Hemos llegado al día en que sería posible automatizar casi la mitad de las labores que realizan los humanos. Incluso con el nivel tecnológico actual. De modo que es muy probable que grandes segmentos de la sociedad tengan que ponerse a buscar empleo durante la próxima década.
Este fenómeno es lo que ha dado en conocerse como la cuarta revolución industrial o “industria 4.0”. La primera revolución recurrió a la energía del vapor para mecanizar la producción. La segunda se apoyó en la energía eléctrica para producir bienes en masa, en tanto que la tercera introdujo las computadoras para automatizar la producción. La cuarta revolución ya está aquí, y trae consigo tecnologías disruptivas como la Internet de las cosas, la realidad virtual, la robótica y la inteligencia artificial, las cuales han empezado a modificar la manera como interactuamos, trabajamos y vivimos. Los sistemas inteligentes y altamente automatizados prometen transformar nuestras vidas. De hecho, están poniendo en duda el papel que desempeñamos los humanos.
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¿Cómo repercutirá todo esto en el cambio climático? La respuesta es bastante compleja, porque esas innovaciones tienen el potencial de reducir mucho las emisiones de gases de efecto invernadero, y de proporcionar una cantidad sin precedentes de conocimientos y datos que nos ayuden a mitigar el cambio climático. El problema es que, sin la debida cautela, la automatización en masa podría tener consecuencias negativas, pues aumentaría el consumo y en consecuencia, las emisiones.
Para esta reflexión de lo que la automatización en masa podría significar para nuestro impacto ambiental, quiero analizar dos sectores donde el trabajo humano ha sido ampliamente reemplazado por las máquinas: la agricultura y los automóviles.
Autos para todos
A principios del siglo XX, los automóviles eran juguetes para ricos y estaban fuera del alcance de la persona promedio. Así fue hasta que Henry Ford perfeccionó el concepto de la “línea de ensamblaje”, lo que, muy pronto, le dio el control de casi la mitad del mercado automotriz de Estados Unidos.
Antes de Ford, los automóviles eran productos artesanales, construidos a mano e individualmente por equipos de artífices expertos: una vez que terminaba un auto, el equipo trabajaba en el siguiente. Ford reconfiguró este procedimiento con múltiples estaciones dedicadas a procesos específicos del armado, de modo que cuando un auto salía de un proceso de manufactura pasaba a la siguiente etapa en el orden de ensamblaje.
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Hoy día, la fabricación automotriz se ha automatizado por completo, y los obreros robóticos han sustituido a los equipos humanos. Los robots y las demás tecnologías de la industria 4.0 han propiciado que las fábricas gestionen la energía con más eficiencia, mientras que las mejoras en los datos se traducen en cadenas de suministro mejor administradas. Esto ha conducido a que los fabricantes reduzcan sus desechos y emisiones a lo largo de todo el ciclo vital de bienes como los automóviles: desde los metales y los minerales utilizados como materia prima hasta la energía consumida para transportar productos al mercado.
El impacto ambiental de la agricultura es tremendo
De manera muy parecida a lo que hizo Ford con los automóviles, los logros de la mecanización (tractores, cosechadoras, etcétera) han permitido que produzcamos más alimentos con menos mano de obra. A pesar de esto, debido a que la población mundial y la demanda de alimentos crecen rápidamente, la agricultura ha sido responsable de que aumenten las emisiones de gases de efecto invernadero, así como de una enorme parte de la degradación ambiental. Por ello, es indispensable que encontremos nuevos métodos que mejoren aun más la eficiencia y reduzcan las emisiones derivadas de la producción alimentaria.
Sin embargo, el advenimiento de la automatización en masa y de las tecnologías inteligentes ocasionará cambios fundamentales en la agricultura, como sucedió en el sector automotriz. Los robots ya están reemplazando el trabajo humano en muchas tareas agrícolas, desde riego hasta control de plagas y cosecha. Es más, hasta los tractores podrían terminar por volverse autónomos; y se están construyendo granjas verticales completamente automatizadas que maximizarán el espacio y la eficiencia en producción. Esas y otras innovaciones y tecnologías emergentes -como los sistemas de energía renovable que operan fuera de la red eléctrica- tienen el potencial de producir alimentos de una manera más eficiente y con menos emisiones.
El “efecto de rebote”
Todos esos acontecimientos apuntan a que el desarrollo tecnológico reducirá las emisiones y favorecerá el medio ambiente. Porque, después de todo, los robots son capaces de construir autos y cultivar alimentos de manera mucho más eficiente que los humanos, ¿no es cierto?
El problema es que, si bien hemos visto mejoras significativas en eficiencia energética y de recursos, nada ha resultado en una reducción absoluta del impacto ambiental. Más aun, ha ocurrido lo contrario: el impacto ambiental está aumentando. Algunos observadores alegan que, de hecho, la tecnología ha conducido a un aumento en el consumo, fenómeno que suele conocerse como “efecto de rebote”.
Por ejemplo, las mejoras de eficiencia alcanzadas con los robots de la industria automotriz han permitido que más personas adquieran vehículos nuevos y esto, a su vez, ha repercutido en más carreteras y en más emisiones totales en las autopistas. Y aun cuando reemplazáramos muchos de esos vehículos con autos eléctricos de cero emisiones, seguiríamos teniendo las emisiones asociadas con la producción, el desecho, y el suministro eléctrico.
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De igual manera, aunque los procesos automatizados y las grandes granjas industriales han propiciado que la producción de alimentos aumente y se vuelva más eficiente, los alimentos cada vez más asequibles y el creciente nivel de riqueza están incrementando el consumo de productos que tienen un gran impacto ambiental -como la carne roja-, lo que inevitablemente tendrá consecuencias importantes para el cambio climático y la biodiversidad.
De modo que, sí. El aumento de la automatización y las tecnologías inteligentes podría introducir cambios radicales en la sociedad y liberar a los humanos de la cotidianidad. A condición de que proceda con cautela, la revolución tecnológica tiene el potencial de generar beneficios importantes para el medio ambiente. No obstante, me parece muy improbable. Porque la automatización no conduce, necesariamente, a un resultado positivo en la sostenibilidad. Para ello, es indispensable que controlemos el consumo, aun cuando la nueva revolución tecnológica nos rebase.
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El Dr. Laurie Wright es catedrático de la Escuela Warsash de Ciencias e Ingeniería Marítima en la Universidad Solent de Southampton, Reino Unido.
Este artículo fue tomado de The Conversation bajo una licencia Creative Commons. Lea el artículo original.
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