Durante la celebración del 70 aniversario de la fundación de la República Popular de China, el presidente Xi Jinping fue categórico sobre el futuro de su país. “Ninguna potencia podrá impedir que la nación china y el pueblo chino sigan adelante”, proclamó, frente a miles de personas congregadas en Pekín.
Es muy sabido que China pretende desplazar a Estados Unidos como la nación tecnológica más grande y avanzada del mundo. Por eso, para bien o para mal, Donald Trump ha emprendido su guerra comercial. Menos sabido —pero no menos cierto— es que China también aspira a convertirse en la potencia militar más importante del mundo y, de hecho, ha tenido logros importantes en ese sentido.
Y, así, la semana pasada, William McRaven —almirante retirado y exjefe de las fuerzas especiales de Estados Unidos— pronunció un discurso en el que describió el impulso militar chino como un “momento no me jodas” para Estados Unidos.
La evidencia más visible y perturbadora para los planificadores de defensa estadounidenses es que los adelantos militares chinos han cobrado la forma de misiles hipersónicos, comúnmente llamados “asesinos de portaaviones”.
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Pekín ha declarado que esas armas son capaces de alcanzar navíos de superficie y, si bien no ha hecho una demostración, los planificadores del Pentágono ya están nerviosos. Los misiles hipersónicos son mucho más rápidos y siguen trayectorias de vuelo distintas a las de los misiles balísticos. Tienen la capacidad de planear, la cual vuelve inútiles los sistemas antimisiles que Estados Unidos ha desarrollado para identificar y derribar equipo balístico durante el vuelo parabólico.
El acelerado desarrollo de los chinos tomó por sorpresa al Pentágono, que el año pasado gastó escasos 157 millones de dólares en sistemas de radar y sensores capaces de derribar misiles hipersónicos, “un error rotundo para los estándares del Pentágono”, señaló Loren Thompson, analista del Instituto Lexington, conformado por grupo de expertos en defensa y seguridad. Y aun cuando el presupuesto para la defensa hipersónica se ha incrementado significativamente, Michael Griffin, el principal planificador tecnológico del Pentágono, confiesa que no será posible implementar algún sistema antes de mediados de la próxima década.
Para los planificadores estadounidenses, la importancia estratégica de esos asesinos de portaaviones es enorme. Pekín busca sacar del Pacífico a los militares estadounidenses y, como es evidente, las fuerzas navales son el medio como Estados Unidos proyecta su poderío en la región, siendo los portaaviones sus elementos más visibles. Pero ahora, debido a la incapacidad para detectar misiles hipersónicos, esas naves se han vuelto extremadamente vulnerables.
“Esto afecta, directamente, el lugar que ocupa Estados Unidos en el mundo, en términos de demostración de poder”, señala Thomas Karako, director del Proyecto para Defensa Antimisiles en el Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales, grupo de expertos de Washington.
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En 1996, Estados Unidos y China estuvieron a punto de liarse a golpes comerciales cuando, en respuesta a unos ejercicios militares chinos que incluyeron bombardeos próximos a la costa de Taipéi, el entonces presidente Bill Clinton destacó dos grupos de portaaviones a menos de 160 kilómetros del estrecho de Taiwán. Ahora bien, la estrategia de defensa de China se ha fundamentado parcialmente en la “negación área y acceso”; es decir, en impedir que las fuerzas estadounidenses lleguen a donde quieren ir, explica Karako. Y eso es justo lo que hacen los misiles hipersónicos. Si Pekín así lo decide, ahora puede evitar que los buques de guerra estadounidenses naveguen cerca de sus aguas territoriales.
“China puede cambiar el curso de un grupo de portaaviones, y eso bastaría para que ganen sin pelear”, previene Karako.
Es difícil establecer un sistema de defensa hipersónica. En estos momentos, nueve contratistas de defensa están desarrollando “sensores espaciales” que rastrean misiles “desde el nacimiento hasta su muerte”, apunta Thompson. Dado que los misiles chinos se desplazan a unos tres kilómetros por segundo, los comandantes en el frente necesitan información precisa sobre la dirección que siguen. De lo contrario, “cualquier defensa será virtualmente imposible”, asegura Thompson.
La comunidad de defensa debate si Estados Unidos debe gastar más en armas hipersónicas propias o centrarse en la defensa. Quienes presionan por más misiles hipersónicos opinan que ese desarrollo impondría costos adicionales que los chinos no pueden subsidiar en este momento, así que Pekín tendría que buscar otra manera de defenderse.
En opinión de Karako, “si llegamos a la situación de que nuestra adquisición de esa capacidad se traduzca en [que los chinos] deban gastar una parte sustancial de su presupuesto en defensa aérea, estupendo. Cuanto más gasten en defensa aérea, menos dinero tendrán para gastar en fuerzas de ataque”.
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Por lo pronto, la industria de la defensa estadounidense opera bajo el supuesto de que el mercado de sistemas defensivos será más amplio que el de los misiles hipersónicos para la Armada. Como ha señalado Tom Kennedy, director ejecutivo de Raytheon, los sistemas defensivos requerirán de “innovaciones en toda la cadena de defensa, desde la detección inicial hasta la intercepción”.
Y según Thompson, ese objetivo “es tan exigente que harán falta varios proyectos a lo largo de varias décadas”.
En su reciente discurso, el almirante McRaven señaló que Estados Unidos necesita “un momento Sputnik” para responder al surgimiento tecnológico de China. Y, para el Pentágono, ese momento parece haber llegado con los asesinos de portaaviones de Pekín.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek