostoievski, Albert Camus, Virginia Woolf, Fernando Savater y otros autores que han sido mis influencias y, sin ser especialista en ninguno de ellos, me permitieron conocer más del mundo de mi padre en el que no hubo jamás ninguna imposición. Entendí para siempre su sensibilidad, donde había ideales, amor, generosidad y solidaridad. Le gustaba la reflexión y se sumía por horas en esa introspección en la que había tristeza que ahora, y con dolor, adivino con mayor claridad.
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Pero desde esa historia lectora, que solo tiene trascendencia para mí, trato de construir una mirada amplia desde la que pueda vislumbrar una ruta realista para contagiar a otros lectores. Entender sus motivos, sus historias y el texto más apropiado para ellos apegado a su particularísima circunstancia y la realidad de nuestros días. Difícil tarea que suena imposible porque la condición humana es inconmensurable, sin embargo, podemos entenderlo mejor si, insisto, conociéramos como país otro diagnóstico en el que se pueda continuar con lo que sí funciona y desechar lo que resulta anacrónico en esta nueva realidad que nos ha caído por sorpresa a todos y en la que, tal vez, nuestra sensibilidad social haya sido transformada por completo. N
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Adriana García es escritora y periodista. Sus ensayos y novelas se han publicado en México y Estados Unidos. Ha dirigido diversas oficinas de comunicación y es asesora en comunicación política de organizaciones públicas y privadas. Los puntos de vista expresados en este artículo son responsabilidad de la autora.